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Las presas no mienten: un largo periodo de sequía castiga a Gran Canaria y a sus campos

Ovejas buscando pasto cerca de la presa de Las Niñas, Tejeda (Gran Canaria).

Gara Santana

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Las presas de Gran Canaria arrancan 2024 con un volumen de agua muy bajo. Si hiciéramos una comparativa con datos de años anteriores, por estas fechas en 2020 se vivía una situación parecida, en torno a un millón y medio de metros cúbicos, pero en enero de aquel año acudió al rescate de los embalses la borrasca Filomena, dejando casi cuatro millones de metros cúbicos y se pasó de estar en una situación muy crítica a tener agua de riego para los tres años siguientes. Durante estos tres años, la isla ha recibido muy poca agua de lluvia, a excepción de la que cayó tras el ciclón Hermine (2022), que no dejó muchas aguas para las presas del Cabildo, aunque sí trajo algo para las de La Aldea. Actualmente, la presa que alberga más volumen de agua es la de Gambuesa que está en el 55% de su capacidad y que cuenta además con aguas que proceden de la presa de Soria a causa de sus obras de mantenimiento. El caso más crítico lo presenta la presa de Chira, que se encuentra ya en un 5% de almacenamiento, es decir, le queda para tres o cuatro meses de agua de riego si no llueve. Pero es que no llueve; las precipitaciones han disminuido en diez años en Gran Canaria en torno a un 75% del valor medio esperable.

“El agua de riego en los campos está garantizada”

Para Carmelo Santana, gerente del Consejo Insular de Aguas de Gran Canaria, es una fortuna que en la isla se pueda disponer de la producción industrial; desalación de agua de mar y las aguas regeneradas, porque con esas aguas “somos capaces de distribuir a cotas altas también”. Hay muchas presas que gestiona el Consejo Superior de Aguas que tienen otras fuentes alternativas que no son las aguas superficiales almacenadas en los embalses y que se van a poder suministrar con aguas regeneradas o con desalación de agua de mar. “A día de hoy lo que hemos hecho es estar en contacto permanente con las pocas comunidades de regantes que no tienen otro recurso que no sea el agua de las presas y facilitando a las que sí tienen la posibilidad de agua de producción industrial”.

Para Santana, actualmente en el ciclo hidrológico de Gran Canaria el volumen almacenado de las presas no es tan significativo ya que, mayoritariamente, el suministro de agua a riego procede, o bien de la producción industrial, de las aguas regeneradas o de las fuentes de aguas subterráneas, aunque habla de la importancia de “tener ese agua ahí, sobre todo para las zonas de regadíos que sólo pueden disponer de ese agua, pero mayoritariamente los grandes cultivos están abastecidos y el agua de riego en los campos está garantizada”.

Las grandes presas de la isla están ubicadas en la zona sur y suroeste de la isla, donde se encuentran los mayores volúmenes. “Para que esas presas verdaderamente almacenen agua son necesarios los temporales que vengan del sur, los que proceden del norte no generan episodios de agua tan importantes como para que al final generen almacenamientos de agua en el sur”, afirma el gerente. “Todos estos episodios que se suelen producir como el de las borrascas de Filomena o Hermine se producen normalmente de componente sur-suroeste y esas lluvias sí que las esperamos con cierta ilusión para que se llenen las presas porque los temporales del norte, difícilmente pueden llenar las presas del sur y suroeste de la isla”.

En el norte, con más lluvia, además de aprovechar las escorrentías, las presas sirven de depósitos reguladores de los cultivos asociados y aunque el terreno sea más permeable, trabajos casi de artesanía permiten tratar el vaso del embalse para disminuir las pérdidas. En cambio la permeabilidad baja o muy baja de la zona sur de esa línea divisoria hace que, aún con menor precipitación, se puedan dimensionar mayores presas.

Así, de la capacidad total de embalse en grandes presas, 76.7 hm3, 68 hm3, que representan el 88,5% de la capacidad total, se concentran en los municipios de Artenara, Tejeda, Mogán, San Bartolomé de Tirajana y Santa Lucía, claramente en la zona sur, y el 11,5% restante, 8.8 hm3, corresponde a la zona al norte de la línea citada.

“Tiene que llover”

Para José Chirivella, ingeniero hidráulico y técnico del Consejo Insular de Aguas, la tendencia de la falta de agua en la isla es “bastante preocupante” y analiza cómo desde 2015, un periodo de casi diez años, la precipitación ha descendido de forma importante.“Podemos hablar en torno a un 75% del valor medio esperable”. Para llegar a esta conclusión, ha bastado con coger una estación de referencia en una zona habitualmente “buena de lluvias en vertiente norte”, que sería, por decirlo de algún modo, “el escenario perfecto”, y se ha registrado que la precipitación registrada llega a poco más del 70% con respecto al valor medio esperable y que incluso “hay varios registros que se sitúan en torno a la mitad de la precipitación media”. Chirivellla explica a este periódico, que la precipitación, desde un punto de vista científico puro, tiene dos componentes; un componente de recarga y un componente de escorrentía superficial. “Desde el momento en que la precipitación baja por debajo del umbral, la precipitación se pierde en evapotranspiración y no genera ningún efecto positivo en el medio porque todo vuelve a la atmósfera o bien vía evaporación pura o vía transpiración de la vegetación” afirma. “Con lo cual ese porcentaje de precipitación que no está cayendo, ni está generando agua superficial, que es la que recogerían las presas, ni está generando recarga en el acuífero”. El ingeniero manifiesta que, de prolongarse esta situación, aunque los efectos no se verán de forma inmediata, “sí acabarán siendo apreciables”.

Las dos borrascas que han pasado por las islas en los últimos tres años han salvado los muebles y llenado los embalses para garantizar el agua de riego en medianías, pero no son las precipitaciones ideales para los ecosistemas debido a su agresividad. La lluvia extrema genera picos de avenida, arrastra suelo y materiales, en incluso podría generar una situación muy extrema de daños personales “y aunque no nos interesa ese tipo de lluvia, llegado el caso que caiga lo que tenga que caer, pero tiene que llover”. En este sentido, Chirivella habla de “la suerte” de disponer de tantas presas en Gran Canaria, “que generan un efecto muy positivo en la regulación y laminación de los efectos de las tormentas de manera que todas las presas con mucha o poca capacidad en metros cúbicos absorben esos efectos negativos”.

Para Chirivella es pronto para hablar directamente de que la sequía que padece la isla sea consecuencia directa del cambio climático, pero entiende que está relacionado. Los registros presentan indicios de otros periodos secos, si son más o menos intensos que el que vivimos tendría que ser objeto de estudio, pero sí es cierto es que se está dando una combinación de poca precipitación y temperaturas muy elevadas y no podemos olvidar que lo que eleva la temperatura es esa evapotranspiración antes mencionada cuyo porcentaje sube. “Hay una fracción de agua que la propia naturaleza se vuelve a llevar y a mayor temperatura ese porcentaje es mayor, entonces necesitamos, ante las altas temperaturas, que llueva todavía más o aportarle más agua al sistema a través de las desaladoras o el agua regenerada”.

Qué puede hacer el ser humano

Quedarse de brazos cruzados viendo cómo se seca la isla y cambian sus ecosistemas podría ser una opción, pero el ser humano tiene mucho que aportar para paliar los efectos de una situación de sequía prolongada. En este sentido, la apuesta del Consejo Insular de Aguas se plasmó en 1999 en el primer Plan Hidrológico, que plantea una apuesta total por recursos no convencionales en aquellos lugares donde tenga sentido. En el caso de Gran Canaria tiene sentido allá donde se emplaza la mayor parte de la población, zonas bajas por debajo de la cota 300, en donde puede haber desalación por razones obvias de cercanía al mar y donde están las depuradoras de mayor tamaño. En ese ámbito, “hay que apostar en la medida de lo posible todo por el agua de producción industrial, por recursos no convencionales”. Esto permitirá, según las fuentes consultadas, establecer de alguna manera una mayor garantía de suministro en algunos ámbitos, sobre todo a la población y donde también se concentra mucha parte de la agricultura productiva, la de exportación, los grandes cultivos. Del mismo modo, la zona de medianías y cumbre “tendrá que atenderse de alguna manera con recursos convencionales, ya que no podemos elevar agua con carácter general del mar hacia la cumbre porque energéticamente es muy costoso y lo que debemos hacer es intentar que los recursos que están ahora mismo en las medianías no bajen de las medianías”.

La Administración, las heredades de agua y las comunidades de regantes están haciendo un trabajo de adaptación a esta nueva realidad, pero Chirivella advierte: “El problema del agua en Gran Canaria no se puede analizar de manera individual. Somos una demarcación y así nos define la Ley, el Consejo no puede pensar individualmente, por ejemplo, en Las Palmas de Gran Canaria y no pensar en Santa Brígida o San Mateo si están en la misma cuenca. Debemos pensar en la cuenca entera y así con cada una de las cuencas y así con toda la demarcación”.

Es evidente que los tiempos han cambiado, “es evidente que si existe agua industrial y recursos no convencionales en la zona de costa y medianías bajas, hasta la cota 300, si movemos recursos convencionales; aguas superficiales y subterráneas desde la cumbre y la traemos a la costa, el agua que salió de la cumbre no va a estar respuesta porque no podemos llevar agua a la cumbre porque no la tenemos, la tenemos en la costa” nos cuenta. “Ahí es donde la Administración Pública está haciendo el esfuerzo de convencer a todo el mundo de que esto es positivo para todos y los miembros de las comunidades y heredades de aguas lo están entendiendo”.

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