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La huella negra de Canarias a través de la esclavitud

Alicia Justo

Las Palmas de Gran Canaria —
12 de septiembre de 2020 11:44 h

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Durante siglos la estampa cotidiana de algunas localidades de Canarias era la de una gran presencia de personas esclavizadas negras por sus calles y paisajes. Hombres y mujeres que fueron arrancados del continente africano para llevarlos al trabajo forzado en las Islas o para introducirlos en el comercio de la trata con destino a América. De aquellos que no fueron reembarcados para cruzar el Atlántico, muchos vivieron, tuvieron descendencia y, una vez liberados, se mezclaron con las gentes de aquellas localidades que se enriquecieron gracias a su labor. La huella negra de esta realidad viajó por el tiempo hasta llegar a hoy.

El tráfico de esclavos en las Islas comenzó a inicios del siglo XVI. Según las cifras que maneja el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Manuel Lobo, en los siglos XVI y XVII había entre un 15-20% de población esclava en las islas de conquista realenga: Tenerife, La Palma y Gran Canaria. Solo en esta última isla, se calcula que en el siglo XVI había 10.000 esclavizados, de los cuales un 70% eran negros. Y en la ciudad de Las Palmas se alcanzaron cifras que la asemejaban a capitales andaluzas y castellanas. Lobo recuerda que en este sector de la población había, en menor medida, personas del norte de África y en un número mucho mayor, subsaharianos que procedían de Senegal, Gambia, Guinea Bissau y años después de Biafra, El Congo y Angola.

La contribución de esta población se relaciona principalmente durante estos dos siglos con los ingenios azucareros y más tarde con la producción de vino, aunque al mismo tiempo también había personas que trabajaban como empleados domésticos, ayudantes de artesanos, carpinteros, etc. “Tener esclavos era un elemento y signo de distinción social”, señala Lobo, quien detalla que toda la sociedad canaria estaba imbuida en este sistema, siendo aceptado incluso por el clero. Independientemente del lugar donde estuvieran ubicados, se enfrentaban a duras condiciones de trabajo, recibiendo en ocasiones maltratos por parte de sus dueños, subraya Lobo.

Varias localidades canarias vieron aumentar su riqueza gracias al oro blanco. Los ingenios azucareros de Los Llanos de Aridane y San Andrés y Sauces en La Palma; de Garachico, La Laguna, La Orotava, Adeje o Güímar en Tenerife y de Arucas, Guía, Telde, Tenoya, Agaete o Las Palmas en Gran Canaria obtuvieron importantes ganancias al colocar su producto en el mercado internacional a precios competitivos gracias a la fuerza de trabajo de las personas africanas.

De hecho, algunos de estos municipios lucen en la actualidad reconocidas obras de arte flamencas de primer orden obtenidas gracias a la actividad generada por las personas esclavizadas. Lobo destaca los trípticos de la Virgen de Las Nieves de Agaete (Gran Canaria) y el de Taganana (Tenerife), un retablo gótico flamenco y una escultura traída de Flandes que están en el altar mayor de la iglesia de San Juan de Telde (Gran Canaria) y numerosas obras flamencas que se encuentran en Los Llanos de Aridane (La Palma).

“El tener esclavos a los que no se les pagaba un sueldo y a los que se les hacía trabajar de sol a sol permitía tener un producto de calidad. Y en segundo lugar, se obtenía un azúcar competitivo, y para ser competitivo, indudablemente, la mano de obra no podía costar”, subraya Lobo.

En el caso de la capital de Gran Canaria, por aquella época simplemente Las Palmas sin el apellido de la isla con la que se la rebautizó en la década de los años 20 del siglo pasado para no confundirla con Palma de Mallorca, Lobo apunta que los esclavizados se convirtieron en una pieza clave para su desarrollo urbano y económico. El historiador enumera que las mujeres lavaban la ropa y cuidaban a los niños y ellos abrían los caminos, ayudaban a construir casas y obras civiles, transportaban agua a las casas y trabajaban en las canteras y con la maquinaria que levantaba piedras. Un ejemplo es la catedral de Santa Ana, en cuya construcción es probable que participaran esclavos ya que era habitual que los canteros y albañiles se ayudaran de ellos en aquella época, como detalla también Lobo.

Pero además, en la ciudad capitalina, el comercio esclavista adoptó una forma todavía más lucrativa. A la fuerza de trabajo de los ingenios azucareros y demás profesiones, se sumó la función que cumplía el puerto de la ciudad como centro de abastecimiento y distribución. Su posición estratégica en el comercio triangular –con Europa, América y África- le dio una posición ventajosa en el escenario internacional. En sus muelles se reparaban los barcos y se abastecían de víveres y combustible las embarcaciones antes de partir a la costa occidental africana o a América. Por este puerto entraban las personas que serían compradas por los dueños de tierras y hacendados de las Islas para que trabajaran en sus propiedades o por mercaderes peninsulares, flamencos, genoveses e ingleses que hacían negocio con la compraventa de esclavizados que más tarde trasladarían a las colonias americanas. Era tan determinante este mercado para la ciudad que cuando en 1599 se prohibieron las expediciones, “Las Palmas, el más importante mercado de seres humanos, vio arruinado su activo y provechoso comercio. La ciudad se despobló, los mercaderes se retiraron, los navíos buscaron otros puertos; faltó el dinero y aumentó la pobreza general”, tal y como expresó el historiador Romeu de Armas en su libro Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias.

Los genes, topónimos, la música

La importante presencia de personas negras esclavizadas en Canarias se reflejó en documentos de la época, como en el del personero de La Laguna de 1683 en el que escribió “no se encuentran por la calle otra cosa que negros” o en el de Cristóbal Colón de 1493 en el que señaló que “en Las Canarias gastan muchos esclavos”. “A veces la gente se pregunta que si había tantos esclavos, ¿dónde están? Yo siempre digo que están entre nosotros. Forman parte las características de nuestra población”, responde Lobo.

La catedrática de Historia Moderna de la ULPGC, Elisa Torres, señala que hasta el siglo XIX hubo población negra descendiente de esclavos que vivían en sus comunidades. Además en aquellas zonas sometidas a la endogamia (como Tirajana o Tejeda en Gran Canaria) y más aisladas que el resto, se pueden detectar rasgos en el pelo, la nariz, en la cara que se asemejen a personas negras. “La negritud es algo todavía presente, apenas que escarbamos un poco, está ahí”, señala Torres.

La investigadora y profesora de Genética de la Universidad de La Laguna (ULL), Rosa Fregel, indica que los estudios que se han hecho hasta el momento se han realizado con una base de población general y no sobre regiones concretas. Esos datos, obtenidos por el ADN mitocondrial (el que hace referencia al linaje materno), apuntan que entre el 2 y 5% de la composición genética de la población canaria es de origen subsahariano. Por su parte, en las poblaciones europeas este valor es prácticamente 0. Los otros componentes mayoritarios de las personas canarias son el norteafricano (42%) y europeo (55%). “Si esas poblaciones donde hubo bastante población esclava y libertos no están bien representadas en las muestras que hemos tomado, pues es algo que quizá estemos ignorando”. Fregel sostiene al mismo tiempo que este estudio por regiones es interesante hacerlo en un futuro.

En cuanto a su vida cotidiana, algunos construían cerca de las casas de sus amos sus propias comunidades. Lobo apunta a la zona donde hoy se encuentra el Cicca en Las Palmas de Gran Canaria, donde vivían lo subsaharianos y otra cercana a la calle Malteses, también en la capital, donde residían los norteafricanos. En cualquier caso, siempre se alojaban en los márgenes al tratarse de población discriminada. En otras zonas de la Isla, la numerosa presencia esclava se quedó en la toponimia canaria: Los Llanos de Guinea, Berbería, Marpequeña en Gran Canaria… Muchos se organizaron en cofradías como la de la Virgen del Rosario, para tener redes de apoyo en caso de que una mujer se quedara viuda o los hijos perdieran a sus padres. Durante las procesiones, según los documentos consultados por Lobo, bailaban con unas ramas, lo que puede asociarse a los aborígenes, y con unos cascabeles en los tobillos.

El profesor de la Universidad de Salzburgo Manfred Bartmann, en un pequeño estudio sobre el toque de campanas en El Hierro, hace referencia al Baile de la Virgen y señala que “la combinación con pautas de golpes que se basan en beats individuales recuerda a modelos musicales del África negra”. Después, recuerda que la primera gran bajada de la Virgen de los Reyes se produjo en 1740, durante el apogeo de la esclavitud en las Islas, y por tanto “cabe pensar que, bajo el manto de la Virgen de los Reyes, se escondan algunos elementos de música africana, que se pueden haber fusionado con otras influencias”. También menciona Lobo en este apartado más artístico que algunas danzas sensuales del folclore canario pueden tener su origen en los bailes traídos por las personas esclavizadas.

“La africanidad de Canarias siempre se ha intentado negar”

A raíz de la corriente artística del indigenismo, el doctor en Artes y Humanidades de la Universidad de La Laguna (ULL), José Otero, apunta a que el concepto de la africanidad de Canarias ha sido siempre objeto de debate, discusión y problemática y que incluso “se ha intentado negar”. Durante el siglo XX y con la creación de la Escuela Lujan Pérez artistas como Felo Monzón o Plácido Fleitas buscaron plasmar en sus obras la corriente artística europea del momento, procedente de París. Esta teoría llevaba a una exotización de lo africano también influenciado por el expolio del patrimonio artístico del continente. Un ejemplo de ello son las máscaras africanas de Picasso. Por su parte, los artistas canarios, reinterpretaron esta corriente intentándola adaptar a sus realidades: “Cuando los artistas canarios la empiezan a utilizar, se dan cuenta de que Canarias se trata de un punto de extracción estético, hemos tenido indígenas y cultura de la esclavitud significativa”. Otero recalca que en algunas obras de Monzón (quien pintó sus cuadros más negroafricanos en la cárcel durante los inicios del franquismo) y de Fleitas los personajes son explícitamente negros, un aspecto que ha llamado la atención a expertos en la materia. El doctor de la ULL recuerda que durante el franquismo, toda idea revolucionaria del arte fue silenciada y no fue hasta los años 70 cuando se produjo una respuesta de reivindicar lo africano para combatir a la dictadura.

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