Tenerife Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

Marianito

El inapreciable hilito de aire fresco que en la mañana de ayer conducía el barranco sin chófer a la desembocadura del amago de río que es esta cuenca capitalina de Santos fue suficiente para que, tras lamentar el estado físico de aulagas, cardones y tabaibas, todas ellas achicharradas y sin sonrisas en los labios (más amarillos que verdes), se me despertara, previa sinapsis, una neurona dormida, y por esa chispa, por ese calambrazo, sediento y extenuado como un perro salchicha de los más largos acabante de hacer a dos por hora un maratón urbano, más difícil con la que entonces estaba cayendo (sin agua), escuché un grito, un ladrido que seguro provenía de una conversación cercana bajo sombra verde. Y así fue.

– Pero, ¡mamá!, ¿por qué ahora estás empeñada en cambiarme el nombre si a mí el de Marianito me gusta mucho, me encanta, me entusiasma y me activa todos los días? Y me inspira, sí, me inspira, aunque tú no lo creas y ahora mismo estés muerta de la risa. Pero… ¡Mamá!

– ¿Cómo puedes decir eso, Ma…? No quiero ni repetirlo. Pero es que no eres capaz de ver, con la que está cayendo, que no te lo mereces; que ese nombre tuyo, el de nuestra equivocación (aunque el que se empeñó fue el derechoso de tu padre), es hoy una afrenta para la familia. Es que, ¡coño!… ¿Cómo tengo que decírtelo para que lo entiendas de una puñetera vez? Que no, que no puede ser… Que voy al súper y todo el mundo habla de ese…, y en la pelu…, y bajo la marquesina de la parada de la guagua…, y en el portal del edificio… Estoy harta y quiero acabar con esto de una puñetera vez, que tú, querido hijo, no eres así… ¡Joder! Y ya haces lo que digan tus padres, que para eso somos tus padres y mandamos. Así que vamos al Registro Civil de una vez y punto y aparte. Y se acabó… Y a tomar por el trasero la maldita referencia a Ma…

– Pero ¡mamá! Yo no quiero.

– Pues sí. ¡Vamos y punto…!

– ¿Y con papá qué vas a hacer…? Nos llamamos igual, ¿recuerdas?

– Lo de él ya está arreglado, que me separé esta mañana. Faltas tú. Anda, vamos, que no estoy de humor. ¿Qué te crees, chinijo?

*Historia publicada en el libro de cuentos y otros textos llamado PolicromíaPolicromía

El inapreciable hilito de aire fresco que en la mañana de ayer conducía el barranco sin chófer a la desembocadura del amago de río que es esta cuenca capitalina de Santos fue suficiente para que, tras lamentar el estado físico de aulagas, cardones y tabaibas, todas ellas achicharradas y sin sonrisas en los labios (más amarillos que verdes), se me despertara, previa sinapsis, una neurona dormida, y por esa chispa, por ese calambrazo, sediento y extenuado como un perro salchicha de los más largos acabante de hacer a dos por hora un maratón urbano, más difícil con la que entonces estaba cayendo (sin agua), escuché un grito, un ladrido que seguro provenía de una conversación cercana bajo sombra verde. Y así fue.

– Pero, ¡mamá!, ¿por qué ahora estás empeñada en cambiarme el nombre si a mí el de Marianito me gusta mucho, me encanta, me entusiasma y me activa todos los días? Y me inspira, sí, me inspira, aunque tú no lo creas y ahora mismo estés muerta de la risa. Pero… ¡Mamá!