Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Río seco
A las cuestiones eternas solo sé responder con lo efímero de una realidad que se extingue. Porque somos presente e inseguridad en el tiempo.
A las cuestiones efímeras solo sé responder con la eternidad enmascarada de pasado. Porque somos desamparo a través de las estrellas.
Al resto de preguntas ni sé ni quiero contestar. Todo lo que no tenga que ver con lo in/finito es un asunto demasiado mundano para quien vive en los versos y la locura de otros. Así sucede cuando encuentro en la basura los restos de un hogar que ha sustituido asientos de mimbre por ausencia; al desterrar el mobiliario también se arrojan a la calle los miedos que venían intrínsecos a la compra y se reanuda el ciclo.
En la renuncia a lo que ha dejado de cumplir su función por el deterioro de los años hallo la belleza típica de lo que está fuera de su generación. Es como colocar a un niño en una clase universitaria e identificar su desconcierto con una de delicadeza capaz de expresarse solo en los matices; o como incluir a un padre en una conversación entre adolescentes y entender el encanto que a veces provoca un tipo de ignorancia casi accidental.
Las heridas humanas son igual de fortuitas que las aceras llenas de espejos rotos: todo el mundo pasa a tu lado y se contempla a sí mismo en tus desgarros mientras piensa cómo podría arreglarse. A la par, tú languideces en la que ha sido tu ciudad y en lo que ahora es un descampado y te ahogas con la tierra que levanta el viento sin saber que todos los que te pasean se han olvidado de ti al cruzar de bando.
Así es como se aprende que los cortes no se sacan a la palestra pública si no es por convicción, y que es mejor bajar los desperdicios en la madrugada con la esperanza de que sean recogidos antes de que amanezca. Enviar al vacío lo que ha formado parte de un cuerpo ausente y no saludarle a la mañana siguiente a veces es el mejor remedio para un golpe seco.
Las tácticas del desconsuelo las conocen muy bien las mañanas de Madrid o las tardes de El Raval. Ambas se han acostumbrado de una manera tan exacta al peso de todas las fotografías que son autorretratos de sus visitantes, que han dejado de llenar sus contenedores con refugio. Ya son solo apartamentos de treinta metros cuadrados en los que montar muebles y desmontar abandonos.