Un número récord de británicos dejó el año pasado atrás su país, huyendo del clima, la carestía de la vida y una sensación creciente de inseguridad, y España es, después de Australia, el segundo destino favorito de los emigrantes.
Un total de 196.000 ciudadanos abandonaron en el 2006 el Reino Unido y no precisamente para tostarse un par de semanas en alguna playa sino para intentar iniciar fuera una nueva vida, según las últimas estadísticas.
Australia, España, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Francia son, por ese orden, los países preferidos por esos emigrantes.
Entre el 2004 y el 2005, 71.000 británicos se establecieron en Australia, 58.000 se decidieron por España y 42.000 por Francia.
Alrededor de 761.000 británicos se calcula que viven mientras tanto en España - de ellos alrededor de 315.000 oficialmente, pero algunos medios de prensa hablan incluso de un millón.
La cifra exacta es difícil de saber porque en muchos casos los británicos no se registran como residentes en el país ibérico para evitar el pago de impuestos, según The Times.
De acuerdo con un estudio del Institute for Public Policy Research, la cifra mayor de emigrantes británicos corresponde a Australia, país que, pese a su lejanía, tiene para los ciudadanos de este país, tan poco dado a las lenguas extranjeras, la ventaja del idioma común.
Ése, entre otros factores, como los climáticos, explica también el atractivo que ejerce sobre los británicos Estados Unidos, donde se calcula que viven unos 678.000, o Nueva Zelanda.
A ese fenómeno de la emigración exterior se suma el del éxodo interno de las ciudades como Londres a la campiña: así, sólo el año pasado 240.000 personas, en su mayoría de clase media, cambiaron la capital por un medio rural.
Los que vuelven tal vez definitivamente la espalda al Reino Unido no buscan sólo sol - algo que se echa cada vez más en falta en este país, donde este verano, por ejemplo, no para de llover- sino también una nueva vida, un trabajo mejor.
Ya no se trata, como antes, de jubilados que se compraron una casa barata en la costa española y que se retiran allí para disfrutar de los últimos años de su vida, sino que muchos de ellos, jóvenes, buscan mejorar su situación profesional y ofrecer más calidad de vida a sus hijos.
Otra de las razones que arguyen muchos para emigrar es la inseguridad creciente que perciben en las calles de las ciudades británicas pese a que pasan por ser las más vigiladas del mundo por la proliferación de cámaras de vídeo en cada esquina.
Una serie de incidentes, algunos de ellos mortales, que han involucrado a miembros de bandas juveniles han incrementado esa sensación de inseguridad.
Es cierto que el éxodo de los británicos se ve contrarrestado por la llegada de inmigrantes de los nuevos países de la Unión Europea, sobre todo jóvenes polacos de ambos sexos, que trabajan sobre todo en el sector de servicios: hostelería, restauración.
Así, según estadísticas oficiales, entre junio del 2005 y el 2006, un total de 574.000 personas entraron en este país, cifra que incluye tanto a inmigrantes, sobre todo del Este de Europa, como a unos 91.000 británicos que, a diferencia de muchos de sus compatriotas, decidieron seguir el camino inverso.
Pero los europeos del Este tampoco parecen estar muy contentos con lo que encuentran aquí: cada vez más indicios de que el reciente “boom” de la inmigración de esos países ex comunistas no es permanente.
Así se calcula que el año pasado retornaron a sus países de origen unas 16.000 personas que habían llegado de Polonia, Eslovaquia, Estonia y otros lugares, tres veces más que en el 2005.
Mientras tanto, según las últimas estadísticas, la población del Reino Unido asciende a 60.587.000 habitantes, lo que representa un incremento de 349.000 personas desde el 2001, la mitad debido a la inmigración.
Una población, la británica, que está además envejeciendo -el grupo de edad de más de 85 años crece a un ritmo (el 6%) más rápido que los otros grupos-, y en la que tienen cada vez más peso los nacidos de algún padre extranjero: uno de cada cuatro.