Treinta años de una exhibición fatídica

A la zona de Lomo El Púlpito se accede por un camino angosto en el que es fácil tropezarse con unos cuantos perros sueltos, negocios que suelen ir cambiando de nombre cada cierto tiempo, gente de aspecto extraño y algún coche lleno de toallas y parasoles. Ya en lo alto, el sonido de los eucaliptos en movimiento se mezcla con el rugido de los aviones del cercano aeropuerto de Los Rodeos, situado justo enfrente y del que esta montaña lagunera que conecta con la Mesa Mota ofrece una vista espectacular. Cuesta imaginar que un aeródromo con un punto incluso bucólico, enclavado entre huertas, haya sido el escenario de varios accidentes aéreos muy trágicos. De uno de ellos se cumplió recientemente su 30 aniversario.

Fue el domingo 8 de abril de 1984. Una muestra aeronáutica hacía de colofón al II Congreso Nacional de Aviación General, que se había desarrollado en la Isla durante la semana previa. También se conmemoraba el día del aeropuerto de Tenerife Norte. Era una jornada festiva en la que todo iba bien hasta que sucedió lo que nadie esperaba, con el resultado de cinco fallecidos y quince heridos. La diferencia en el número de muertos con otros infortunios acaecidos en Los Rodeos es significativa, pero los factores que envolvieron lo ocurrido bien lo elevan a la categoría de tragedia. Porque no solo había alrededor de 6.000 personas presenciando las peripecias de los pilotos –por lo que pudo ser bastante peor–, sino que, de ellas, muchas pertenecían a familias enteras que habían decidido pasar el día con sus hijos pequeños y, paralelamente, se dio un grado de localismo desconocido en anteriores percances, en los que los afectados eran en su mayoría extranjeros.

Entre los asistentes a aquel espectáculo fatídico estaba José Antonio Rodríguez Felipe, uno de los grandes conocedores de la historia del barrio de San Lázaro y fotógrafo amateur. “El avión llegó al suelo y, después, imagínate un montón de gente corriendo sin saber ni para dónde”, describe cuando se le pregunta sobre lo que ocurrió durante el penúltimo acto de aquella celebración. Hasta entonces había volado un helicóptero del Servicio Aéreo de Rescate (SAR); habían realizado acrobacias Ciro Ucelay y Sebastián Almagro, en aquella época campeón de Europa en vuelo en planeador; hubo simulacros de ataque de cuatro Mirage F-1 pertenecientes al 462 Escuadrón del Ejército del Aire, y 40 niños de La Palma vivieron, según definía la prensa de la época, su “bautizo” aéreo en un avión de la española Aviaco.

Pasado el mediodía llegó el turno de una avioneta Zlin Z-50, matrícula DLY, número de serie 22. Fabricado por la empresa de aviación checa Moravan Otrokovice, era uno de los mejores aparatos de la época para realizar acrobacias, dotado de un motor Lycoming de 260 caballos y seis cilindros. A España habían llegado cuatro iguales para el Equipo Nacional de Vuelo Acrobático (ENVA), si bien el que voló en aquella mañana infausta era propiedad de Ciro Ucelay, un extraordinario piloto de acrobacias que había formado parte del citado conjunto, afirman varios entendidos en la materia. Antes del suceso, Ucelay realizó con éxito acrobacias con la avioneta a la postre siniestrada.

Jesús Miguel Piñero también estaba allí. Hoy piloto profesional, en 1984 era un joven de 17 años ya apasionado de la aeronáutica que se había desplazado a Los Rodeos a disfrutar de la exhibición. Su relato supera lo publicado por los periódicos: “El avión estaba delante del aparcamiento del Aeroclub. Lo arrancaron. Se posicionó delante de nosotros. Hizo un despegue corto de máxima performancia del avión, levantó la cola en nada, le pegó un tirón y lo subió a mejor ángulo de ascenso. Subió. Si hubiese ascendido a lo mejor 500 pies más, no hubiese pasado nada. Se dejó caer. Lo perdí detrás de las cabezas de la gente. Pasó cerca de un 727 de Iberia que iba para La Palma y se coló entre una fila de avionetas que estaban aparcadas. Hay un vídeo hecho por Santiago Darias, que era un aeromodelista, y que Televisión Española le compró, en el que se ve como le pega un par de tirones y no remonta. Llegando al suelo se le desploma”.

A partir de ahí, la tragedia. La aeronave empezó a deslizarse por el suelo, rompió la valla protectora e impactó contra el público. Algunos espectadores salieron despedidos y, a continuación, el avión empezó a arder. La zona se convirtió en una masa de humo negro hasta la llegada de los bomberos, que trataron de apagar las llamas con espuma. Según explica Piñero, no podían quitarle los “atalajes” al piloto y tuvo que ser el también aviador Sebastián Almagro quien ayudase a liberarlo. Lograron sacarlo con vida, pero, poco después, ya de camino al Hospital, falleció.

A los mandos estaba Agustín Gil de Montes, considerado uno de los mejores pilotos acrobáticos de España, hasta el punto de que había obtenido el título nacional de la especialidad y era capitán del ENVA. Un experto consultado revela que tenía amistad con el rey Juan Carlos, que aquel día se llevó “un buen disgusto”. Profesionalmente, pertenecía a la compañía Iberia, donde había acumulado miles de horas de vuelo. “Al igual que Ciro Ucelay era un muy buen piloto. Yo lo conocí, primero, como capitán en Los Alcázares, que era una base aérea que estaba cerca de San Javier [Murcia], donde hice los primeros estudios de piloto de complemento y él hacía de capitán de día. La siguiente vez que lo vi fue en Iberia, donde era instructor de simuladores. Fue copiloto del DC-9 y después pasó al 747”, rememora el comandante Manuel Luis Ramos, uno de los más reconocidos profesionales de la aviación en Canarias.

Escenas imborrables

Escenas imborrablesEl choque de la Zlin Z-50 contra el suelo y, posteriormente, contra quienes presenciaban las acrobacias dejó escenas que algunos asistentes –muchos de ellos vecinos de La Laguna– reconocen que no olvidarán en su vida. Mientras que los servicios de megafonía del aeropuerto pedían que se abandonase el recinto para facilitar las tareas de rescate, eran muchos los que corrían desorientados presos de la tensión del momento o en una búsqueda desesperada de familiares y amigos. A tal punto llegó lo ocurrido que, además de las ambulancias de la Cruz Roja, vehículos de policía y coches particulares se convirtieron en improvisados medios para el traslado de los heridos. Incluso, en una crónica publicada al día siguiente en un rotativo local se recoge que una unidad móvil de Radio Club Tenerife llegó a colaborar en la evacuación de un afectado por el accidente.

Una de las llamadas de aviso a los centros sanitarios fue del hoy diputado socialista en el Congreso José Segura Clavell, a la sazón presidente del Cabildo de Tenerife, quien disfrutaba de la exhibición junto a su familia en una terraza abierta de la primera planta de la antigua terminal de pasajeros. “Inmediatamente, yo me movilicé. Era presidente del Cabildo de Tenerife y, consiguientemente, presidente del Consejo de Administración del Hospital. En aquel momento se activaron todos los medios de auxilio de los que se disponía”, recuerda en conversación telefónica el veterano político. “Fue un ejemplo de una circunstancia desgraciada en la que los organizadores no supieron prever que podía producirse un accidente como el que se produjo. Y la autoridad aeronáutica, igual”, sostiene quien, entre 1991 y 1993, acabaría siendo alcalde de La Laguna, el municipio en el que está ubicado el aeropuerto de Tenerife Norte.

Se da la circunstancia de que José Segura también ha tenido que pasar por trances similares en otras dos ocasiones. El primero fue a principios de la década de los 80, cuando un avión de la compañía danesa Dan-Air se estrelló en el monte de La Esperanza y, al ser consejero del Cabildo, tuvo que subir junto al presidente de la época, José Miguel Galván Bello. “Las imágenes que vi no se me olvidarán en la vida”, señala. Durante su etapa como delegado del Gobierno en Canarias también acudió a la zona en la que se había siniestrado una avioneta, cuyos ocupantes fallecieron. Aunque tuvo esas otras experiencias similares, apunta que nunca ha podido olvidar el impacto que le produjo el suceso de 1984, uno de los peores momentos que le tocó vivir al frente de la institución insular, según reconoce. “Las alas iban chocando con personas que estaban de pie y a las que no les daba tiempo de correr, y las iba tirando. Fue impactante; fue una desgracia terrible”, relata con cierto pesar.

Cinco de los heridos en el accidente fueron trasladados a la Residencia y el resto, al Hospital General. Personal sanitario de ambos centros que estaba de libranza acudió a su puesto de trabajo y, para facilitar la labor de los facultativos del Hospital, el presidente del Cabildo llegó a pedir por la radio que, salvo por razones de urgencia, los familiares de los hospitalizados por causas no relacionadas con el accidente se abstuviesen de ir a visitarlos. Para hacer frente a la situación, soldados de varias unidades militares acudieron a donar sangre.

Cinco personas murieron en el siniestro. La peor parte se la llevó, probablemente, una familia de la que perecieron dos de sus tres hijos, mientras que la madre sufrió heridas muy graves en las piernas. Ante lo ocurrido, el Gobierno Civil de Santa Cruz de Tenerife recibió diferentes muestras de condolencias, una de ellas de Felipe González, que era presidente del Estado. Un día después tuvo lugar el funeral en la Catedral de La Laguna, oficiado por el obispo Luis Franco Cascón y al que acudieron las principales autoridades del momento, entre quienes se encontraba también Jerónimo Saavedra, máximo responsable del Ejecutivo canario.

Conjeturas

ConjeturasLas conjeturas sobre las causas no se hicieron esperar. Una salida demasiado vertical o un despegue sin la suficiente potencia fueron algunas de las posibilidades que recogían los periódicos de los días posteriores a la desgracia. Pero, tal como indica Manuel Luis Ramos, es muy difícil averiguar lo ocurrido en un accidente de un avión acrobático. “Puede haber desde un fallo técnico –como puede ser que, por avatares del destino, la palanca del avión no vaya bien y no se pueda hacer la recogida tirando del timón de profundidad– a una maniobra mal calculada. O que en un momento determinado cambió el viento”, expresa el piloto lagunero, que agrega que, en las demostraciones aeronáuticas, el público debe estar retirado, algo que no ocurrió aquel día. Los espectadores se situaron sobre la plataforma del aeropuerto, delante del Aeroclub y del hangar, lo que llevó a que después se pusiesen en duda las medidas de protección.

“En aquella época ni la gente pensaba que fuera a pasar nada ni había las medidas de seguridad que hay hoy”, opina a este respecto el piloto de línea aérea Jesús Miguel Piñero, para quien la exhibición fue mal desde el primer momento: “La gente estaba en la plataforma y no debería haber estado ahí. Además, una de las veces, Almagro [que había volado con un planeador] se metió sobre El Púlpito, picó, cogió velocidad, hizo un looping y, a la salida, se encontró con el poste de alumbrado grande del aeropuerto. Cuando vio que lo iba a embestir le metió un resbale y lo sacó, pero se quedó con poca velocidad y pegó una pasada por encima de la gente”.

Un elemento llamativo del siniestro es que uno de los barrios más cercanos al aeropuerto, San Lázaro, celebraba sus fiestas ese fin de semana, debido a que el viernes anterior había sido el denominado por la Iglesia Viernes de Lázaro. La que era una mañana tranquila y entregada a la tradición enseguida quedó marcada por las sirenas de los servicios de emergencia que entraban y salían de la instalación aeroportuaria. Siete años antes, el 27 de marzo de 1977, también durante el domingo de las fiestas de esta zona lagunera (que cambian por el carácter móvil de la Cuaresma), ocurrió el accidente de los jumbos, el peor en la historia de la aviación, con 583 fallecidos.

Aquel domingo de abril de 1984 también murió un bañista en Santa Cruz, hubo tres heridos al desprenderse una valla de protección tras un partido de balonmano, dos personas fueron salvadas por el helicóptero del SAR de morir ahogadas en la costa de Tacoronte y tres ciudadanos resultaron heridos en dos accidentes de tráfico. Fue un día negro para Tenerife, pero, sobre todo, para el aeropuerto de Los Rodeos, cuya larga trayectoria de infortunios se incrementó aún más.

Accidentes en Los Rodeos

Accidentes en Los RodeosEntre 1965 y el accidente que se produjese durante la exhibición acrobática de 1984 tuvieron lugar al menos otros cinco siniestros de primer nivel en el aeropuerto de Los Rodeos. Esta serie de sucesos se inició en mayo de 1965, cuando se estrelló un avión de Iberia con 49 pasajeros a bordo de los que solo sobrevivieron 19. Ese mismo año, en diciembre, fallecieron los 32 ocupantes de un aparato de la compañía Spantax. A punto de cumplirse siete años de esa tragedia, un Convair 990 de la misma empresa, con 155 personas a bordo y que realizaba el vuelo entre Tenerife y Múnich, sufrió una explosión al despegar que provocó la muerte de todos los viajeros. Le seguiría el conocido choque entre los jumbos de KLM y Pan Am del 27 de marzo de 1977, el mayor accidente en la historia de la aviación, en el que fenecieron 335 de las 396 personas que viajaban en una de las aeronaves y las 248 de la otra. Por su parte, un Boeing 727 de la danesa Dan-Air sufrió un percance en 1980 en el aeródromo lagunero en el que murieron sus 146 ocupantes.

Las exhibiciones en La Laguna nunca salieron bien

Las exhibiciones en La Laguna nunca salieron bienDesde sus comienzos, las exhibiciones aeronáuticas realizadas en el municipio de La Laguna estuvieron vinculadas a percances. Según el libro Vuelos históricos en Tenerife, de Gilberto Alemán, el primer vuelo en la Isla tuvo lugar en mayo de 1913 por parte del aviador francés Leoncio Garnier, quien un mes antes había sobrevolado Las Palmas. “El avión es llevado a La Cuesta, lugar señalado como aeródromo, y ante miles de espectadores de toda la isla se eleva por los aires, repitiéndose las muestras de júbilo que recibiera en Gran Canaria. El aeroplano da una pasada corta sobre Santa Cruz y Geneto para retornar a la pista. En el momento de tomar tierra sufre un ligero percance dañando parte del aparato, al que hubo que embarcar sin concluir el programa de exhibición previsto a realizar en Tenerife”, se recoge en la citada obra.

La demostración anterior en Gran Canaria tampoco había salido todo lo bien que cabía esperar. Desde el punto de vista exclusivamente aéreo, el despegue y aterrizaje en los arenales de Guanarteme, que hicieron de improvisada pista, se desarrollaron con normalidad. Pero las exhibiciones eran un negocio y Garnier no consiguió rentabilizar aquel vuelo: el público se colocó en las lomas cercanas a la carretera de Tamaraceite para ver gratis el espectáculo en lugar de pagar por unos asientos que iban a permitir al piloto obtener beneficios.

Mejor fortuna tuvieron el galo Poumet en su vuelo sobre el Puerto de la Cruz en 1913 y Lucien Dermasel, en 1914, sobre el Valle de La Orotava. Sin embargo, el 22 de septiembre de 1913, en una nueva exhibición en La Laguna, en este caso a cargo de Pierron, todo volvió a salir mal. Vuelos históricos en Tenerife apunta que Alejandro Cioranescu lo explicó en los siguientes términos: “Finalmente el aparato se elevó tal como estaba previsto; pero a los pocos momentos se vio que no funcionaba bien, que descendía rápidamente, que se produjo en él una llamarada y que cayó en tierra. Fue un momento emocionante, sobre todo para Pierron, que sin embargo salió ileso. El aparato sufrió desperfectos que parecieron de fácil arreglo”.

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