El pasado domingo, 17 de junio, más de 36 millones de ciudadanos colombianos fueron llamados a las urnas para decidir el futuro de su país, discutido entre Gustavo Petro, candidato de la reformista Colombia Humana, e Iván Duque, de Centro Democrático. Finalmente, este último, impulsado por el exmandatario Álvaro Uribe, se impuso a su rival durante la segunda vuelta electoral con el 54% de los votos, 12
Como no podía ser de otra manera, la agenda electoral de ambos candidatos estuvo marcada en todo momento por los debates públicos sobre la seguridad, la corrupción y la lucha contra la pobreza. Pese al histórico acuerdo de paz alcanzado por el gobierno de Santos con las FARC en 2016, el Ejecutivo no ha sido capaz de cumplir su principal compromiso con la ciudadanía: la completa desmilitarización de las guerrillas y de los grupos paramilitares que protagonizaron décadas de masacre y miseria en Colombia.
La opinión pública se muestra dividida en varios de los aspectos fundamentales de las negociaciones: ¿se han hecho demasiadas concesiones por parte del gobierno? ¿Los criminales quedarán impunes? Estas mismas reticencias fueron las que llevaron al 50.21 % de los ciudadanos a votar “no” al acuerdo con las FARC en el referéndum celebrado hace dos años. Por su parte, la llegada al poder de la derecha conservadora, opuesta al pacto, puede desembocar en una nueva “corrección” del documento de paz firmado con las FARC, como bien anunció Iván Duque durante su primer discurso tras conocer el resultado electoral.
El mazazo del plebiscito sólo reflejó la realidad de un país cuyas heridas de guerra siguen abiertas, especialmente en algunas de las zonas más castigadas del país por el conflicto, como son los Montes de María, una región disputada tanto por las guerrillas como por los paramilitares por su carácter estratégico.
Los Montes de María se encuentran entre los departamentos caribeños de Sucre y Bolívar y son además un punto de acceso clave para llegar hasta las costas del Pacífico por tierra. La antiguamente llamada “despensa del Caribe” fue ocupada desde finales de los años 90 y comienzos del siglo XXI por varios grupos pertenecientes a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que convirtieron a los Montes de María en el escenario de duros combates con la guerrilla y de masacres a ciudadanos, como la perpetrada en El Salado, en la que se estima que fueron asesinadas decenas de personas de forma indiscriminada. Junto a las masacres, llegaron las expropiaciones de tierras y la posterior plantación masiva de palma, que han sumido a la región en la pobreza.
Con la llegada del acuerdo de paz, muchas ONG’s dejaron de trabajar en terreno, confiando el futuro de los ciudadanos a un gobierno central que no ha sabido controlar los altos niveles de corrupción en la esfera pública y el caciquismo regional. La falta de seguridad, de recursos y la dilapidación de los presupuestos locales por parte de unos pocos son algunos de los muchos problemas a los que se enfrenta la Colombia rural que una vez perteneció a las guerrillas armadas y a los paramilitares.
En este complejo contexto, la figura de la mujer es especialmente vulnerable. Es ella la que en muchos casos ha visto cómo sus seres queridos han sido tragados por la tierra de la noche a la mañana, asesinados por los grupos armados. También son las que han tenido que soportar violaciones, vejaciones y situaciones de extrema violencia por parte de los criminales en el más absoluto silencio. Si esto no fuera suficiente, son ellas las que mantienen un pulso constante con una sociedad patriarcal que las deja fuera del escaso mercado laboral de la región.
“Los Montes de María son una tierra muy fértil. Antes del conflicto armado cultivaban aguacates, frijoles, etc. Durante el conflicto les quitaron las tierras y lo que hay ahora son plantaciones de palma para el aceite y la gasolina. Se han quedado sin sus tierras, los ríos se están contaminando y no tienen con qué cultivar. Además, en la recogida del fruto de la palma solamente emplean a hombres, a las mujeres no. Ellas no tienen capacidad para generar recursos económicos”, explica Irene Piedrabuena, pedagoga, periodista y una de las fundadoras de Mamachama, ONG sin ánimo de lucro que trabaja por el empoderamiento de las mujeres a través de capacitaciones y del desarrollo de procesos productivos artesanales y comunitarios.
Actualmente, Mamachama trabaja con dos grupos de mujeres en los Montes de María, concretamente en San José de Playón y San Jacinto, además de con un grupo de mujeres en Cartagena de Indias, capital del departamento de Bolívar. La fórmula de esta ONG aúna el empoderamiento, la educación y el desarrollo de una actividad que permita la autonomía económica de todas las participantes, aunque en un inicio la idea de Mamachama era bastante diferente: “Cuando llegamos, teníamos la idea del teatro social. En un inicio nos vinculábamos a proyectos que ya estaban en marcha y nosotras les presentábamos una propuesta de talleres de teatro social para prevenir la violencia machista en institutos. (…) Trabajamos primero con adolescentes y luego con mujeres.”
Sin embargo, la compleja realidad de las mujeres hizo que esta idea fuera evolucionando hasta adquirir la forma del proyecto actual, con el fin de dar una respuesta eficaz a las necesidades urgentes de mujeres que han vivido historias de extrema violencia y tienen problemas económicos graves, todo ello en clave de género. En este momento, se unió al equipo Saúl Sánchez, formado en diseño industrial y especializado en la asesoría de montajes de negocios de alimentos que llevaba tres años desarrollando procesos productivos con grupos de mujeres indígenas en La Guajira. Con él, comenzaron desde enero a desarrollar el modelo que ya han replicado en otras comunidades:
“Nosotros llegamos a grupos de mujeres organizadas o que se quieran organizar, comenzamos una serie de talleres de empoderamiento y de forma paralelamente se les muestra la oportunidad de generar proyectos productivos con las herramientas y saberes que ya tengan, sin necesidad de invertir o en buscar algo exterior. Todos tenemos dos manos, suficientes herramientas para materializar un proyecto, y más aún si trabajamos desde la cooperatividad”, sintetiza Saúl.
El primer paso, el acercamiento y la búsqueda de compromiso, es una tarea ardua en una sociedad donde a la mujer no se le reconoce su espacio de ocio propio: “Buscamos grupos de mujeres que ya tuvieran la rutina de asistir a talleres al menos una vez al mes. En su entorno y en sus familias ya habían pasado por todo el proceso de crítica y de estigma, con falsas acusaciones de que, por ejemplo, iban a los talleres a buscar marido y cosas así. (Finalmente) habían conseguido tener ese tiempo para ellas”. Con este fin, se aliaron con asociaciones con presencia en la zona, como la Liga Internacional de Mujeres por la Paz o la Red de Empoderamiento de Mujeres de Cartagena y Bolívar, que les pusieron en contacto con mujeres interesadas en desarrollar el proyecto.
Des-construcción
Durante sus talleres, esta ONG trabaja el empoderamiento femenino desde la experiencia personal de cada mujer, cuestionándose de manera conjunta la manera en que las mujeres han sido educadas para desarrollar unos roles determinados en la vida: “Hacemos un repaso sobre cómo desde pequeñitas nos van dirigiendo de una forma: que seamos dulces, agradables, que nos centremos en ayudar y que siempre estemos dispuestas a tener sexo con nuestro marido. Incluso nos guían sobre cómo nos relacionamos entre nosotras; nos ponen en conflicto”. Tras este paso, se analizan las contradicciones de género que surgen de estos principios y comienzan a trabajar en ellas.
“No importa la edad, se repiten los mismos mandatos. En el tema de las contradicciones, también. Hay varios ejes centrales que los tenemos como barreras y que son prácticamente los que no nos permiten avanzar”, dice Irene, que destaca la obligatoriedad de los cuidados a los demás frente al escaso tiempo que se dedica la mujer a sí misma o la contradicción del rol de mujer moderna de puertas para afuera y el rol tradicional que muchas mujeres ejercen en casa.
Entre los materiales usados, se destaca la escritura terapéutica, con el fin de analizar día a día los espacios que cada una de las mujeres ocupan en sus vidas, qué tiempo disponen para ellas mismas e, incluso, para que descubran cuáles son sus necesidades y hobbies “muchas de ellas nunca han tenido un rato de ocio propio, no saben qué les gusta. Tampoco se han parado a pensar en sus necesidades. Son mujeres que en algunos casos han sido violadas por sus parejas y ellas no se lo han cuestionado nunca”.
Además, de forma directa o indirecta, todas ellas han sido víctimas de los conflictos armados y han hecho de su silencio una forma de vida. Los talleres ayudan a canalizar estas historias y a que tomen consciencia de que, a pesar de la extrema violencia que han sufrido, han salido adelante utilizando herramientas y recursos que las han mantenido a flote: “Transformamos sus historias y miramos con ellas las estrategias que han desarrollado en esas situaciones extremas para salir adelante (…) Algunas de ellas se han tenido que prostituir y lo que queremos reflejarles es la fortaleza de por qué lo han hecho: por sus hijos, por sacar adelante a su familia. No es un tema de vergüenza, en el contexto en el que estaban era más bien un acto de amor y de fortaleza que les ha llevado a pasar por situaciones que ahora mismo les pueden avergonzar, pero que no son para nada motivo de vergüenza”, incide Irene Piedrabuena.
Esta reconstrucción en positivo y en clave de género se apoya en otros pilares suplementarios, como la salud, la higiene, la alimentación y la ecología, claves en un entorno en el que los recursos son limitados, incluso los más básicos, como la electricidad y el agua potable. Finalmente, Mamachama también dedica parte de sus talleres a realizar actividades lúdicas, creando este necesario espacio de ocio.
“La autonomía personal pasa primero por la autonomía financiera”
La segunda gran pata del proyecto está centrada en ayudar a los grupos de trabajo a que alcancen su autonomía financiera, utilizando para ello las herramientas disponibles y los productos de la zona que se puedan cultivar y recolectar durante todo el año. Además, el proyecto también ha de tener una clara salida comercial y no ha de producir residuos. Así, con la ayuda de Mamachama, tres grupos de mujeres han desarrollado procesos productivos basados en aceite de coco virgen extra, harina de yuca y mermelada de corozo, respectivamente.
Todo ello se realiza de forma artesanal cada semana, generando una producción pequeña pero constante en el caso del aceite de coco y de la harina de yuca. Las mujeres y el equipo de Mamachama se encargan de todo el proceso: desde la extracción del producto, el proceso de rayado, el de secado (en el caso de la harina de yuca), la elaboración y el embotellado. Hasta el momento, han conseguido buenos resultados: “el proyecto de la yuca, en el que ellas están muy involucradas y además está teniendo mucha aceptación, estamos ya mirando para comprar un terreno y que sean ellas las que planten el producto, centralizando todo el proceso sin recurrir a la compra de materias primas. Actualmente se las estamos comprando a sus familiares, pero queremos que sea algo suyo al 100%”, dice Irene.
Por su parte, Mamachama se encarga de la distribución y venta de los productos, que compran de antemano a las mujeres. Su estrategia de venta se dirige principalmente a tiendas de alimentación especializadas en productos naturales, como los herbolarios, además de ferias de productos artesanales. También se dirigen al sector turístico, a hoteles y restaurantes. En este sentido, han puesto en marcha la venta del aceite de coco en formato souvenir adornado con el tejido wayuu elaborado por un colectivo de mujeres indígenas de la región. La venta de los productos permite a los grupos de mujeres y a la ONG autofinanciarse y continuar diversificando las posibilidades del negocio hacia otros campos, buscando crear alianzas firmes para que, en un futuro, las mujeres puedan constituirse como cooperativas de trabajadoras autónomas.