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Baterías de San Juan: defensa desnuda en Las Palmas de Gran Canaria

Iago Otero Paz

Las Palmas de Gran Canaria —

En lo alto del Risco de San Juan, en la capital grancanaria, descansan totalmente olvidadas por las autoridades las Mesas de San Juan y las Baterías de San Juan, un rico patrimonio militar deteriorado por atentados vandálicos y por el paso del tiempo. Se trata de una zona con vistas privilegiadas de la vertiente este de la capital, desde La Isleta hasta la Punta de Gando y de todo el cauce del barranco de Guiniguada hasta la cumbre de Gran Canaria, perfecto para realizar un paseo y retroceder a la época de la I y II Guerra Mundial, cuando defendían tanto el Puerto como la entrada terrestre de Jinámar.

Fruto de este abandono, un grupo de ciudadanos, con el único nexo en común de ser ex alumnos del Colegio Jaime Balmes (Alberto, María del Carmen, María del Pino, Víctor y Esther), han presentado esta semana tres escritos al Ayuntamiento capitalino (a la Concejalía de Turismo, a la de Urbanismo y a la Alcaldía) para instar al nuevo gobierno municipal a que tome cartas en el asunto y que recupere este espacio infrautilizado, aunque los vecinos del Risco lo emplean como lugar de paseo y relax, a pesar de que el acondicionamiento no es el ejemplar.

El conjunto militar se divide en dos partes de dos épocas distintas. Por un lado, más próximo al barrio de San Juan, se encuentra un cuartel que se ordenó levantar como reacción a la pérdida de Cuba y su construcción finalizó a principios del siglo XX. La parte superior era de hormigón y la parte baja con mamposteado. Esta edificación en la actualidad acoge en su interior basura de sintechos que encuentran aquí el lugar ideal para refugiarse.

Más hacia el sur se encuentran unas casamatas o búnkeres. Fueron ordenados a construir durante la II Guerra Mundial, cuando la Operación Pilgrim de los británicos amenazaba a las Islas. En ellas hay mandos de tiro y según el arqueólogo Artemi Alejandro-Miranda, que está trabajando en una tesis sobre la Arqueología del Conflicto, se divide en tres áreas. Por un lado los emplazamientos de las baterías, reconocidas por ser unas explanadas de hormigón grandes. Después están los búnkeres, que son puestos de observación o tiro, y por último, en la parte baja hay dos almacenes de munición. Al ser de la época de la II Guerra Mundial estos elementos están separados para evitar un ataque aéreo. Y es que, los búnkeres en la década de los 40 fueron elementos nuevos que hasta este conflicto no hicieron falta ya que antes los ataques eran por tierra o mar.

El historiador explica que, aunque hoy el acceso es libre, en aquella época era una zona militar de exclusión a la que solo accedía el ejército y era acuartelado, con zona de control militar que probablemente estaría vallado. Estas edificaciones se abandonaron en los años 70, aunque Alejandro-Miranda comenta que en torno a los 80 la ciudad organizó en ellas un festival cultural con cometas y demás. Hasta el año 2010 la titularidad era del Ministerio de Defensa, pero a partir de ese fecha pasó a manos del Consistorio junto a otras instalaciones.

Para Alejandro-Miranda lo idóneo sería realizar una reparación como la que se realizó en el búnker de Bandama y en la que él ya estuvo trabajando. Así, cree que hay que reconocerle su valor, darle protección y restaurarlo de manera “respetuosa”, aunque en su opinión también es un espacio “interesante para intervenir arquitectónicamente”.

Su experiencia en otras regiones como en Normandía le demuestra que el turismo bélico es un nicho interesante y que “está en alza ahora”, además que también implica al Cabildo de Gran Canaria para que realice una defensa de este patrimonio. “Tal vez el momento no ha llegado hasta ahora, pero es momento de mirar las partes altas (de la ciudad) y vestirlas de recursos”, sentencia. Por su parte, en el escrito presentado por los ex alumnos del Jaime Balmes, sueñan con que esta zona se incluya en los circuitos turísticos de Las Palmas de Gran Canaria y sugieren habilitar un mirador alrededor de todo el enclave histórico que permita al visitante poder contemplar las extraordinarias vistas.

Lo que es evidente es que, bien el Ayuntamiento o el Cabildo, tendrían que buscar la fórmula para, por un lado, defender las edificaciones que otrora salvaguardaron a la capital, y por otro, hacer que la ciudad recupere un espacio de esparcimiento en el que se respete el patrimonio bélico del siglo XX. Cuanto más tiempo pasen sin tomar una decisión y esto siga abierto, los desperfectos serán mayores. De hecho, Alejandro-Miranda alerta de los estragos de algunos ciudadanos que realizan motocross y que han destrozado el suelo empedrado.

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