El Covid-19 es un ejemplo de cómo muchos virus en la naturaleza saltan la barrera de las especies, llegan al ser humano y causan epidemias, afirma la bióloga Fátima Hernández, quien considera que para evitar nuevos desastres hay que respetar la vida silvestre: invadir hábitats y cazar y consumir animales salvajes puede llevar a otra pandemia.
De esta manera se pronuncia Fátima Hernández, directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife, en un artículo de divulgación titulado 'Confusa ciencia infusa' en el que además alude a la presión que puede estar produciendo la pandemia de coronavirus en los científicos, con el consiguiente riesgo derivado “de obtener y publicar resultados a toda velocidad”.
Explica esta experta que las enfermedades causadas por parásitos, bacterias y virus -que se transmiten a través de hospedadores- causan, según datos de la Organización Mundial de la Salud, unas 700.000 muertes al año, el 17% de todas las enfermedades conocidas. Las mayores proporciones se sitúan en regiones tropicales y subtropicales y en aquellas poblaciones con menos recursos.
Sin embargo, las alteraciones medioambientales (algunas muy significativas) reducen la abundancia de ciertos organismos, propician la multiplicación de otros, modifican la interacción entre ellos y alteran los vínculos de dichos organismos con sus entornos. Ello implica, continúa la bióloga, que los ecosistemas se pueden ver afectados por esa alteraciones, incluyendo la manera en que se presentan las enfermedades infecciosas.
Entre los procesos importantes que afectan a los reservorios y la transmisión de esa enfermedades infecciosas cabe mencionar la deforestación, por ejemplo, que hace proliferar ciertas especies vectores de enfermedades, como mosquitos, garrapatas, pulgas, chinches o las carreteras que, al ser construidas, destruyen bosques remotos, y que aumentan la exposición a los agentes patógenos desconocidos.
Al respecto, Fátima Hernández señala que algunas de las más devastadoras enfermedades infecciosas, incluidos el VIH y el ébola, han surgido en el proceso de invasión del bosque o la selva por el ser humano. Asimismo, influyen en estos procesos el cambio en el uso de los suelos, los sistemas de riego, la urbanización caótica, la resistencia a insecticidas empleados para controlar ciertos vectores de enfermedades, la variabilidad y el cambio del clima, los viajes y el comercio internacional, la introducción accidental o intencional de especies exóticas o la llegada de otras que actúan agresivamente (en los nuevos espacios) como invasoras.
Esto último puede comprometer o alterar la salud humana por múltiples vías “no solo portando agentes patógenos sino provocando el aumento de los locales”, advierte.
Invadir hábitats o cazar animales salvajes/exóticos para comercio ilegal de especies (con uso posterior en tratamientos medicinales no convencionales, como adornos/fetiches o para alimento) puede causar una epidemia a través de pequeños organismos encubiertos que se hospedan en esa fauna y cruzan muchos límites, no solo los de cadenas de especies, también los de países, subraya la especialista.
Muchas de las estrategias actualmente utilizadas para controlar estas enfermedades, en especial las de zoonosis, se basan en comprender la distribución de especies y comunidades, su transmisión, propagación y permanencia, como es el caso de la proliferación del mosquito hembra del género Anopheles, transmisor de malaria.
A veces, confiesa la científica, no es fácil dar a conocer algunos procesos, como ocurrió en Canarias con las cianobacterias de coloraciones extrañas y olores fétidos (de origen ignoto para el profano, que no para el científico), con las densas calimas que pueden desplazar contaminantes, alergógenos o patógenos desde regiones remotas, aunque también pueden fertilizar océanos y zonas boscosas lejanas con partículas minerales.