Durante medio siglo en Gran Canaria existió un lugar en el que 1.200 personas podían comer el famoso puchero de siete carnes simultáneamente dentro de una cueva, bailar al ritmo del mítico grupo Río Bravo, reír con Manolo Vieira o asistir como público al programa de Televisión Española dirigido por Caco Senante donde llegaron a acudir artistas de la talla de Marisol o Tequila; jugar al tenis o al padel, darse un chapuzón en una piscina o alojarse en una casa rural para pasear por fincas llenas de vegetación y animales eran otras de las posibilidades que ofrecía las Grutas de Artiles, en Santa Brígida, desde que abrió sus puertas en 1961 hasta 2012, cuando el hijo de su fundador, el empresario Agustin Artiles, se vio obligado a cerrar por primera vez y, posteriormente, clausurar definitivamente y poner en venta en 2015 los 62.000 metros cuadrados del complejo rural.
Panchi Artiles nació justo un año después de la apertura de lo que empezó siendo un restaurante, en la época del turismo incipiente en Gran Canaria, que se concentraba en Las Palmas de Gran Canaria porque el sur aún estaba en fase virginal. Agustin Artiles, que venía del mundo de la hostelería, vio unas cuevas en San Brígida donde se guardaba ganado que le gustó para materializar lo que solo estaba en su cabeza y, “casualmente”, ese terreno pertenecía a su suegro. No dudó. Las compró y solo quedaba ponerle un nombre: “Dudaba si ponerle las cuevas o las grutas, pero un amigo suyo le aconsejó venderlo con la historia de que eran unas grutas de un pastor que se llamaba Artiles, y así se quedó”.
No existía nada parecido en el Archipiélago: un restaurante con capacidad para 300 personas dentro de una cueva. Se empezó vendiendo el lugar a los turistas que visitaban la capital grancanaria, pero pronto llamó la atención de la sociedad isleña, que acudía sobre todo los fines de semana. La demanda crecía y la oferta se ampliaba: las Grutas se expandían con las fincas del alrededor y dejó de ser solo un restaurante. “Los domingos funcionaba muy bien hasta que caía la tarde, cuando empezaba a decaer. Para paliar las horas muertas mi padre ideó hacer bailes de juventud, trayendo grupos de música. Cinco chicos negros fueron los primeros en tocar, eran buenísimos, hacían algo de jazz pero sobre todo se dedicaron a hacer música para bailar”, rememora Panchi Artiles.
El auge en los años setenta
Los domingos la juventud isleña conducía hasta Santa Brígida, aparcaban sus 600, Seat 127 o Renault 12 en los márgenes de la carretera de Las Meleguinas, porque el aparcamiento habilitado en la zona se quedaba pequeño. “A partir de las 4 y las 5 de la tarde empezaba ya a rondar la juventud. Más de uno por si podía meterse dentro de la finca y colarse, porque se cobrara una entrada, el precio de lo que costaba una consumición. Los bailes empezaban a las 07.00 horas y se cerraban a las 11 en punto; no se alargaba porque era domingo y la gente al día tenía que trabajar”, cuenta Panchi.
Hasta 800 personas salían de sus casas rumbo a Santa Brígida desde todos los puntos de la isla para bailar, “incluso gente de Fataga, era puntual a su cita cada domingo” afirma Artiles, corroborando lo que el cronista oficial del municipio grancanario, Pedro Socorro, recoge en un artículo que ilustra lo que se vivía en las Grutas de Artiles: “Santa Brígida exportó distracción y música de verbena en aquellos tiempos primerizos de la democracia”.
En su artículo, Socorro se centra en la figura del grupo Río Bravo, un fijo de esas noches que se consolida en las Grutas de Artiles desde los inicios de los años setenta hasta finales de los ochenta. Es durante este periodo cuando se suceden los mejores años de las Grutas de Artiles, “allí se daban cita prácticamente todos los políticos de las islas, incluso Adolfo Suárez fue a comer un día”, asegura Panchi Artiles. La calidad del servicio era una exigencia innegociable de su fundador, que cada vez contrataba a más personal (llegó a tener más de 900 empleados). “Era como una escuela de hostelería, un centro de formación de la que salía gente que luego abría sus negocios, sobre todo en el sur, cuando empezó a haber demanda por el turismo. La calidad era algo que primaba siempre, por lo tanto la clientela era de lo mejorcito. En aquella época el camarero no era un simple transportista de platos, sabía trinchar o sabía algo de coctelería”.
Declive de las Grutas de Artiles: el cierre definitivo
En los años 80, la recién nacida democracia había comenzado a vivir una adolescencia muy temprana con La Movida y el gobierno socalista de Felipe González imponía los controles de alcoholemia para poner límite a los accidentes frecuentes de tráfico de la época. En las Grutas de Artiles los bailes de los domingos, que durante esa década se pasaron al sábado hasta las 3 de la madrugada en consonancia con los nuevos tiempos y las costumbres de los jóvenes isleños, empezaron a decaer por los controles de alcoholemia.
Durante esa década Agustin Artiles diversificó la zona, construyendo dos canchas de tenis a petición de sus clientes y una piscina; también alquilaba habitaciones en las dos casas rurales que tenía la finca. Pero la principal fuente de ingresos, con lo que se mantenía el costoso negocio, eran los eventos: la celebración de bodas, comuniones o bautizos. “Yo llegué a contabilizar una media de cuatro bodas semanales y en una ocasión se llegaron a celebrar 14 primeras comuniones en un día”, asegura Panchi.
A finales de esa década Río Bravo se separaba y las actuaciones musicales, a pesar de que se mantuvieron hasta el final con otros muchos grupos, ya no volvieron a ser lo mismo. Ya no era solamente un restaurante al que los fines de semana acudía la gente a bailar y beber: con el paso al siglo XXI se convirtió en un “complejo rural basado en la gastronomía”. Pero cada vez iba menos gente, se recortaba personal y el coste que supone mantener un espacio de 62.000 metros cuadrados era sufragado a duras penas.
Panchi Artiles, ya a cargo del negocio, decidió apostar por el padel cuando se produjo el ‘boom’ de este deporte en la isla y sustituyó las dos canchas de tenis por seis de padel en 2011, pero a la misma vez “se abrieron un montón de clubes” y esto, unido a la crisis, les hizo “mucho daño” porque ya estaban “tocados económicamente”. Y en 2012 decidió poner fin a las Grutas de Artiles, un final que tuvo una pequeña continuación cuando lo alquilaron poco tiempo después a uno de sus ex empleados, “pero no salió bien: él quiso seguir con la misma idea: hacer bailes, eventos… La gente seguía respondiendo, pero no tanto. También le falló una parte del dinero de un socio capitalista y aquello requiere mucha inversión”.
En 2015 ya sí se produjo su cierre definitivo y desde ese momento la familia Artiles empezó a correr la voz de que las Grutas estaban en venta. Panchi asegura que hoy en día están trabajando con una propuesta “que pinta muy bien si sale adelante”, sin dar más detalles. Lo que sí confiesa, visiblemente emocionado, es que cada vez que vuelva al lugar donde creció, donde ha vivido y celebrado tanto, se le hace un nudo en la garganta al verlo cerrado y sin la vida que solía tener cuando en los domingos acudían 700 personas a bailar al ritmo de las canciones de Río Bravo.