En el margen derecho de la carretera que sube a Cueva Grande se dibuja la silueta de un hombre de unos 50 años. Cabizbajo, con las manos entrecruzadas tras su espalda, escruta el desolador paisaje que ha dejado a escasos metros de su casa el incendio forestal declarado este miércoles en la cumbre de Gran Canaria. La loma de enfrente, teñida de negro, ilustra la virulencia del fuego en este pago del municipio de San Mateo. En el umbral de la puerta, invita a los periodistas a rastrear otras historias en el restaurante El Refugio, en la misma carretera, antes de confesar que no abandonó la vivienda cuando los servicios de emergencia decidieron evacuar la zona. “¿Qué iba a hacer, me iba a quedar sin casa, tú abandonarías tu vivienda?”, pregunta en busca de complicidad.
En el Refugio no hay luz. Son las 15.00 horas del jueves y una decena de clientes se junta en la oscuridad de la barra del bar. Ninguno de ellos sufrió en primera línea el incendio. La mayoría vive en Telde y tiene en Cueva Grande su segunda residencia. Cuentan, con alivio, que ni sus casas ni las de sus familiares han sufrido daños de consideración y señalan una vivienda en lo alto de la loma como la más afectada. Una estrecha y empinada carretera conduce al lugar. Nadie responde al timbre. “Ahí vive una maestra”, explica un vecino.
Unos metros más arriba, varios miembros de una familia, repartidos en dos coches, se disponen a volver al barrio de Casablanca, en Las Palmas de Gran Canaria. “Ha sido un milagro”, dice Mila, sentada al volante de uno de los vehículos. El fuego rodeó el perímetro de la casa de sus padres y quemó árboles de la finca, pero la vivienda, utilizada sólo durante el verano, quedó intacta.
En el asiento trasero, la madre de Mila acaricia a Nina, su gata, superviviente del incendio y “toda una heroína”, según sus dueños. La tarde anterior al incendio habían dejado al animal solo en la casa con la intención de volver el miércoles a la hora de comer para recogerla. El fuego truncó sus planes, como los de las más de 800 personas que se vieron obligadas a salir de sus viviendas y vivir una noche de miedo e incertidumbre.
“Lo he pasado fatal. Hemos estado toda la noche con mucha angustia, por la gatita. Yo he llorado por la gata lo que no te puedes ni imaginar”, relata Mila, “cuando abrimos la puerta no podía ni maullar, lo intentaba y no le salía, estaba afónica”. “Ha habido suerte”, tercia su hijo.
José, otro vecino de Cueva Grande, cuenta que él y su esposa abandonaron de inmediato la casa cuando vieron el fuego acercarse. “Dijimos: Esto ya no es para nosotros”, apunta con una sonrisa y el sosiego de saber que la vivienda, también una segunda residencia, no ha sufrido ningún desperfecto y que sólo tiene que lamentar los daños en algunos cultivos.
En el mismo cruce, una mujer con evidente gesto de preocupación pregunta por asociaciones protectoras de animales, se baja del vehículo con un perro y comienza a andar con rapidez por un sendero calcinado. Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, había reconocido la noche anterior la necesidad de contar con un protocolo entre administraciones para proteger a los animales ante este tipo de situaciones.
Cerca de las 16.00 horas aparece en esa zona de Cueva Grande un jeep blanco. Su conductor, con un puro en la boca, sube con gran pericia marcha atrás una pronunciada cuesta hacia la parte superior de la colina. Se llama José Luis y acaba de llegar para comprobar cómo ha quedado la finca en la que se refugia todos los miércoles y los fines de semana. Le preocupa, sobre todo, el estado del cuarto de aperos y el lugar donde su hermano almacena leña. Las cenizas evidencian lo cerca que estuvieron las llamas. Sin embargo, los daños son mínimos, apenas unos árboles quemados. “No se afectaron mucho los cultivos porque todo lo tengo arado y limpio”, explica José Luis sin soltar el puro.
“Vi el fuego asomarse por arriba (de la montaña), con llamaradas, bolas de fuego, porque había mucho viento. Cuando lo vi me asusté. Antes de marcharme saqué la manguera y regué un poco los árboles, pero en realidad daba un poco igual, porque si el fuego viene con fuerza no hay nada que hacer.”, sostiene este vecino, que se marchó del lugar sobre las 17.30 horas del miércoles, cuando la Guardia Civil le avisó.
A la salida de Cueva Grande, camino a Tejeda y muy lejos ya del verdor que impregnaba el inicio del recorrido, entre Tafira Alta y Santa Brígida, la desolación se intensifica y la carretera se hunde en un intenso olor a humo acompañado de una niebla que apenas deja vislumbrar el horizonte. Un imagen “dantesca”, como lo catalogó el presidente del Cabildo de Gran Canaria, que se ha apoderado de un paisaje emblemático en el corazón de la isla. Lejos aún de esclarecer las responsabilidades, siquiera de apagar las llamas que siguen comiendo naturaleza, los vecinos pudieron, al menos, respirar con alivio al abrir las puertas de sus casas y comprobar que, de forma milagrosa, la voracidad de las llamas había rodeado, pero no alcanzado, sus viviendas.