Las hogueras comienzan a arder y la candente esencia característica de cada atardecer del 23 de junio envuelve las Islas (y parte del mundo). Malos augurios y espíritus, votos de amor y fertilidad… Según la versión pagana de la festividad, todo se prende fuego en las hogueras de la Noche de San Juan.
Para los que optan por la interpretación del cristianismo, se celebra el nacimiento de San Juan Bautista en la medianoche del 23 al 24. Una perspectiva cristiana preferente en la actualidad para el municipio norteño de la isla de Tenerife: la Villa de San Juan de la Rambla.
El grave sonido de un instrumento salitrado y la acústica natural facilitada por la orografía son los protagonistas de la noche. Y es que el soplido de las caracolas o bucios, tal y como son conocidos en el Archipiélago, representan desde hace algunos años el denominado Resonar del Bucio.
Se trata de un evento que reúne a vecinos del municipio ramblero y alrededores, vestidos de blanco, que descienden al anochecer por el afamado Risco del Mazapé, sujetando antorchas encendidas (popularmente llamadas hachitos). El recorrido es amenizado por la sonata de bucios emprendida por los propios participantes. Un auténtico sonido melódico y vibrante en las manos más expertas.
Tras el descenso, la imagen de San Juan Bautista, acompañada por la Venerable Hermandad de San Juan Bautista de La Laguna, espera el encuentro con los peregrinos en el casco histórico de la villa para continuar el trayecto hasta la parroquia matriz.
Algunos de los elementos más representativos de la festividad son el color blanco, como símbolo de la pureza del bautismo; el fuego, asegurado por una antorcha y la resonancia del instrumento natural, en forma de caracola.
El Resonar del Bucio fue una celebración inexistente hasta el preciso instante en el que Ricardo González vislumbró en 2003 a San Juan de la Rambla, como el lugar idóneo, para recuperar tal extracto bíblico en el mismísimo siglo XXI.
Ricardo, natural del pueblo vecino de Icod de los Vinos e impulsor de la festividad, tenía 18 años cuando comenzó a indagar sobre la posible conexión existente entre el bucio y el pueblo canario.
Fue en el año 1986 cuando este artesano icodense consultó a su madre, por primera vez, qué era aquel elemento decorativo y en forma de caracola que se encontraba sobre la televisión. Una inocente pregunta que marcó el descubrimiento de apasionantes historias y vivencias, rescatadas del recuerdo de nuestros mayores, sobre el uso común y cotidiano de los bucios entre la población.
Ricardo González, artífice del rescate de la tradición, afirma que “tocar el bucio era todo un lenguaje para los antiguos habitantes de la isla”. Pues según cuenta, la mayor parte de su práctica consistía en actuar como medio de comunicación para diversas situaciones y ocurrencias (algunas de ellas bastante inéditas e impensables en la sociedad actual). Tal es el caso del soplido continuado del bucio con el propósito de anunciar y ridiculizar a aquellos embarazos concebidos por parejas fuera del matrimonio. Asimismo, se empleaba como aviso para divulgar la muerte de un burro y protagonizar la ficticia partición del animal fallecido, como acción de burla, entre los habitantes del pueblo.
También existían otro tipo de prácticas (menos descabelladas) como sistemas de alerta para informar sobre incendios en los montes de la isla o el posible peligro de colmenas en la zona.
Tal y como afirma el tocador de bucio Ricardo González, “con motivo de la celebración del nacimiento del San Juan Bautista el 23 de junio, se tocaban las caracolas o bucios durante la Noche de San Juan. Un nacimiento que, unido al 24 de diciembre con motivo de la llegada de Jesucristo, constituyen los dos únicos festejos en el cristianismo; el resto de conmemoraciones son a raíz de fallecimientos”.
Tras llevar a cabo un minucioso estudio, el icodense da comienzo a un intenso recorrido por municipios tinerfeños, e incluso de otras islas (El Hierro o La Gomera), con el objetivo de encontrar el emplazamiento ideal en el que poder rescatar la postergada tradición.
Ha sido un camino largo y, en ocasiones, arduo. Sin embargo, con la expresa ayuda de dos vecinos del municipio ramblero (Antonio Abreu y José Domingo Hernández), es en 2009 cuando tiene lugar la primera celebración del Resonar del Bucio. Una festividad que, a pesar de ciertos contratiempos, ha marcado el inicio de un encuentro entre peregrinos cada 23 de junio en la Villa de San Juan de la Rambla.
Este año 2016 tuvo lugar la octava edición del encuentro, el cual obtuvo un mayor grado de acogimiento tanto por parte del pueblo como de los municipios vecinos. Pues a lo largo de estos años, se ha podido apreciar un considerable aumento en el número de peregrinos dispuestos a conservar la tradición, así como a disfrutar de la misma.
Según afirma Ricardo González, “el Resonar del Bucio ha logrado congregar en el municipio ramblero alrededor de 500 participantes, provenientes de diversas partes de la isla de Tenerife”. Una cifra que refleja el trabajo realizado hasta el momento por estos tres persistentes norteños (Antonio Abreu, José Domingo Hernández y Ricardo González): anunciación y divulgación del evento, explicación histórica en diferentes medios o búsqueda de caracolas, entre otras acciones.
No obstante, tal y como declaran los organizadores del evento, aún queda un largo camino por recorrer. Y es que según reclaman, el casco histórico de San Juan de la Rambla, núcleo donde se desarrolla la conmemoración, necesita un mayor nivel de preparación de cara a la celebración cada 23 de junio: acondicionamiento de una zona provisional de aparcamientos o una limpieza extra de la zona del Risco del Mazapé (punto de encuentro inicial de los peregrinos), son algunos de los objetivos perseguidos para años posteriores.
Asimismo, confían en añadir novedades al evento con el propósito de celebrarlo según contaba la tradición. Ya sea ofreciendo a los peregrinos bizcochos al final del recorrido, pues como recuerda Ricardo “San Juan fue conocido durante muchos años por sus bizcochos”; e incluso, finalizando la peregrinación en el mar como símbolo del nacimiento de San Juan Bautista.