Ansiedad y depresión: ¿alguien nos ayuda?
Todos nos hemos sentido en alguna etapa de nuestras vidas en un punto muerto. Momentos en los que el trabajo, la familia, la pareja o los amigos ya no son fuente de felicidad. A veces sabemos el motivo, pero otras lo desconocemos y nos genera culpa pensar ¿por qué no soy feliz? Si llamas al “teléfono de la esperanza” (717 00 37 17), un servicio ofrecido por profesionales que hacen una gran labor en casos de emergencia, y preguntas dónde puede acudir alguien que tiene sentimientos de suicidio de manera general, te responden que al médico de cabecera. En casos de ansiedad o depresión, el camino es el mismo: acude a tu médico. En este artículo, analizamos los testimonios de cinco personas que han compartido su experiencia en el sistema sanitario público.
El origen
Los motivos que causan malestar son diversos. Belén (34 años, periodista) refiere causas familiares. Tiene un hijo diagnosticado de autismo, quedó nuevamente embarazada, y había probabilidades de que su segundo hijo tuviera el mismo trastorno. Describe sus sentimientos de ese momento en su vida como de “apatía y constantes ganas de llorar”.
El caso de Sara (40 años, trabajadora en el sector privado) revela conflictos familiares desde la infancia: “Mis padres son excesivamente estrictos y yo soy muy sensible. Hay que cumplir con la sociedad, con la familia… y yo siempre he ido por otro lado. No cuadraba con lo se suponía que tenía que ser, con lo de cumplir expectativas”.
Le diagnosticaron depresión siendo menor de edad. Padecía sensación de inseguridad y desánimo por relacionarse con la gente. Esta situación empeoró en la edad adulta porque mantuvo una relación con un hombre que la maltrataba psicológicamente. Sara considera que su problema psicológico de falta de autoestima la llevó a involucrarse más en esta relación de tipo abusiva.
También son frecuentes los motivos laborales, como los casos de Paula (27 años, psicóloga) y de Manuel (37 años, informático). Para Paula la causa de la ansiedad que sufría estaba relacionada con su alta implicación en su labor como psicóloga con víctimas de violencia de género. “Comenzó con pinchazos en el pecho, en el lado del corazón (...) se me dormían las manos y eso es lo que más miedo me dio (...) debilidad en los brazos, se me caían (...) mareo, sensación rara, como de que pasa algo, de malestar. De ir en el metro y no estar bien, sentir como que la gente iba lenta”.
Manuel atribuye sus síntomas al mal ambiente en el equipo de trabajo. “Los primeros días andaba normal, después me veía decaído, sin ganas de ir a trabajar. Cuando pasaba por algunos sitios antes de ir al trabajo me parecía que me daba un ataque de pánico”. También le ocurría que llegaba a casa y se acostaba a dormir hasta el día siguiente. No quería y no hacía nada más que dormir e ir al lugar de trabajo.
En ocasiones el origen del malestar no es preciso. Paco (36 años, periodista) cuenta cómo durante años ha sufrido largas temporadas de lo que él mismo ha denominado “desgana”, “cambios de ánimo bruscos” y “sensación de no poder con todo”. A veces considera que es por motivos laborales o sentimentales, pero otras «pasa cuando “todo va bien (...) analizo mi vida punto por punto y objetivamente está de puta madre».
Pidiendo ayuda
Una vez los entrevistados se pusieron en contacto con el médico/a de familia, encontramos dos experiencias habituales: medicación y falta de asistencia psicológica. Paco señala que el facultativo le recetó ansiolíticos y tranquilizantes. Él se negó desde un primer momento a tomar la medicación: “Las drogas son para divertirse”, indica. Advirtió al doctor de que no iba a tomar estos medicamentos. Como seguía sintiendo malestar, regresó en dos ocasiones para comprobar si podía acceder a otras soluciones para entender mejor su problema, pero esta fue la misma: ansiolíticos.
Sara cuenta que su paso por el médico de cabecera ha sido siempre para conseguir la medicación y la baja laboral si lo precisaba. Una vez el doctor percibió que las recetas que debían ser dispensadas a Sara tendrían que ser evaluadas por un psiquiatra, procedió a la derivación. No obstante, durante su tratamiento no ha existido terapia ni apoyo psicológico por parte de ningún profesional.
En el caso de Manuel, la doctora de cabecera se negó a recetarle medicación ni a proporcionarle baja médica en un primer momento. Tras escuchar las circunstancias de su paciente, la médica adujo que ella misma había sufrido depresión durante mucho tiempo. “Me decía que a pesar de su depresión nunca había cogido una baja médica”. “Si quieres ser fuerte en la vida tienes que afrontarlo (...) si te sigues sintiendo igual trata de pensar en otra cosa”“, recomendaba la médica.
Por su parte, Manuel le comunicó que había considerado la idea de pagar un psicólogo privado -desconocía la existencia de este tipo de asistencia por la vía pública-, a lo que la doctora contestó que esta opción la veía como “una pérdida de tiempo y de dinero”.
El caso de Paula no es muy diferente. “Después de explicarle la situación, me dio la baja y me dijo que me quería medicar directamente. Le dije que no quería, que pensaba que había otras cosas antes que eso y me despachó. Me sentí un poco mal, la verdad”.
De las personas entrevistadas, únicamente Belén fue derivada a la consulta psicológica. La cita llegó tres meses después y la rutina de terapia se comprendía en una hora, una vez al mes. Belén cataloga de “vergüenza” este tiempo de espera. “Y eso que lo agilizaron, porque mi médico puso que era urgente debido a que estaba embarazada y era un riesgo (...) Afortunadamente no tenía intenciones de autolisis pero si llego a tenerlas tres meses me parecen una barbaridad”.
Burocratización del malestar
Se observa entre los testimonios incomodidad ante la frialdad del personal sanitario. “Me dio un poco de vergüenza”. Manuel pensó en no volver a la consulta porque sentía que había sido tratado como si hubiera fingido o exagerado su situación de malestar psicológico.
Sara realiza una reflexión en esta misma línea: “Parece que estés buscando una excusa para tomar la baja” y que los doctores “estén justificando la baja dándote una medicación. Para un médico son enfermedades y se solucionan medicando, no importa el contexto, lo que quieren es que a ti se te pase, pero con sólo medicación no te quitan el problema”.
Paula también tuvo estas sensaciones en su visita a la doctora tras su ataque de ansiedad. “Me preguntaba: ¿pero estás mal?, ¿estás depresiva?, ¿que no te puedes levantar de la cama?, ¿estás como triste?. Me iba diciendo como los items, pero no me daba tiempo a responder”.
Todo esto lleva a la conclusión de que existe una burocratización de la asistencia sanitaria para estos síntomas psicológicos. Se convierten en el medio para conseguir la baja laboral porque no se sienten capacitados para desempeñar funciones en el puesto de trabajo. Una forma de paliar el malestar, pero no llegar a resolverlo en profundidad.
Es importante aclarar que este reportaje no trata de culpabilizar la acción del personal médico. Existen carencias de índole sistemática en la atención psicosocial de las personas con ansiedad y/o depresión. Faltan recursos (económicos y formativos) designados para tratar este tipo de dolencias.
Pago a un psicólogo
Belén afirma que las sesiones con el psicólogo asignado no tuvieron buenos resultados. Ante la posibilidad de acudir a un especialista por la vía privada, responde: “Tener un hijo con necesidades es tristemente muy caro. Nos llegamos a gastar mil euros al mes en tratar al niño. Prioricé gastos”.
Pero ¿es tan cara la terapia psicológica por la vía privada? Realizamos una búsqueda a través de internet como lo haría cualquier usuario/a que tiene intención de encontrar un/a psicólogo/a que atienda su problema. Llamamos a cuatro profesionales en el área de Madrid centro para consultar los precios de las terapias: la media por sesión propuesta es de 60 euros. Cada psicólogo/a contactado/a asegura que para tratar síntomas de ansiedad y depresión es necesario aproximadamente una sesión de una hora semanal, de modo que si se requieren cuatro sesiones al mes, hablamos de 240 euros mensuales. En tres meses (sin asegurar que no requieras más terapia) la suma aumenta a 720 euros. Sólo un porcentaje mínimo de personas pueden costearse y beneficiarse de este servicio privado, lo cual ahonda también la brecha de clase social. Probablemente estas complicaciones económicas no sean lo más adecuado para una persona con depresión o ansiedad. Entenderíamos que esta incompetencia del sistema sanitario para atender adecuadamente los síntomas de ansiedad y/o depresión acabe siendo incapaz de detectar y prevenir los casos más graves, aquellos que incluso pueden inducir a la autolisis.
Un problema social
El suicidio como problema de cariz social no es algo novedoso en el conocimiento científico desde que Durkhein, el llamado padre de la sociología, publicara en 1897 su estudio El suicidio, mostrando una línea de investigación estadística que relacionaba este fenómeno -que aparenta ser tan personal- con diferentes variables sociales.
Esta relación de las variables psicológica y social es algo que conocen muy bien los profesionales de la salud y el sector social. La salud es determinada a través de los componentes biopsicosociales. Sin embargo, en cuanto a problemas psicológicos se refiere, el sistema sanitario tiende a basarse solamente en la base biológica (como hemos podido comprobar en los testimonios), poniendo apenas atención a la psicológica y obviando por completo el problema social.
Álvaro Saval es un profesional de la psicología que utiliza sus redes sociales para evidenciar diferentes problemáticas de tipo estructural, muchos de los cuales son causas de depresión y ansiedad. “Nuestra forma de vivir se relaciona directamente con las tasas de ansiedad (...) la dicotomía triunfo/fracaso provoca grandes decepciones”, señala Saval, que detectó la insuficiencia de la atención primaria a través de su experiencia personal en el ámbito del voluntariado, mediante el cual pudo ponerse en contacto con personas que llevaban estilos de vida que a priori no parecía que pudieran generar ansiedad o depresión.
Sin embargo, detectó detonantes sociales como despidos, desahucios o divorcios que“las habían llevado a situaciones desesperadas”. El psicólogo pone el ejemplo de una paciente que le hablaba de conseguir “trabajo, casa, boda, descendencia” como un “pack” que proporciona la felicidad.
Por este motivo, Saval insta a la necesidad de “replantearnos nuestro modelo de vida”. “En las redes sociales intento demostrar que hay alternativa, al menos que el sistema merece ser puesto en cuestión y que no podemos dar por hecho un modelo que ha quedado desfasado”.
Según datos del INE, en España se recogen más de 2.900 personas con cuadro de ansiedad crónica. Esta cifra supera incluso al registro de personas con diabetes. Desde el año 2008 las muertes por suicidio o lesiones autoinflingidas lideran la lista de muertes no naturales (anteriormente lo eran las muertes en accidentes de tráfico y se trabajó duramente en campañas de concienciación para disminuirlas).
No obstante, la enfermedad mental no está siendo una prioridad en la agenda política. El sistema de sanidad pública está tratando, a base de “recetazo”, eludir una problemática que se debe atajar desde la responsabilidad pública.
A Belén le supone un alto coste económico y anímico para conseguir la integración de su hijo con autismo. Manuel se enfrentaba de forma obligada en su día a día a un ambiente laboral conflictivo, a acudir a su puesto y permanecer en un lugar en el que no quería estar. Paula observa cada momento sufrimiento de mujeres maltratadas y Sara ha sido una de ellas. Paco tiene falta de motivación por lo que le rodea y nadie ha podido darle una respuesta. En la prensa se pueden ver ejemplos de suicidios, que hunden a menudo sus raíces en conflictos estructurales. Por desalojo de vivienda, maltrato de la pareja, bullying, estrés laboral… Cuando hablamos de la enfermedad mental, hablamos de todo. Y esto incomoda. “Todo merece una revisión profunda. Una revolución”, dice Álvaro Saval.
*Se han utilizado pseudónimos solicitados por los entrevistados/as
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