La figura del trabajador social suele ir ligada a la de un profesional que lidia con niños conflictivos o que despoja a los hijos de los brazos de su madre. Sin embargo, su labor es mucho más humana y participativa llegando incluso a convertirse en un referente para los chicos.
El día en un hogar para menores comienza como en cualquier otra casa. Se levantan, hacen sus camas y desayunan. Preparan su mochila y se marchan al colegio acompañados por un educador social.
Un hogar de acogimiento residencial para menores es un piso o vivienda algo más amplia en la que conviven menores con características comunes -por ejemplo de edades cercanas- y siempre a cargo de varios educadores. Aquí tienen sus necesidades básicas cubiertas, residen en un entorno seguro que facilita su desarrollo personal y pueden regresar puntualmente a su casas. Con este sistema se busca normalizar en todo lo posible la vida de los pequeños y al mismo tiempo se evita el desarraigo de sus familias. No son hogares definitivos, sino que se busca la reintegración familiar en un determinado periodo de tiempo.
Es la hora del almuerzo y los educadores sociales esperan a los niños fuera del colegio para retornar al hogar. Comen, descansan y hacen sus tareas. El educador los vuelve a acompañar pero esta vez a sus actividades extraescolares: van a baloncesto, fútbol, danza, piscina o teatro. Siempre intentan ajustar la oferta a los gustos de los menores. Quizá esa tarde algún niño tenga una cita médica, entonces irá con el educador. También si el menor lo necesita acudirá al psicológico o al logopeda.
Para que un menor termine en un hogar de acogimiento ha tenido que sufrir en su núcleo familiar algún tipo de carencia grave. Posiblemente, no recibía una alimentación adecuada, no acudía a su centro escolar o vivía en la ausencia de normas y disciplina. Puede que el pequeño no disfrutara del afecto de sus progenitores, no recibiera cariño, estimulación o estabilidad o incluso padeciera maltrato físico. Estos indicadores de desamparo convierten a un menor en alguien desprotegido, y pueden suponerle a corto, medio o largo plazo un daño profundo e irreversible. En Canarias es la Dirección General de Protección del Menor y la Familia del Gobierno de Canarias la que determina la situación de desamparo del niño. Después lo trasladan a un centro perteneciente, al ayuntamiento o cabildo y de aquí lo derivarán a un hogar de acogimiento.
Al mismo tiempo, los hogares trabajan con los padres para que reduzcan o eliminen los indicadores de desamparo. El contacto es estrecho, se realizan supervisiones, escuelas de padres y entrevistas con los trabajadores sociales. El objetivo es que los chicos pueden retornar a sus casas en un futuro.
Llega la noche y los menores se duchan, cenan y se van a dormir. Ha sido un día más pero como el de cualquier otro niño de su edad. Con sus conflictos y rencillas, pero también aprendiendo a colaborar y cooperar porque el trabajo en equipo hace más fácil la convivencia. Dentro pueden discutir para ver quién es el primero en conseguir algo, pero fuera se protegen unos a otros y forman una piña. Como en una familia normal.
Una vertiente positiva
Con el tiempo, comienza a sobresalir la evolución de los menores. El trabajo diario y el esfuerzo terminan teniendo sus frutos. Siempre hay avances desde el momento que el menor se encuentra en un espacio en el que puede desarrollar sus capacidades positivamente y teniendo cubiertas sus necesidades básicas. “Como persona me siento realizado, haciéndoles sentir lo más cómodo posible y buscando su mayor bienestar”, afirma el educador responsable de un hogar de Gran Canaria. También reconoce que en su trabajo hay muchas noticias malas, pero que todo ello se ensombrece en el momento que ven la cara de felicidad de los niños al recibir un regalo o si vuelven a encontrarse con sus padres. Eso sí, confiesa que es muy importante desconectar. “Aunque a veces es imposible no llevarse los problemas a casa, pero como en cualquier otro trabajo”.
“Este trabajo me ha enseñado a valorar las cosas, a priorizar, a pensar qué es un problema real en la vida. Hay menores que han vivido cosas que yo no veré jamás y compruebas que lo han superado”, asegura otro trabajador social. La palabra que más define su trabajo es la satisfacción. Le alegra comprobar que hay chicos que entraron al centro con alguna carencia y que después de finalizar su etapa se encuentran bien. Dentro del hogar, no ha parado de crecer su capacidad de asombrarse con el ingenio que muestran algunos chicos, quienes “a veces, ante una dificultad crean una solución ingeniosa”. Confiesa que su trabajo transcurre por algunas etapas duras pero en definitiva “la convivencia es normal, la gente se sorprendería”.
Para los menores, los educadores sociales son las personas que pasan a su lado días, meses e incluso años, convirtiéndose en sus referentes. “Marcas un poco su vida, ellos te ven a diario, ven que te preocupas por sus cosas y que estás ahí para ellos”. Por eso pasan los años, y muchos menores recuerdan con cariño a los educadores que permanecieron con ellos durante mucho tiempo.
La labor de Aldeas Infantiles
Aldeas Infantiles es una ONG que trabaja con este modelo de acogimiento. Cuenta con un programa de protección del cual forman parte las aldeas u hogares. Disponen de dos casas para niños menores de 6 años y 4 viviendas para mayores de 6. Son hogares unifamiliares en los que hay un educador permanente, dos educadores ayudantes y un máximo de 6 menores. Además siempre se pretende mantener unidos a los grupos de hermanos. La figura de madre/padre SOS es la de una educadora o educador que actúa como referente para los pequeños, atendiéndoles en sus necesidades diarias y proporcionándoles estabilidad emocional. Se pretende normalizar la vida de los niños, que formen parte de una familia como las demás y que disfruten de la tranquilidad que en sus casas de origen no pueden tener.
Al principio los niños llegan con falta de estimulación pero con el tiempo van evolucionando. Desde Aldeas Infantiles reconocen la satisfacción que produce comprobar el progreso de los menores y cómo van saliendo adelante a pesar de las dificultades. Y aunque no estén con sus padres, los niños son felices porque la ONG intenta proporcionarles una vida de calidad.
La crisis económica ha generado conciencia social hacia la pobreza y maltrato infantil, pero no hacia la labor de los educadores, trabajadores e integradores sociales. En gran medida se desconoce el trabajo que realizan día a día y de contacto directo con los menores. Sin embargo, les reconforta saber que pueden influir de manera positiva en los niños, que pueden progresar y tener un futuro mejor “si de 100 niños influyes solo en uno, ya merece la pena este trabajo”, sentencia un trabajador social.
Las cifras en Canarias
La Consejería de Asuntos Sociales del Cabildo de Gran Canaria cuenta con un total de 53 centros para un total de 514 menores y jóvenes, distribuidos de la siguiente manera:
-3 CAIs con un total de 84 plazas
-2 Centros Maternales con 16 plazas
-38 Hogares de menores de entre 4 y 16 años con 328 plazas
-10 Centros de Jóvenes con 86 plazas
Además hay ONGs que realizan las funciones de hogares de acogimiento residencial y que dependen al mismo tiempo del Cabildo.
El Instituto Insular de Atención Social y Sociosanitaria, que está bajo la tutela del Cabildo de Tenerife, dispone también de una red de centros para menores:
- 4 centros de atención diurna
- Varios centros de atención residencial
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