Las extensas llanuras de Fuerteventura esconden multitud de secretos. Historias que se han transmitido de padres a hijos y que incluso algunos visitantes hacen suyas. Ya sea por lo fantástico de su argumento, o porque esconden una realidad que aún la ciencia no ha sido capaz de explicar; las leyendas convierten en protagonista a esta tierra árida. Lugar en el que un extraño fenómeno se sucede, cada vez con menos frecuencia, pero que se mantiene vivo gracias a la memoria de los majoreros: La luz de Mafasca.
Como cualquier leyenda esta historia tiene algo de realidad, pero también una buena dosis de hechos sobrenaturales, que le confiere un carácter misterioso. Su origen exacto se desconoce, pero algunos estudiosos han conseguido darle sentido a un acontecimiento que durante mucho tiempo se mantuvo alejado de cualquier explicación lógica. Para hacerlo, se ha tomado un argumento religioso, relacionado con una serie de pecados y un alma en penitencia que vaga por Fuerteventura.
El alma convertida en luz se aparece casi por cualquier parte de la geografía insular en busca de la salvación, y sólo pueden verla las personas que transitan por la zona y creen en su existencia.
El fenómeno lumínico que en Fuerteventura se conoce como La luz de Mafasca o la luz del carnero, se repite en otras zonas del archipiélago; Gran Canaria, La Palma, Tenerife o La Gomera tienen registros de este tipo de manifestaciones. Pero no sólo en Canarias; en varios lugares del planeta también puede verse y dicen los mayores de Fuerteventura, que favorecida por la presencia de majoreros en los diferentes países.
Lo que sí es cierto es que esta leyenda crece conforme se va transmitiendo de padres a hijos; y aunque no haya constancia de su presencia en los últimos tiempos, puede que como consecuencia de la contaminación lumínica; la leyenda está cada vez más presente. Libros, investigaciones, programas de televisión y radio e incluso películas, dan pábulo a la creencia popular y a la existencia de un alma que aún pena por Fuerteventura.
La leyenda
Situar en el tiempo el origen de la leyenda es una labor harto complicada, porque son varias las historias que se cuentan como origen de la misma. Diferentes publicaciones que apuntan en varias direcciones múltiples, pero con algunos aspectos compartidos que le otorgan cierta veracidad. Andrés Rodríguez Berriel, ingeniero industrial jubilado y estudioso de Fuerteventura, ha dedicado buena parte de su vida a investigar el origen de muchas leyendas relacionadas con la Isla. Durante su estudio ha concluido que la historia de La luz de Mafasca “comenzó cuando una señora viajó desde Sevilla a Gran Canaria para casarse; lo hizo acompañada de un ama de cría y dos siervos. Su viaje duró dos años, motivo por el que su marido la repudió y desterró a Jandía, al sur de Fuerteventura”. En la actualidad, en la zona del Barranco de los Mosquitos hay un topónimo que aún recuerda la historia, 'La casa de la señora'.
En su entrevista con Canarias Ahora, Rodríguez Berriel, cuenta que la leyenda de La Señora está vinculada a la de la céntrica calle Peregrina en Las Palmas de Gran Canaria. El libro 'Reseñas históricas de las calles de Las Palmas de Gran Canaria' de Armando Robaina Rodríguez recoge que en 1593, la Inquisición detuvo a una mujer de 28 años llamada María Muxica, acusada de predecir el futuro. La apodaban 'La Peregrina' y había nacido en Sevilla. Era hija de Juana de Lara y Lope de Muxica, y nieta de Bernardino de Siberio, conquistador de Gran Canaria. La historia de esta joven sevillana, relata Robaina Rodríguez, es tortuosa. Ingresa en un convento en la isla de Santo Domingo del que escapó cuando lo destruyeron los ingleses. En su huída consigue regresar a España donde contrae matrimonio con el capitán Jerónimo de Zúnica, quien poco después sería asesinado por piratas cuando ambos navegaban por aguas de Gibraltar. La mala suerte de María Muxica acabó con ella ante el Santo Oficio, tras una denuncia de su familia, y fue sometida a vigilancia por la Inquisición. Según esta publicación, Muxica murió en la cubierta de un barco durante una travesía hacia Fuerteventura.
Sin embargo, Rodríguez Berriel cree que la historia de La Señora no acabó en aquel barco. “La señora vive en Jandía con los dos criados, Pedro Darias y Juan Gómez, éste último fallecido tiempo después, tras darle caza un tiburón. Darias, como consecuencia de una pelea por los celos que siente hacia Gómez, decide escapar y recorre la dehesa de Jandía hacia las tierras negras, y recala por la zona de Agua de Bueyes en Antigua”, prosigue en su relato.
Pero esta narración se cruza, una vez más, con otra que publicó el número 32 del periódico semanal 'La Aurora', editado en el entonces conocido como Puerto de Cabras, actual Puerto del Rosario, el 29 de junio de 1901. El periódico narra la historia de los pastores de la Dehesa, titulada 'Tradición Antigua', y relata el desembarco en la Isla, “notaron que un bajel de alto bordo reconocía la costa oriental, alejándose unas veces y acercándose otras, hasta que a media noche echó un bote al agua, desembarcando una mujer de hermosa presencia y dos hombres de mediana edad. Tan pronto estuvieron en tierra, el buque desapareció. Saltaron en una playa y al abrigo de una roca pasaron el resto de la noche. La joven no cesaba de llorar. Al siguiente día empezaron los dos hombres, en unión de algunos pastores, la construcción de una vivienda, en la cual, concluida que estuvo, se albergaron, llamándose desde entonces aquel sitio 'Casa de la Señora'”.
El texto, firmado bajo del seudónimo de Antonio de Viana, cuenta que se desconocía el nombre de la mujer, que vestía de negro, hablaba poco y suspiraba mucho. Sus lacayos eran Juan Gómez y Pedro Arias, siendo Gómez el de más confianza y el que la acompañaba siempre. A partir de este punto, el relato se torna más fantástico; y prosigue contando que, Pedro Arias en una de sus excursiones por la abrupta geografía majorera vio de lejos una pastora, y la curiosidad le llevó a acercarse a ella y saludarla. La joven le hizo una inclinación y se dio media vuelta para marcharse del lugar. “Arias, la detuvo, inmediatamente, enérgica y altiva le rechazó, y fijando sus ojos en los de Pedro Arias lo dejó inmóvil, tu falta, le dijo, merece pena de muerte; eres forastero y eso te salva. No sabes quien soy ni cuan grande es mi poderío. Para que lo comprendas voy a convertir esta piedra en ciervo, y el ciervo en manantial”. En el acto mismo tocó la piedra y un hermoso ciervo saltó corriendo en dirección a la cresta más elevada del monte, permaneciendo allí hasta la señal de la pastora; cuando estuvo a sus pies, lo miró quedando transformado en fuente de agua cristalina“. Desde ese mismo momento aquella montaña tomó el nombre de Pico del Ciervo y reza la publicación que desde aquel instante el manantial corrió constantemente, algo que no se ha mantenido hasta la actualidad.
Cuenta la narración que después de aquello, Pedro Arias quedó paralizado y asombrado con semejante transformación. Aquella misteriosa pastora le castigó por su atrevimiento, expulsándole de sus dominios y convirtiéndolo en gaviota. “Atravesarás el espacio, llegarás al antiguo reino de Majorata, y vivirás errante y miserable en sus confines”, le dijo aquella mujer. Arias emprendió vuelo, volviendo a convertirse en hombre cuando desaparecieron los últimos reflejos del crepúsculo. La ausencia de Arias coincidió con la llegada de un barco de vela a Jandía; sus tripulantes, haciendo uso de la violencia, se apoderaron de la señora, prendieron fuego a la casa y continuaron su travesía. La publicación apunta a que aquello sucedió porque la mujer era víctima de la Inquisición, y su llegada a la Isla se había producido como consecuencia de amores desgraciados.
A la mañana siguiente de aquel suceso entre Pedro Arias y la misteriosa pastora, el hombre despertó con la confusión lógica de aquella experiencia tan extraña. Comenzó a vivir en una gruta abierta en un barranco, de la que sólo salía para recoger plantas con las que alimentarse. Después de un tiempo, el hambre se apoderó de Arias y decidió matar un ovejo, como se conoce a los carneros cuando son muy viejos y abandonan la manada. Rodríguez Berriel prosigue con este relato contando que el hombre al que él llama Darias, “coge un cuchillo y degüella al ovejo, pero cuando va a asarlo se encuentra que no hay leña. Se lo echa al hombro y va caminando hasta la Cruz de los Caídos; cuando llega allí coge la cruz, la parte, asa el carnero y se lo come”.
Cuenta el periódico 'La Aurora' que después de hartarse de comer, la pastora se le apareció en sueños y le dijo, “primero, profanaste el templo de la hospitalidad; ahora has profanado un símbolo de lo piadoso: morirás y después de muerto penarás en estos lugares en figura de 'ovejo', hasta que te purifiques”. Arias sobresaltado por la impresión trató de levantarse y no pudo; momentos después fallecía en aquel lugar.
Sin embargo, según la versión de Rodríguez Berriel, que en este punto de la historia la cuenta con ligeras variaciones, el hombre murió pasados tres o cuatro días. Su cuerpo lo descubrieron unos pastores que vieron a lo lejos cuervos y guirres revoloteando. “Se acercan y lo encuentran muerto; sólo quedaban los huesos, la jarea del ovejo y los rescoldos de la hoguera donde aún se veían los restos de la cruz. Esos rescoldos por la noche se encendían y se apagaban, de forma intermitente, de ahí nace la leyenda de La luz de Mafasca”, explica Rodríguez Berriel.
El castigo de la divina pastora llegó porque Arias había cometido una serie de pecados, aclara Rodríguez Berriel, autor de 'Los Majalulos', y donde desarrolla su teoría sobre este fenómeno. “Se hablaba de un Jueves Santo, que no se puede comer carne; otro sacrilegio fue quemar la cruz; y matar un ovejo precisamente en cuaresma, cuando además de no poder comer carne, tampoco se podían sacrificar animales”.
La Cruz de los Caídos o Cruz del Descanso, adquirió este nombre por ser el lugar donde las comitivas fúnebres hacían descansos en su camino hacia los cementerios de Antigua o Betancuria. Durante estos cortos períodos de tiempo, los asistentes se avituallaban en una pequeña venta regentada por una señora llamada María Francisca, a la que conocían como Mafrasca. El local se situaba en un llano de aproximadamente siete kilómetros de largo por cinco de ancho; terminaba en una larga cuesta, Pedriales, en recuerdo de Pedro Darias.
'La Aurora' concluye la narración de esta tradición antigua contando que hasta hace pocos años, a finales del siglo XIX, “los que transitaban de noche por la Cuesta de Pedriales, los campos de Mafasca, los llanos de Goroy o la tierra dominada por el Río de Cabras, contaban con temor que de repente oían a sus pies un ruidoso estruendo, que miraban y veían un 'ovejo', el cual, apenas iban tras él desaparecía. De algún tiempo acá nadie lo nombra, lo que induce a presumir que llegó el fin de la pena. En cuanto a la divina pastora, la tradición afirma que con frecuencia se la divisaba en los puntos más inaccesibles, habitando un palacio encantado en las imponentes alturas de Montaña de Cardones, no muy distante de donde se encuentra el sepulcro del célebre Goliat majorero”.
El fenómeno de la luz
La ingente cantidad de testimonios que aseguran haber visto La luz de Mafasca hace muy complicado no creer en su existencia. José Gregorio González es periodista y ha escrito varios libros que hablan sobre misterios de Canarias. En declaraciones a Canarias Ahora, González ha explicado que los testigos se cuentan por cientos y que incluso se llegan a dar en grupos, aunque lo más habitual es que se produzcan de forma individual. “El fenómeno parece obedecer a algún tipo de inteligencia; se comporta en ocasiones como si fuese algo vivo porque reacciona a los comportamientos de los testigos. Les acompaña durante prolongados períodos de tiempo y largas distancias. Es decir, que no es un fenómeno que se acaba en segundos”, continúa González, quien asegura conocer casos en los que la luz acompañó durante horas a algún testigo, a pocos metros de distancia y cambiando constantemente de posición.
González descarta varias hipótesis que se han barajado a lo largo de los años, entre ellas, que se trate de destellos de las piedras o de algún tipo de mineral. Tampoco cree que se trate de fuegos fatuos, producidos por la descomposición de materia orgánica. Las alucinaciones o la confusión con estrellas o reflejos de alguna casa tampoco convencen al escritor quien plantea una hipótesis, “la liberación de algún tipo de energía relacionada con las placas tectónicas, aunque no explicaría el comportamiento inteligente que ha tenido la luz”.
Muchos testigos hablan de una luz que no siempre tiene el mismo tamaño; en ocasiones puede tener las dimensiones de una pelota de tenis, pero en otras, llegan a alcanzar las de un balón de baloncesto. Su color puede ser variable, por lo general blanca azulada, aunque a veces es rojiza; y revolotea constantemente, llegando incluso a dividirse en dos o fundirse en una sola. Son luces conocidas como populares porque se pueden ver en muchos lugares; se acercan con curiosidad a la gente sin provocar efectos sobre las personas ni sobre las cosas.
Rodríguez Berriel cuenta que aunque a sus 78 años nunca ha visto La luz de Mafasca, sí que ha tenido la oportunidad de conocer a varias personas que la vieron. Reconoce que la picardía popular ayudó en ocasiones a dar más dimensión al fenómeno, “cuando llovía en Fuerteventura la gente se iba por las noches a llenar las gavias con un farolito, y desde lejos se veía aquella luz. Podía pasar también que el señor que venía de ver a la amiguita de madrugada, y podía ser descubierto por alguien que se le acercara, encendía el mechero o el cigarro y le daba unas caladas, algunas grandes y otras más pequeñas. Cualquiera que viera aquella luz de noche pensaba que estaba ante La luz de Mafasca”.
Pero cualquier explicación que los investigadores tratan de dar, se topa de bruces con un muro que vuelve a convertir el fenómeno en una incógnita. Los rayos en bola pudieron dar respuesta al misterio, por tratarse de un fenómeno natural relacionado con tormentas eléctricas; puede moverse o permanecer estacionario sin embargo, según González, “el comportamiento de La luz de Mafasca excede los atributos de los rayos en bola y de cualquier otro tipo de fenómeno que haya descrito la ciencia”.
El gran descubrimiento del periodista fue Domingo Alberto Brito, un majorero que contaba con 83 años a principios de los 90, cuando González tuvo la oportunidad de entrevistarle. En ese encuentro, Brito le contó que había tenido contacto físico con la Luz. “El la había visto muchas veces, y la última ocasión en que pudo verla fue al año de casarse. Una noche, regresando desde Betancuria hasta Antigua, la
Luz le acompañó durante más de dos horas en el camino. Brito contaba que cogía una vereda o un atajo y la Luz hacía lo mismo, saltando de piedra en piedra. Al llegar a la casa, la Luz se había colocado en una piedra, al lado de la casa. El tuvo una reacción un tanto juguetona, y al ver la Luz flotando sobre la piedra, le dio una patada. En ese momento La luz dio un estallido luminoso y él contaba que parecía que se hubiera hecho de día de golpe; se asustó tanto que entró en casa a trompicones y curiosamente nunca más volvió a ver la Luz“. Sin embargo, su mujer y sus hijos sí que siguieron viéndola después de aquel episodio.
Lo cierto es que muchas historias cuentan que se sucedieron muertes repentinas cuando algunas personas entraron en contacto con la luz. El director de cine, Zacarías de la Rosa, en su película 'La Luz de Mafasca' (2012), cuenta varias historias con la Luz como hilo conductor. En ella, incluyó testimonios reales de personas que habían visto la Luz a lo largo de su vida, alguno de ellos hacía tan sólo cinco o seis años. En estas declaraciones, estuvo presente el recuerdo de varias personas que fallecieron, Chano Roger cuenta en la cinta que “hubo una vez que un señor, que no creía en La luz de Mafasca, viajaba una noche a lomos de un burro con uno de sus hijos; la luz le salió y le dijo que si no fuera por el hijo que llevaba en los brazos, se convertiría en luz y la luz en él. A los dos días de llegar a casa el hombre murió mientras dormía”. Juan Viera recuerda otro caso, el de un señor que fue advertido de la presencia de la Luz, algo de lo que él renegó, muriendo a los ocho días. Y no es el único caso, las historias que se transmiten de padres a hijos, cuentan que todo el que no creía en el fenómeno acababa muriendo.
Sin embargo, de todos los aspectos relacionados con el fenómeno, el tamaño de la Luz es quizás el que más dudas despierta. González reconoce no tener aún claro, después de años de estudio, el por qué la Luz puede verse desde varios kilómetros de distancia y a medida que se acerca, su tamaño es menor que cuando se veía a lo lejos. Sin embargo le atrae el hecho de que en Fuerteventura esté tan normalizado. “Es un fenómeno real, repetitivo, la gente convive con él y en casi todas las familias hay alguien que la ha visto. El hecho que la sociedad intente articular una explicación al origen de la luz es como un intento cultural de aprender a vivir con él”, y añade González, “yo no tengo duda de su existencia, tengo muchas grabaciones con declaraciones que lo confirman. Puede que la intensidad o frecuencia de los casos, o la propia orografía de la isla, haga que sea el caso más conocido de todas las islas”.
Misterios ilustrados
La luz de Mafasca se ha hecho un hueco importante en la literatura y el cine de Canarias. A los libros, 'Los Majalulos' de Andrés Rodríguez Berriel y 'Canarias Misteriosa' de José Gregorio González, se unió 'La Luz de Mafasca'. Una película para la que su director, Zacarías de la Rosa, escogió rodar en un paisaje muy peculiar de Fuerteventura: Cofete.
De la Rosa cuenta en declaraciones a Canarias Ahora que con su película, “me salté la leyenda oficial, quise contar mi propia visión de la fábula; en ningún momento he pretendido que la película sea la historia oficial de una leyenda. Durante el proceso de la película, lo que descubrí es que en Fuerteventura según la zona donde te encuentres cambia tanto la historia en sí, como su origen. Lo que no se modifica, es el hecho en sí de ver una luz incandescente, de un tamaño mayor o más pequeña, que interactúa con la gente y acompaña en el camino; lo que sí cambia es el contenido y el por qué de las luces”.
El director es un firme defensor de la existencia de la Luz; es la conclusión a la que llegó después de una larga investigación en la que leyó mucho sobre el tema. “Estoy maravillado o hipnotizado por este fenómeno tan grande y esta leyenda tan peculiar; me parece, después de haber estado estudiándolo durante mucho tiempo, que se menos que antes”, asegura en la entrevista. El hecho de que la Luz se pueda ver en otros lugares del Archipiélago reafirma su tesis e incluso cuenta el caso de un señor en Gran Canaria que sufrió burlas durante muchos años porque aseguraba haber visto algo que nadie creía. Ese algo era la luz, que se movía de un lado a otro, de la misma forma que hacía en Fuerteventura, en La Palma e incluso en el Puerto de La Luz y Las Palmas, en Gran Canaria, del que dicen que tomó su nombre.
Sin embargo, de todo su estudio, lo que más intrigó al director fue la sensación de miedo que todas las personas a las que tuvo la oportunidad de entrevistar le expresaron. La película mezcla ficción y documental, por lo que fue necesario contar con los testimonios de personas que vieron la Luz en algún momento de su vida. Después de aquellas entrevistas, de la Rosa llegó a una conclusión: “no parece una luz del infierno o del espectro que venga a matar gente, tal y como podría aparecer en cualquier película norteamericana al uso. Descubrí que La Luz de Mafasca era un miedo interno que tenía todo el mundo y en muchas ocasiones, ese temor era irracional. Muchas veces las personas que no la habían visto tenían más miedo que las que sí la habían visto. Eso me intrigaba y es lo que traté de reflejar en la película; más que contar la historia de la leyenda lo que traté de hacer fue reflejar las reacciones de la gente ante la leyenda”.
A de la Rosa le costó mucho ganarse la confianza de aquellas personas; pero cuando lo logró, le contaron abiertamente lo que pensaban sobre aquel fenómeno que se producía en la Isla desde hacía varios siglos. Fenómeno que ellos llamaban 'La luz del carnero', haciendo alusión al origen de la leyenda.
Cristina Francés es el testimonio más joven de todos los que participan en la parte documental de la película. En su alocución narra con cierto temor lo que sintió al ver la Luz, “sola no la quiero volver a ver; me dio mucho miedo. En ese momento iba en el coche y cuando la pude ver, subí la música, cerré los seguros, aceleré la marcha, en definitiva, estaba asustada. Estaba pasando cerca de un barranco donde no había luz, salvo aquella que cambiaba constantemente de tamaño. En un primer momento pensé que sería alguien con una linterna, pero cuando la luz se situó en la montaña que tenía enfrente, fue cuando realmente me asusté y me di cuenta de lo que estaba viendo”.
Pepe Hernández reconoció en el documental haberla visto hacía unos años. Estaba regando y la luz apareció; salía de la playa de Ajuy y se desplazó hacia una valla que había tras la casa de Hernández. Una vez allí desapareció. A la noche siguiente se volvió a producir aquel inquietante suceso. Hernández reconoce tenerle miedo, “nunca he visto algo en mi vida que me haya llamado tanto la atención como aquella cosa; no quisiera que volviera a salirme”. En su repaso por la historia de la Luz, recuerda que un chofer de guaguas de Gran Tarajal, en Tuineje, decía que no le tenía miedo hasta que una noche se le montó encima del motor del vehículo. “Hay gente que ha hecho por verla y le ha cuadrado mal”, afirma en alusión a todas aquellas personas que renegaron de ella y terminaron falleciendo.
La película de Zacarías de la Rosa se grabó en la playa de Cofete, un lugar cargado de simbolismo tras el paso de Gustav Winter; y las historias que aún se cuentan en la Isla alrededor de la villa que construyó en la playa más alejada y espectacular de Fuerteventura. “Escogí esa ubicación porque la ambientación artística que me daba era espectacular, con un cementerio en medio de la playa. La leyenda también hablaba de una señora que vivía en una casa donde había un cofre escondido y me pareció que Villa Winter era el lugar adecuado dado que la verdadera Casa de la Señora había sido destruida”, explica el director.
Además, de la Rosa da un paso más y cuenta una nueva versión de la leyenda que gira en torno a la misteriosa construcción. En esta nueva narración a la que tuvo acceso, explica que la presencia alemana en Jandía se debe a la creación de un laboratorio para tratar de desentrañar La luz de Mafasca, “se desplazaron a la casa Winter porque allí se podía ver la luz. Esa parte de la historia me pareció muy rocambolesca y en un principio estaba incluida en la película, pero finalmente la tuve que descartar”.
La presencia de Winter en Jandía se notó desde el mismo instante en que se trasladó a la Isla. Tanto es así que la destrucción de la casa original, situada entre Morro Jable y la Punta de Jandía, corrió a cargo del propio Gustav Winter. “Era un hombre poco dado a las leyendas, y las pocas ruinas que quedaban de aquella construcción las destrozó. Se llevó la piedra para hacer algunas obras entre las que se encontraba un depósito”, cuenta Rodríguez Berriel, “como buen nazi no era muy dado a conservar las leyendas; nunca pensaba en las cosas antiguas, e incluso decidió no conservar el antiguo cementerio de Morro Jable. Él solo buscaba el dominio férreo en aquellos tiempos”.
Pero Gustav Winter no pudo evitar que aquellas historias fantásticas protagonizadas por divinas pastoras, mujeres tristes y ovejos asados con la madera de una cruz se siguieran transmitiendo generación tras generación. Y ya sea bajo el nombre de La luz de Mafasca o como La luz del carnero, la leyenda se mantiene viva, pese a la contaminación lumínica, los tendidos eléctricos y los coches circulando por las vías más recónditas y desiertas de la Isla.
De brujas y piratas
La luz de Mafasca es la leyenda más popular de Fuerteventura, pero no la única. Conocidas como 'las brujas', las historias que rodean a estas mujeres nada tienen que ver con las típicas leyendas protagonizadas por viejas desdentadas. Las brujas majoreras eran bellas, con buen cuerpo y se presentaban completamente desnudas. “Actuaban untándose de adormidera y se mofaban de los hombres; era un alarde de feminismo llevado a su máxima expresión en un tiempo en el que el machismo era exagerado”, cuenta Andrés Rodríguez Berriel, estudioso de Fuerteventura.
Algunas de estas historias relataban cómo las brujas aprovechaban que algún hombre venía de madrugada caminando, después de ver a su novia. Se encontraba con un camello o un burro amarrado y lo cogía para regresar a su casa. Con las primeras luces, el hombre se despertaba sentado sobre una piedra y se escuchaban las risas y el regodeo de las brujas, burlándose del hombre al que habían engañado. Historias que se están perdiendo y según Rodríguez Berriel, “es una pena que desaparezcan porque pese a que se ha intentado, se han conseguido mantener en la memoria del pueblo”.
Pero Fuerteventura no es la única isla del Archipiélago con sus cuentos y leyendas. En La Gomera, también se aparece una luz, conocida como La luz del Tesoro. El periodista José Gregorio González cuenta que esta misteriosa luz hacía su aparición en un lugar denominado como La Vega Abajo, situado entre Chipude y La Dama. “La leyenda habla de un barco de corsarios que desembarcan con un tesoro; dos de los tripulantes descienden de la embarcación y entierran el tesoro; tras hacerlo, uno de ellos es asesinado por el otro. Cuando regresa al barco, le espera un tercero que se da cuenta de lo que ha sucedido. Se enfrentan y terminan muriendo con el tesoro perdido en algún lugar de la Isla”.
Desde ese momento una luz se ve en La Gomera, “es el alma en pena del primer corsario que murió asesinado”, y aclara González, “la moraleja es que si sigues a la luz puede que encuentres el tesoro; pero si lo haces, se libera el alma penante y te quedas tú en su lugar, convertido en luz”.
Leyendas como estas son más frecuentes en países como Alemania y Noruega, y han sido adaptadas a Canarias, a sus costumbres y orografía.
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