Aguantaron el llanto mientras pudieron, a ratos en posición de firmes como exigía el respeto a las víctimas y el protocolo militar. Pero las lágrimas se desbordaron este domingo entre los compañeros de los cuatro militares fallecidos en el accidente de helicóptero del pasado 19 de marzo cuando, 40 días después de que se iniciara un calvario de búsquedas y rescates fallidos, sus féretros enfilaron a hombros de sus amigos el camino de salida del hangar del 802 Escuadrón en la Base Aérea de Gando. A solo unos metros de distancia, con el corazón devastado hace ya muchos días, las familias de los cuatro rescatadores muertos dieron su enésima lección de dignidad: han soportado un suplicio de horas interminables enfrentándose sucesivamente al miedo, la espera, la certeza de la muerte, la incertidumbre del rescate y finalmente una angustiosa semana de pruebas forenses. Pero este domingo, ante cuatro féretros cubiertos con la bandera de España, dieron otra prueba más de templaza y serenidad al enfrentarse cara a cara con la sentencia inapelable de la muerte. Muy rotos, pero nunca solos.
Treinta y dos hombres y cuatro ataúdes sobre sus hombros. El capitán Daniel Pena Valiño, los tenientes Carmen Ortega Cortés y Sebastián Ruiz Galván y el sargento Carlos Caramanzana Álvarez regresaron simbólicamente este domingo al hangar del SAR que tan familiar les era hasta que un fatídico accidente convirtió en una tragedia su último entrenamiento de rescate nocturno en el mar a 37 millas náuticas de Gran Canaria. Solo la marcha fúnebre interpretada por la banda militar de la Base Aérea de Gando rompía entonces el silencio que medió entre el sonido del himno de España y la solemne entrada de los féretros hacia el altar donde Pablo Panadero, vicario general del arzobispado castrense, esperaba para oficiar el funeral.
“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados...” Empezaba el sermón del vicario, y con él, en paralelo a su relato sobre las terribles semanas que se han sucedido después del accidente, el estallido de los primeros sollozos en los bancos reservadas para las atormentadas familias. Enfrente de los familiares, las autoridades civiles y militares, empezando por el ministro de Defensa, Pedro Morenés. Junto a las familias, como parte inequívoca del drama que ellos también han tenido que vivir estos días, un centenar largo de militares del Ejército del Aire que portaban en sus uniformes las siglas del SAR.
Los servicios de protocolo del Ministerio de Defensa y del Ejército del Aire trataron de proteger este domingo cuanto pudieron a los familiares de las cámaras de televisión y los fotógrafos, que, en paralelo a los bancos de los parientes más próximos a los fallecidos y con los miembros del SAR enmedio, apenas tenían campo de visión para tomar imágenes de los que soportaron el lado más amargo de este funeral. Nada que reprochar. Cuarenta días y cuarenta noches después de que el Súper Puma del SAR se precipitara sobre el océano y permaneciera más de un mes a 2.362 metros de profundidad, los rostros estragados por la tristeza de los familiares eran apenas la punta del iceberg del sufrimiento que les carcome con voracidad desde el 19 de marzo. Un sufrimiento que bordeó la tortura el pasado lunes, cuando la operación de rescate se truncó inesperadamente por la fractura del helicóptero durante el proceso de izado y se perdieron en el mar dos de los cuatro cadáveres. Como si el propio océano hubiera pactado con la fatalidad una perversa conjura.
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