Estela pide disculpas por el aspecto del residencial abandonado en el que vive. “Sé que parece peligroso, pero aquí una vive muy tranquila”, cuenta. La misión imposible de acceder a una vivienda en Lanzarote empujó a Estela, de 70 años, a vivir en una obra inacabada de Playa Blanca, en el sur de la isla. Apenas dos kilómetros separan la casa del hotel de cinco estrellas en el que trabaja, pero en su vivienda no hay ni rastro de lujos. Desde su salón, levantado en cuatro paredes de bloques grises y aún sin encalar, resume su odisea: “Todo lo tienen vacacional. De pronto aparece una oferta por un dineral, pero es temporal. Te lo alquilan por meses y cuando llega la temporada alta te echan”.
Estela empezó a trabajar como ayudante de cocina en un hotel hace dos años, pero en los últimos meses ha estado de baja por un problema en la columna. “No puedo decirte que haya sido por el trabajo, aunque a veces tenemos que cargar cajas muy pesadas. No sé si es por el trabajo o porque ya mis huesos están fallando”, responde.
Ella ha intentado hacer de ese esqueleto de hormigón un hogar. En la habitación de uno de sus nietos entra poca luz, pero debajo de su ventana ya ha instalado un escritorio para que pueda hacer los deberes como el resto de sus compañeros. Sobre la cama, un par de peluches desvían la atención del suelo de tierra sobre el que viven. “La gente aquí no tiene dónde vivir, por eso, por desgracia, tenemos que meternos en algo que no es nuestro. Es por pura necesidad”, insiste.
No tener una vivienda propia o un alquiler ha dañado la salud mental de Estela. “Me duele cuando le doy mi dirección al taxista y me dice que soy una okupa”, narra. “Me ha afectado mucho porque es la primera vez que me toca. Yo siempre he vivido en pisos, no lujosos porque no soy adinerada, pero en los que sí tenía un buen baño y energía”, subraya. Ella y su familia han ido adaptando el espacio para poder vivir en condiciones dignas, “como un ser humano merece”, dice ella. “No hemos puesto piso porque sabemos que esto no es nuestro. Claro que nos gustaría estar en un sitio en el que los niños se puedan tirar al suelo sin miedo a que se dañen las piernas porque solo hay tierra y piedras”, concluye.
Por el vecindario se rumorea que en poco tiempo un juez desocupará las viviendas. En el mismo residencial habitan otras 60 familias que han ido ocupando las casas después de que se abandonaran las obras en 2006 por situarse en el entorno de una zona declarada Bien de Interés Cultural. “El dinero que vamos ganando lo vamos guardando para pagar aunque sea un hostal cuando nos echen de aquí. No queremos quedarnos con algo que no es nuestro. Mucha gente dice que somos okupas y que no pagamos nada, pero si ven el dineral que hemos invertido aquí es como si hubiéramos pagado un alquiler”, defiende Estela. “Cuando nos echen, estaremos agradecidos por habernos permitido estar todo este tiempo, pero tendremos que salir”, adelanta.
La falta de vivienda digna para la población canaria es una de las razones que ha llevado a organizar en todas las islas una manifestación el próximo 20 de abril. Bajo el lema Canarias tiene un límite, los convocantes exigen una transformación del modelo turístico y medidas concretas como aplicar la ecotasa, limitar la compra de vivienda por parte de extranjeros que no residan en las islas e implantar una moratoria turística.
Organizaciones ecologistas, científicos y grupos ciudadanos insisten en que, aunque las patronales y las administraciones públicas defienden que el Archipiélago “vive del turismo”, muchas personas “malviven” en las islas como consecuencia de la gestión. Según el informe AROPE de 2023 sobre el estado de la pobreza en Canarias, el 15% de la población en la comunidad autónoma tiene gastos de vivienda superiores al 40% de su renta disponible. Además, un 36% de la población está en riesgo de pobreza y exclusión social.
La irrupción de la vivienda vacacional también complica encontrar un alquiler de larga estancia en el Archipiélago. Según el informe 2023 de Sostenibilidad del Turismo en Canarias, hay algunas localidades con más viviendas vacacionales que población censada. Es el caso de El Cotillo, en Fuerteventura. El municipio de Yaiza, donde vive Estela, es la circunscripción de toda la comunidad con mayor ratio de plazas de vivienda vacacional por cada 100 habitantes.
Vivir en el trabajo
A siete kilómetros de donde vive Estela, en pleno núcleo turístico de Playa Blanca, trabajan Pablo y Nerea. En esa localidad se amontonan los hoteles y los coches de alquiler, pero los problemas de los trabajadores son los mismos. Ellos trabajan en el restaurante de un hotel de Lanzarote y la solución que han encontrado a la falta de vivienda ha sido vivir dentro del propio complejo turístico. “Algunas personas lo ven como un privilegio, pero me despierto y ya estoy en el trabajo”, cuentan.
Los dos viven en habitaciones estándar de dos camas, un baño y una televisión. Pablo, de 29 años y nacido en Galicia, lleva diez meses viviendo y trabajando en el hotel. “Después de un tiempo te satura estar viviendo en el trabajo e intentas buscar vivienda. Eres autosuficiente, con un salario, pero es imposible. Para vivir yo solo tengo que estar pagando mi sueldo o más”, relata.
Nerea tiene 25 años y se desplazó a la isla desde Sevilla atraída por las condiciones laborales que le ofrecían. Las primeras semanas pudo quedarse en casa de una familiar. Cuando empezó a buscar piso, comenzaron las complicaciones. “Me saltaba un anuncio a la semana y en nada ya no estaba, luego preguntaba y me pedían pagar por ir a ver al piso…”, recuerda. “No podía estar bien en el trabajo ni en casa. Me sentía un poco ”la recogida“, añade.
“Viviendo donde trabajas tienes momentos de crisis”, cuentan. Tener intimidad, desconectar del trabajo o cenar caliente son algunas de las cosas rutinarias que echan de menos. “No puedes hacerte siquiera una tortilla francesa. Yo vine con la intención de ahorrar y formarme. Es ahí donde yo hago mi resiliencia. Si no, ya estaría fuera”, dice Pablo.
“Estamos casi 24 horas al día trabajando, viviendo por y para el hotel. Tienes tus días libres y tus vacaciones, pero yo por ejemplo no me quedo en la isla durante mis vacaciones”, añade el trabajador. “Al menos nosotros tenemos un hogar en la Península. Me imagino cómo será para quienes son de aquí y no tienen una casa. Es una burbuja que tiene que estallar”, concluyen. Después de 25 minutos, termina la entrevista. “Tenemos que marcharnos, en quince minutos empezamos a trabajar”. Pablo y Nerea se despiden y vuelven a su habitación de hotel, donde se preparan para una nueva jornada laboral.