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'Respect'

En este maldito 16 de agosto en que amanece como casi siempre con panzaburro aquí en el norte, en que no puedes ir caminando a San Roque si fuiste caminando a Candelaria porque los pies se te hinchan como globos, en que se conmemora el cuarenta y tantos aniversario de la muerte del rey del rock, muere otra grande entre las grandes, quizás de las últimas, Aretha Franklin, la diva negra del soul que desde los escenarios a lo largo de su vida tantas letras sensatas nos cantó con su peculiar voz de “mamá-cuando-se-desquicia-y-nos-echa-una-bronca”, que a mí me resulta fascinante, porque no se te ocurriría llevarle la contraria a alguien que te dice las cosas con ese ímpetu, sino seguirlas a pie juntillas. Y sin embargo, qué poco caso hemos hecho de su requerimiento.

Una de sus quizás más emblemáticas canciones es Respect. Todavía no estaba yo ni proyectada cuando ya era conocido este tema, por lo que me he pasado la vida escuchando cómo Aretha literalmente se desgañitaba una y otra vez pidiendo respeto. Por esa razón me desconcierta tanto que más de cincuenta años después ni siquiera hayamos avanzado un milímetro en cuanto al respeto se refiere. Me da la impresión de que nadie escuchaba a Aretha o al menos no nos convenció lo suficiente. Será que es verdad que no siempre tiene más razón quien más grita.

Desde mi punto de vista, el respeto es la condición indispensable para que todo en este mundo funcione y, sin embargo, es uno de los elementos más mancillados de cuantos rodean a la humana especie.

Decía un amigo mío que “nadie es mejor que yo pero tampoco yo soy mejor que nadie”. Partiendo de esta sencilla verdad, si consideramos que los demás son menos importantes que nosotros, que nuestro criterio o nuestros intereses prevalecen sobre los ajenos, se organizan cosas tan absurdas como lo que ha ocurrido en estos últimos días: una mujer le pega fuego a un hospital porque tardaban en atenderla, como si solo estuviera ella en las Urgencias, que sabemos de sobra que esta zona de nuestros hospitales está siempre a reventar de gente.

Obviamente no hubo por parte de esta individua respeto por los pacientes, por los sanitarios y por la sociedad tinerfeña en general, ni siquiera por sí misma, porque vaya manera de quererse. Ella era mejor que el resto y bastante más necia también, porque por esa falta de respeto nos vemos abocados a mermar la atención tan colapsada como suele estar.

Es que por lo general no hay respeto hacia nuestros semejantes. Por poner un ejemplo o dos, vean cómo trata Donald Trump a los inmigrantes que cruzan sus fronteras desde México, como si fueran menos que él mismo: a los pobres niños los separa de sus padres y los mete en jaulas. Pero no hay que salir de España para ver cómo tampoco hay respeto en las vallas de Ceuta y Melilla, de una parte y de otra.

De hecho, tampoco hay respeto ni siquiera en el mismo Congreso de los Diputados, donde sin más algunos diputados se abuchean, se insultan y se difaman muy alegremente. Si eso hacen quienes deberían representarnos pulcramente, ¿qué vamos a esperar de la sociedad de a pie?

Para empezar y yendo a otras instancias, no hay respeto en las escuelas, que es donde todo se aprende, sobre todo de los alumnos a sus profesores. Ya traen la lección aprendida de casa y así en carnes propias he vivido amenazas por parte de alumnos pero también de sus padres, ya que los niños no son más que el reflejo de lo que se vive en casa.

Y si hablamos de ese mal endémico que cada vez nos afecta más, no hay respeto hacia las mujeres tampoco. Ahí tienen casos como el de la manada, donde la mujer no solo no es víctima de violación, como si estos lobitos despiadados solo le hubieran hecho cosquillas, sino que sufre el acoso de algunos sectores sociales, entre ellos el judicial, mientras otros descerebrados encumbran a los violadores. Y no solo hacia las mujeres, tampoco hacia los niños, véase la cantidad de niños abusados por clérigos en Pensilvania. No hay respeto tampoco hacia los animales, a los que se maltrata y se abandona a su suerte en cualquier circunstancia, especialmente cuando llegan las vacaciones de verano.

Cien mil casos cotidianos de faltas de respeto podríamos citar. También podría estar hablando de cientos de canciones que dan para hablar ancho y tendido de tantas que a su manera reivindicaba la gran Aretha Franklin, tales como Think (Piensa), Chain of fools (La cadena de los locos), I say a little prayer for you (Rezaré por ti), que quedarán para siempre como himnos de una generación perdida y siempre recordada.

En este maldito 16 de agosto en que amanece como casi siempre con panzaburro aquí en el norte, en que no puedes ir caminando a San Roque si fuiste caminando a Candelaria porque los pies se te hinchan como globos, en que se conmemora el cuarenta y tantos aniversario de la muerte del rey del rock, muere otra grande entre las grandes, quizás de las últimas, Aretha Franklin, la diva negra del soul que desde los escenarios a lo largo de su vida tantas letras sensatas nos cantó con su peculiar voz de “mamá-cuando-se-desquicia-y-nos-echa-una-bronca”, que a mí me resulta fascinante, porque no se te ocurriría llevarle la contraria a alguien que te dice las cosas con ese ímpetu, sino seguirlas a pie juntillas. Y sin embargo, qué poco caso hemos hecho de su requerimiento.

Una de sus quizás más emblemáticas canciones es Respect. Todavía no estaba yo ni proyectada cuando ya era conocido este tema, por lo que me he pasado la vida escuchando cómo Aretha literalmente se desgañitaba una y otra vez pidiendo respeto. Por esa razón me desconcierta tanto que más de cincuenta años después ni siquiera hayamos avanzado un milímetro en cuanto al respeto se refiere. Me da la impresión de que nadie escuchaba a Aretha o al menos no nos convenció lo suficiente. Será que es verdad que no siempre tiene más razón quien más grita.