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Las lagunas en el caso de Carolina, una joven que sufrió daños cerebrales tras una operación de pecho en Gran Canaria

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —
30 de julio de 2023 13:46 h

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Mientras su marido, Richard, cuenta cómo era la vida que tenían hasta hace unos meses, Zaida Carolina apunta con la mano izquierda al pasillo, a una foto. En la imagen aparece la joven con una banda de fieltro de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), en su orla de graduación como maestra de Educación Infantil. Una carrera que, según relata su pareja, compatibilizó con hasta tres trabajos “de pocas horas”. Ahora está postrada en una silla de ruedas, no puede articular palabra, tiene limitada la visión, solo ingiere líquidos con espesantes y depende de su familia para tareas cotidianas.  

Ese antes y después lo delimita el 12 de septiembre de 2022. Sobre las diez de la mañana de ese día, Carolina, que ahora tiene 35 años, entró en un quirófano de la Clínica Cajal de la capital grancanaria para someterse a una operación de cirugía estética, una mastopexia, para sustituir las prótesis mamarias. Ese quirófano había sido alquilado por la cirujana con la que contactó la familia, que ejerce en otro centro privado. Los anestesiólogos que intervinieron en la operación y postoperatorio pertenecían a una tercera clínica. De la Cajal salió unas veinte horas después, en ambulancia, hacia el hospital público Doctor Negrín, donde ingresó primero en urgencias y después, en la unidad de críticos. En ese lapso, la joven había sufrido daños cerebrales graves de los que aún no se ha determinado ni el origen ni el momento en que se produjeron. 

“Hay muchas lagunas”, sostiene Richard para resumir lo que sucedió ese día. Sus actuales abogados han hecho varios requerimientos tanto a la clínica como a la cirujana y los anestesistas para tratar de alcanzar un acuerdo que evite un largo proceso judicial. El anterior letrado presentó una querella inicial y se está a la espera de que el Instituto de Medicina Legal de Las Palmas elabore un informe forense que compile toda la información sobre este caso y evalúe el estado de salud de Carolina. Será un primer paso para, con posterioridad, determinar eventuales responsabilidades de las partes. 

Los informes médicos consignan que la operación se desarrolló sin incidencias ni complicaciones. Comenzó sobre las 10.25 y terminó a las 14.30 horas. Richard recuerda que tras la intervención habló con la cirujana y que esta le dijo que había ido bien, que su pareja estaba “a punto de despertar”, que ella se iría y que quedaría bajo la supervisión de los anestesiólogos. Esperó, pero el tiempo pasaba, seguía sin noticias y empezó a preocuparse. “A eso de las cinco de la tarde, o un poco antes, ya estaba desesperado y toqué la puerta del quirófano, a ver qué pasaba. Me abrieron y estaba mi esposa en mitad de un pasillo estrecho, en una camilla, sin monitorización y sin nada. Salieron dos anestesiólogos, uno que estuvo en la operación y otro que vino después y me dijeron que estuviera tranquilo, que iba a despertar. La llamaban: Carolina, Carolina”, narra mientras chasquea los dedos imitando el gesto de los facultativos. 

Los informes de las enfermeras que atendieron a Carolina cuando subió a planta, sobre las 19.45 horas, describen la reacción adversa después de la operación. Su nivel de consciencia estaba alterado. Esos apuntes hablan de una paciente “desconectada del medio” y “rígida”, que no respondía a los estímulos verbales, que abría los ojos, pero no obedecía órdenes simples y que no vocalizaba palabra alguna. Además, hacía movimientos involuntarios y sufría episodios de agitación que requerían la contención de hasta cuatro personas. La sospecha inicial del anestesiólogo que la supervisaba en ese momento era una complicación farmacológica por la administración de Primperan, un medicamento de uso común para prevenir las náuseas o los vómitos. 

Fue ya cerca de la medianoche cuando el especialista en anestesia y reanimación planteó, por primera vez, la posibilidad de realizarle un TAC cerebral si persistían esas alteraciones. Acabó solicitando esa prueba casi cinco horas más tarde, sobre las 4.20 horas. Por motivos que se desconocen (no se recoge en los informes y el centro sanitario no ha contestado las preguntas formuladas), el TAC no se pudo hacer en la Clínica Cajal, por lo que hubo que avisar al 1-1-2 y activar la Mesa de Transporte para derivar a la paciente al hospital público Doctor Negrín de Gran Canaria. El traslado fue aceptado más de una hora después (a las 5.30). Ingresó en urgencias a las 6.28 horas. 

El TAC y las pruebas posteriores (resonancia magnética, electroencefalograma…) constataron el daño cerebral. Carolina había sufrido una encefalopatía por causa “hipóxico-anóxica”. A su cerebro no había llegado oxígeno por un tiempo superior del que pueden soportar los mecanismos compensatorios que se encargan de evitar la muerte neuronal. Ni la causa ni el momento en que se produjo se han podido precisar hasta la fecha en los informes médicos de los que dispone la familia. 

La joven permaneció más de una semana en la unidad de críticos. De ahí fue a la planta de Neurología del Negrín hasta ser derivada al Hospital Ciudad de Telde ICOT, que tiene un concierto con el Servicio Canario de Salud (SCS) para prestar el servicio de rehabilitación neurológica a pacientes con daño cerebral adquirido. En este centro ingresó el 17 de octubre, un mes y cinco días después de la intervención quirúrgica, y salió casi tres meses después, el 13 de enero de este año. 

“Falta muchísima información”

“Falta muchísima información de muchas horas”, sostiene Richard, que denuncia que Carolina “ni siquiera fue trasladada a una sala de despertar” tras la intervención quirúrgica y que permaneció en una camilla en un pasillo. 

Los especialistas que están asesorando a la familia inciden en que el diagnóstico precoz “se hace imprescindible” en este tipo de casos y sostienen que “esperar 14 horas” para realizar un TAC cerebral (entre la finalización de la operación y la solicitud para hacerlo) “está fuera de protocolo y de Lex Artis”. La Lex Artis hace referencia a la obligación de los profesionales sanitarios de actuar con la debida diligencia. La reiterada jurisprudencia sobre la materia recalca que es una obligación de medios, no de resultados. Es decir, hay que poner a disposición del paciente todos los recursos que la práctica médica aconseja según el conocimiento científico de ese preciso momento. 

La familia se pregunta por qué no se actuó antes, por qué no saltaron las alarmas, por qué se tardó ese tiempo en realizar el TAC y también por qué esta prueba no se pudo hacer en la clínica, pese a que este centro sanitario asegura en su propia página que dispone de los medios “más avanzados” en diagnóstico de imagen, entre ellos un TAC. Además, “por alguna razón que no se explica”, la gráfica de la anestesia se interrumpió entre las 14.35, coincidiendo con la hora aproximada del término de la cirugía, y las 18.10 horas, poco antes de que Carolina fuera subida a planta.

Al margen de la familia, ninguna de las partes implicadas en este caso (la clínica donde fue intervenida, la cirujana y los anestesistas) ha contestado a las preguntas formuladas por esta redacción. 

“Estamos en riesgo social” 

“Ella está ahora en un punto donde puede entender todo lo que hablamos. Me responde con los ojos. Un pestañeo es sí. Dos es no. Le están pinchando toxina botulínica en las glándulas salivales (para evitar la excesiva salivación). Tiene disfagia líquida, todo lo toma con espesante. Le tienen que operar las piernas para alargar el tendón (tiene pie equino). Llegó a pesar 42 kilos. No es fácil, requiere mucha atención”, remarca Richard. 

Desde aquel día, no se separa ni un instante de su esposa, con la que tiene dos hijos de 13 y 17 años. “La primera semana fue horrible”, recuerda. La madre de Carolina aterrizó en Gran Canaria justo cuando su hija salía de la unidad de críticos. La familia es originaria de Venezuela. Otros tres parientes llegaron después. Ahora mismo viven todos en el mismo piso. Son ocho personas en un espacio reducido, en una cuarta planta de un edificio sin ascensor. Hasta que llegaron sus parientes, subía y bajaba a su pareja en la silla de ruedas con la ayuda de su hija mayor. “Lo primero que necesitamos es mudarnos a una vivienda adaptada. No es justo que esté prisionera aquí”, lamenta. 

Lo sucedido ha colocado a la familia en una situación económica complicada. Richard era jefe de cocina en un restaurante del sureste de la isla de Gran Canaria. Tuvo que cerrarlo y ahora cobra el subsidio de 480 euros, a lo que se suma lo que percibe ella por la baja. “Antes vivíamos bien. No éramos ricos, pero no nos faltaba de nada. Desde el mes pasado estamos en riesgo social. Cuando cerramos el restaurante tuvimos mucho gasto y no llegamos a pagar todo lo que debemos. Todos estos meses hemos logrado vivir con las tarjetas de crédito y con las ayudas familiares que nos han dado”, señala. 

En este tiempo también se ha topado con la burocracia y sus ritmos. Para tramitar la declaración de incapacidad y para determinar el grado de discapacidad de Carolina, aún en curso, y también para solicitar ayudas. Richard cuenta, le piden la declaración de renta del año anterior, un documento que ofrece una imagen que dista mucho de la realidad económica que la familia atraviesa en este momento.  También está en lista de espera para rehabilitación. Después de la hospitalización en la unidad de daño cerebral adquirido y de otras treinta sesiones ambulatorias, no ha vuelto a recibir fisioterapia. “Contraté a una especialista, pero no pude seguir pagando”, dice. Durante un tiempo también dispuso de una cama articulada y una pequeña grúa que le ayudaba en la rehabilitación, pero tuvo que devolverla porque era prestada. 

En estos once meses su esposa ha pasado por distintas etapas. Richard describe fases con espasmos musculares “de ocho y nueve horas”, con contracciones “horribles” y otros de rigidez, “como una piedra”. También pasó por momentos en los que se le descolocaba la mandíbula y había que acudir a los servicios de urgencias. “A veces se comportaba como una niña y ha llorado mucho. La parte frontal de su cerebro es la más afectada, las emociones, la impulsividad”, destaca su pareja. “No quiero que se sienta enferma, es una mujer joven, hacemos todo para intentar que se sienta bien”, añade. En las últimas semanas, Carolina ha sufrido varios episodios de convulsiones. Sospechan que es por la falta de sueño por la abundante medicación que toma. 

La joven ha experimentado avances en los últimos meses, pero el futuro sigue siendo incierto. “Estamos en un proceso que no sabemos cuánto va a durar, pero cuanto más pase el tiempo, más duro para nosotros. Sus secuelas son las que son y no sabemos hasta dónde van a llegar. Hay cosas que ahora mismo no tiene en la cabeza y no sabemos si van a estar. Pasó algo que no debía pasar, no es normal. Tengo todo documentado y mi intención es seguir hasta el final, darle a ella lo que necesita”, concluye. 

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