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La granja donde víctimas de violencia de género sanan sus secuelas y tejen red en un espacio seguro

Arantxa y Julia, dos jóvenes trabajadoras sociales, preguntan a los miembros de cada familia cuál es su animal y su flor favorita. Después, las dividen en pequeños equipos para que niños, niñas y madres adivinen cuál es el nombre de la planta que acercan a su nariz. En apenas unos minutos empieza la desconexión con el mundo exterior, con los problemas, con la cara más amarga de la vida para conectar únicamente con la naturaleza y los compañeros y compañeras de aventura. Es la primera actividad que mujeres jóvenes que han sufrido violencia de género y sus hijos e hijas realizan al llegar a la Jaira de Ana, una granja sostenible y respetuosa con los animales situada en el sureste de Gran Canaria y que se ha convertido en un espacio seguro para estas personas. Las sesiones comienzan con visitas guiadas y lúdicas a la granja, pero continúan con talleres para las madres con el objetivo de crear red entre ellas en un ambiente distendido en el que puedan contar sus experiencias sin presiones, escuchar otras historias o evadirse y disfrutar de la naturaleza aprendiendo a realizar objetos artesanales, entre otras actividades. 

“Si arranco una flor sin querer, se la regalaré a mi madre”, dice uno de los pequeños mientras Arantxa le enseña cómo quitar las malas hierbas del huerto para que la flor pueda crecer, una perfecta metáfora que simboliza el paso importante que dan las mujeres que empiezan a romper con la espiral de violencia que han sufrido. Precisamente, trabajar el vínculo materno filial es uno de los objetivos del nuevo proyecto que ha puesto en marcha esta granja escuela impulsada por Anabel Calderín, también trabajadora social. Antes de comenzar la iniciativa, las trabajadoras han recibido otra formación específica por parte de la experta Mónica Pulido, que remarca que la relación entre madres e hijos puede ser objeto de ataques directos por parte del agresor y es muy importante trabajarlo porque ha podido dañarse o está en riesgo de hacerlo. Los menores han sido incluidos en las estadísticas de la violencia de género desde hace menos de una década, pero aún hay aspectos legislativos y desde la prevención y detección de la violencia machista que es necesario mejorar. “No se trata de quitar el foco de las mujeres sino de ampliarlo, hacerlo más grande para tener en cuenta a sus hijos e hijas”, insiste. Los niños y niñas tienen derecho a un hogar seguro, a desarrollarse en condiciones dignas y para ello indica que hay que abordar “la atención temprana”, ya que al lado de cada mujer víctima de violencia de género hay unos hijos e hijas. 

En el proyecto, que lleva por título Ocio Igualitario, Responsable y Familiar, y que está financiado por la Dirección General de Juventud del Gobierno de Canarias con fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, participan mujeres de distintos municipios de la isla. La violencia de género, como apuntan las propias mujeres asistentes y las expertas, no tiene un mismo patrón. Los perfiles de los agresores son infinitos y se produce en todas las edades y clases sociales. Abarca desde situaciones de agresión física, psicológica, económica, sexual… entre muchas otras. Las primeras mujeres que se han acercado a las actividades explican que esperan encontrar un espacio desde el que poder desahogarse entre personas que hayan pasado por la misma situación, pero también salir de la rutina y el entorno más cercano desde el que muchas veces no se sienten apoyadas. “Hay salida”, explica una de ellas, aunque reconoce que cada mujer tiene sus tiempos y que no se puede presionar ya que cada historia es única. En lo que coinciden es en que queda mucho por prevenir y por trabajar en este terreno, que aún falta información y herramientas cuando no se dispone de recursos económicos. El señalamiento social o la incomprensión son algunos sentimientos a los que también se enfrentan. Por ello, se reivindican espacios desde los que no sentirse presionada. Haber denunciado no es requisito fundamental para participar en estos encuentros, de los que pueden formar parte mujeres derivadas desde distintos ayuntamientos y en los que también se trabaja la prevención. 

Trabajar el respeto y las emociones

La granja ofrece todas las posibilidades para detectar las emociones de los pequeños y para trabajar esas relaciones afectivas con las madres. Las quícaras, gallinas canarias, se caracterizan por ser sumamente protectoras con sus polluelos, cuando el pollito se separa unos instantes de su madre esta no deja de gritar mientras que él tiembla. Los niños miran atónitos la escena hasta que rápidamente el animal vuelve a arroparse bajo su madre. Lo mismo ocurre con otras especies de animales que se cuidan en familia. Cuando los pequeños y madres se acercan al espacio de los conejos, las trabajadoras sociales piden que se sienten en el suelo con tranquilidad y hablando en voz baja. Respetarse unos a otros es el principal lema de la granja, donde los menores pueden acariciar a los conejos con mucha tranquilidad y cuidado y sentir su corazón. Mientras fortalecen ese vínculo con los animales reciben la visita de Garoé y Simba, dos perros que buscan mimos. Jilorio y Enyesque (palabras canarias que significan ganas de comer y picoteo, respectivamente) son dos cabras que habitan en el mismo punto. Pero no son las únicas, al aire libre se encuentran otras con nombres tan ilustres como el de la escritora Josefina de la Torre o la pintora Lola Massieu, con las que poder aprender que existen referentes femeninos en distintos campos. Cana también vive allí cerca. Es una cabra que tiene una discapacidad en las patas, pero esto no le impide jugar y divertirse. “En la granja hay cabida para todos los animales”, explica una de las trabajadoras. 

Los niños y niñas normalizan rápidamente esta situación. Yeray, bizcochito y rebuznito son los burros con los que prosigue la actividad. Están acostumbrados a los pequeños y se dejan acariciar con naturalidad. La terapia permite superar miedos a quienes tienen temor hacia animales más grandes, pero las trabajadoras respetan los tiempos de quienes deciden que prefieren no acercarse demasiado. Mónica Pulido ya había advertido de que los menores que han vivido violencia machista en casa suelen experimentar comportamientos más miedosos y de falta de confianza. En la actividad con los burros, a los que aprenden a cepillar y limpiar su espacio, las trabajadoras ponen en práctica el refuerzo positivo, resaltando aquellos aspectos que los niños y niñas hacen bien y llamando la atención sobre ellos. Ganar autoestima y confianza es crucial para sanar las secuelas psicológicas. En el huerto también intervienen de forma activa con las madres, limpiando las malezas y plantando así como en la zona de compostaje. 

Una red de cuidados

Las madres hablan de sus situaciones solo mientras los pequeños realizan actividades finales con las monitoras. Una vez se rompe el silencio, pronuncian las palabras que en un principio parecían tabú, conversan entre ellas y cuentan sus experiencias como si toda la vida se conocieran En solo unos minutos ya se han puesto al día relatando algunas de las experiencias más duras que han vivido con sus parejas o exparejas. “Yo aún me siento más cohibida para hablar”, lamenta una de las mujeres. Todas son muy jóvenes, con cargas familiares y sin muchos apoyos. Se dan consejos entre ellas y se retroalimentan con los pasos que cada una ha dado, con el desarrollo que ha tenido cada una de las situaciones. Una de las mujeres remarca que en actividades como esta también se detectan casos y que ya le ha ocurrido en otras charlas en las que más de una asistente se derrumba al sentirse identificada con una situación de violencia machista de la que con anterioridad no había comentado a nadie. 

Por ello, se marchan de la granja con otra expresión, felices de ver que sus pequeños han pasado un buen rato pero también aliviadas por compartir un poco de sus historias. Volverán a las siguientes sesiones donde les esperan talleres de artesanía con Belinda Caldero o de autocuidado con Carolina Pérez, entre otros, que contarán además con la experiencia de una psicóloga. Anabel Calderín ha dedicado mucho esfuerzo a definir el casting de mujeres profesionales que la acompañarán en este viaje que durará al menos hasta diciembre, pero que en función de los resultados se irá prorrogando. Se espera que por estos talleres pasen unas 200 familias de distintos municipios de Gran Canaria. La directora general de Juventud del Gobierno de Canarias, Laura Fuentes, subrayó que la idea es replicar esta experiencia en otras islas según las características y recursos que disponga. Además, valora que es una oportunidad de ensalzar el trabajo de mujeres rurales y relacionarlo con la prevención así como el trabajo con víctimas de violencia de género.