En el norte de África, donde residían algunas de las tribus indígenas amazigh que podrían haber poblado Canarias, había bosques de cedro y de thuya que proporcionaban la madera para mesas que llegaron a alcanzar precios equivalentes a 91 kilos de oro en Roma, y que aún hoy se utilizan para muebles de enorme calidad.
Éstas son parte de las conclusiones que ha extraído José Juan Jiménez, conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, que investiga zonas donde residían tribus amazigh que poblaron Canarias, y que disertará sobre el valor y uso de los bosques de esta área en la conferencia Delicatessen madereras norteafricanas en la Antigüedad, que impartirá este miércoles en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de la capital tinerfeña dentro del VII Curso Detectives de la Naturaleza.
José Juan Jiménez afirma en una entrevista a EFE que ha investigado con un enfoque interdisciplinar los bosques de cedro (Cedrus atlántica) y de thuya (Thuya articulata), que proporcionan madera para construir edificios y fabricar objetos de calidad aún hoy en día.
“Desde inicios de nuestra Era -en época de Juba II y Ptolomeo- en Mauritania se hacían mesas de madera hermosamente veteada y grandes dimensiones que se exportaban a Roma, donde alcanzaron precios equivalentes a 91 kilos de oro en la segunda mitad del siglo I”, detalla el investigador, quien precisa que a fines de esa centuria las mesas se hicieron descansar en pies de marfil “incrementando su valor mercantil, pues una sola de ellas podía tasarse igual que una mediana explotación agraria».
Puntualiza el arqueólogo que las fuentes escritas de época romana mencionan que estos productos estaban reservados a la gente adinerada como símbolo de riqueza y estatus.
Jiménez, que también es autor de libros como La tribu de los Canarii. Arqueología, Antigüedad y Renacimiento, señala que “estos bosques del Atlas que parcialmente perduran eran extensos, densos y profundos, con árboles elevados de troncos brillantes y sin nudos, que propiciaron su aprovechamiento económico por tratarse de madera de excelente calidad”.
El conservador del Museo Arqueológico explica que la madera de cedro y de thuya es resistente a la humedad, la putrefacción, los hongos y los insectos, es perfumada y aromática, incorruptible, apreciada en carpintería, ebanistería, marquetería, apropiada para fabricar mobiliario y -por su especial dureza- tejados, revestimientos exteriores e interiores de edificios.
El cedro también resulta adecuado para construir embarcaciones, puentes, tarimas, realizar arcones, cajones, mobiliario, vallas y portalones, mientras que su aceite posee propiedades antisépticas.
La madera y la raíz de thuya -la parte más veteada- se usaban para fabricar mesas muy cotizadas, si bien actualmente se siguen elaborando muebles y todo tipo de complementos distinguidos por su gran calidad como joyeros, cofres, plumas, bolígrafos, bandejas, fuentes y centros de mesa, entre otros.
Su resina, denominada “sandáraca”, se emplea en la obtención de barnices, añade el experto, quien indica que los estudios demuestran que las especies madereras norteafricanas de la Antigüedad siguen siendo apreciadas en carpintería, ebanistería, marquetería, así como en la construcción de cubiertas, revestimientos interiores y exteriores.