Niño de papá
- Título: Beautiful boy (2018)
- Dirección: Felix Van Groeninger
- Guión: Felix Van Groeninger y Luke Davies (basado en las memorias de Nic y David Sheff)
- Reparto: Steve Carell, Timothée Chalamet, Maura Tierney, Amy Ryan, Christian Convery
Siete años atrás, en 2012, un drama descorazonador de muchísima calidad llamado Alabama Monroe se estrenaba de forma discreta. Pese a que fue incluso nominada a mejor película de habla no inglesa en los Oscars, la cinta no tuvo el reconocimiento que merecía.
El director de ese largometraje descorazonador regresa ahora a las carteleras para firmar Beautiful boy, una producción que cuenta con dos grandes figuras de la actuación, como son Timothée Chalamet, imparable desde su aparición en Hombres, mujeres y niños (Jason Reitman, 2014) o Interstellar hasta la gigante Call me by your name, y Steve Carell, actor cómico con muchísimas incursiones en títulos dramáticos, como la reciente Foxcatcher (Bennett Miller, 2014).
No es casualidad que sean lo mejor de la cinta y que ambos logren un gran trabajo. Si algo apena es que la historia no haya parecido tan honda como las actuaciones de los personajes, inundadas de emociones extremas, excesivas o inesperadas.
El ritmo de la película es una bomba de relojería: se alternan grandes momentos de drama con una narrativa estudiosa de los principales directores de los 2000, con reminiscencias al trabajo de Danny Boyle, Darren Aronofsky o Richard Linklater, entre muchos otros, dada su nostalgia estética, referente de un espíritu noventero, cuyo contexto cultural ha sido mercantilizado en demasía y cuya naturaleza cínica y crítica debería ir renegando hace tiempo de procesos así.
Aun con ello, como cinta bebedora de la melancolía, de las ideas de un pretérito de por sí ya nostálgico, anhelando lo que anhela, no llega a estar a la altura de sus referentes. Seguramente por el flaco favor de un halo políticamente correcto que nunca llega a desaparecer del todo en su visionado. Al menos sus responsables no lo ven como un inconveniente.
Pero lo cierto es que a muchos espectadores les puede costar entender la deriva de algunos personajes, dado que el montaje ha querido abarcar mucho y apretar poco. Una pena quizá subsanable por el hecho de que, si volvemos atrás en el tiempo, como decíamos al principio de esta crítica, podemos quedarnos con el pensamiento de que bastante del prestigio que consiguieron esos títulos inspiradores de Beautiful boy se debió al paso del tiempo. A convertirse en cintas de culto. Estando en calidad muy en la línea de Candy (Neil Armfield, 2006) o Spun (Jonas Akerlund, 2002): ¿quién dice que no pueda tratarse del mismo caso?