Cuarenta años de cárcel pide el fiscal para el único acusado del escabroso 'crimen de la pensión Padrón', que arrancó este lunes en la sección VI de la Audiencia Provincial. Veinte años son por homicidio, 12 por tres delitos de robo y ocho, por haber “secuestrado” en numerosas ocasiones a Ángel Bermejo Beltrán, cuyo esqueleto fue encontrado entre dos colchones en agosto de 2010.
Nadie llegó a percatarse ni de los malos olores ni de la desaparición de la víctima, un hombre solo, alejado de su familia y deteriorado por la heroína y el alcohol, asiduo del comedor social del albergue municipal.
Su muerte debió producirse ocho meses antes, en los primeros días de enero de 2010, pero sus restos osificados no fueron encontrados hasta ocho meses después, cuando los hijos de la patrona se dispusieron a llevar a cabo algunas reformas en la pensión y decidieron hacer una limpieza de la habitación 302, que usaban como trastero. Los huesos estaban ocultos entre dos colchones y tras una maleta y otros bultos.
El acusado José Antonio Luis Aguiar también se movía en ambientes marginales. Fue a dar con Ángel Bermejo en la pensión tras cumplir una condena de cárcel. Con numerosos antecedentes penales por detención ilegal, malos tratos a sus parejas, lesiones y robo, y fama de violento hasta en la misma prisión Tenerife II, la brigada de homicidios de la Policía Nacional le tuvo como principal sospechoso desde antes de que la noticia del macabro suceso saltara a la prensa.
Según las conclusiones del fiscal, Aguiar retuvo en varias ocasiones a Bermejo atado a las patas de la cama de la habitación que compartían y le propinó una paliza tras otra para obligarle a sacar al menos en tres ocasiones los casi mil euros de una pensión que cobraba mensualmente. Los movimientos bancarios apuntan a que debió ser así de octubre de 2009 a enero de 2010.
Los forenses concluyen que Bermejo murió apaleado con un objeto contundente, y que le clavaron algo punzante, semejante a un destornillador, en el pecho. Nadie escuchó sus gritos, ni durante los tres meses en los que, según el fiscal, fue torturado constantemente.
No le hicieron caso
La víctima, en efecto, no contó con ninguna ayuda. En octubre acudió varias veces seguidas a un médico de urgencia, en Los Gladiolos y en el Centro de Salud de Anaga, y relató a las médicos que le atendían de sus hematomas y contusiones que estaba siendo retenido y golpeado, pero estos testimonios se quedaron en el historial clínico.
También alertó a las asistentes auxiliares del centro al que acudía regularmente a por sus dosis de metadona, en ocasiones acompañado por el mismo Aguiar. Una vez llegó a presentarse en calzoncillos, y aunque volvió a contar su caso, no le hicieron mucho caso. Tampoco los vigilantes del albergue municipal, a los que también pidió socorro.
Para más abundamiento, en la pensión Padrón apenas había control de entradas y salidas de los huéspedes y desde luego, no había limpieza. La regentaba una mujer “con un grave deterioro mental”, testificó este lunes el inspector que dirigió la investigación policial. Esos huéspedes eran en su mayoría personas al borde de la exclusión social. En la habitación en la que fue ocultado el cadáver durmió varias noches una pareja de toxicómanos que tampoco se percataron ni de las manchas de sangre ni del olor a putrefacto.
Para la Policía Nacional, todas las pruebas conducen a Aguiar como autor material del crimen. Entre otras, porque en la habitación 302, en la que se encontraron los huesos de Ángel, también se halló un vaso dosificador de metadona, con el nombre del acusado, y fecha del 5 de enero de 2010, y una colilla en su interior, con saliva también de Aguiar.
Además, fue el propio reo quien dio pistas a la Policía de quién era el cadáver aparecido en la prisión, ya que la primera vez que le interrogaron aún no lo habían identificado.
Por el contrario, el abogado de la defensa alega que todas las pruebas contra su cliente “son circunstanciales”, además de invocar atenuantes por alcoholismo y otras drogadicciones, y apunta a que una tercera persona, de la que hay rastros en la escena del crimen, pudo intervenir en el homicidio o ser el autor material del mismo. Varios indicios apuntan a que el homicida debió contar con ayuda para envolver el cuerpo en sábanas y ocultarlo.