Conflictos de juguete
Hace unos años leí algo que ocurrió en Oriente Medio y que tuvo un eco fugaz en algunos medios de comunicación. La curiosa noticia fue expuesta como una mera anécdota, sin demasiada trascendencia. El hecho comenzó a narrarse más o menos así: “Ahmed al-Jatib, un niño palestino de 12 años, murió el pasado 5 de noviembre, dos días después de que soldados israelíes le dispararan en la cabeza al confundirlo con un miliciano. Al parecer, el niño sostenía entre sus manos un arma de juguete. Al-Jatib se vio inmerso en un tiroteo, durante una redada israelí en Jenín, y fue abatido por uno de los soldados que le vio armado a una distancia de unos 100 metros”.
Hasta aquí, lamentablemente, la noticia muestra una más de las miles de desgracias que a diario suceden en cualquiera de las zonas del planeta azotadas por la guerra, el hambre o las catástrofes naturales (o artificiales). Pero la noticia, esta vez, seguía con algo diferente: Los padres del niño palestino Ahmed decidieron, en una muestra de solidaridad, donar los órganos de su hijo asesinado al hospital israelí Maimónides, en Haifa. Según afirmó el portavoz del citado centro médico, la familia de Ahmed al-Jatib, decidió donar sus órganos vitales “en nombre de la paz entre los dos pueblos”.
Por lo visto, los órganos del niño asesinado ayudaron a salvar la vida de seis pacientes, entre los que se encontraba un bebé de seis meses que necesitaba con urgencia un trasplante de hígado para poder sobrevivir.
Pensé que un hecho así merecería ser portada en todos los periódicos del planeta, aunque por lo que pude averiguar no se trataba de un caso aislado. No es la primera vez que ocurre la donación de órganos entre las partes en conflicto. Parece ser que son bastantes los casos en los que mediante ese gesto israelíes han salvado vidas palestinas y palestinos han salvado vidas israelíes. Ya en 2002, un joven israelí de 19 años, Ioni Jesner, asesinado en un ataque terrorista en Tel Aviv, salvó la vida de una niña palestina de 7 años al donarle uno de sus riñones. Ari Jesner, hermano del asesinado, declaró que “esto es justamente lo que Ioni habría querido: hacer bien sin mirar a quien”.
La pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué este tipo de hechos pasan tan inadvertidos? ¿Por qué se empeñan (nos empeñamos) tanto en hacernos creer que el mundo es un infierno lleno de locos, dejado de la mano de Dios, donde ya nada tiene remedio?
En momentos difíciles, cuando casi se pierde la esperanza y la fe en el ser humano, cuando no comprendes bien qué es eso de la maldad y la razón de su existencia en el corazón de algunos seres humanos (¿?), alguien te puede recordar aquello de “no te despistes”… en el mundo hay más flores que serpientes. Y si hay algo de lo que esa supuesta maldad se alimenta es el miedo. No sé hasta qué punto será cierto pero me gusta esa idea que aboga por eliminar la maldad, dejando de creer en ella.
¿Cuándo terminará el conflicto en Oriente Medio o en cualquier lugar del planeta? Quizá cuando erradiquemos la guerra en nuestro interior. Hay mucha diferencia entre prohibir matar a otro y conseguir que nadie desee matar a nadie. Sin embargo, no hay tanta diferencia entre odiarse por ser de otra religión y odiarse por ser de otro partido político o de otro equipo de fútbol. Hay personas que no matan, pero son capaces de amargarle la existencia al prójimo hasta la extenuación.
Algunas culturas milenarias, como la china o la hindú, consideran al ser humano como un microcosmos dentro de un macrocosmos, entendiendo que todo influye en todo: como es arriba es abajo y como es adentro es afuera.
No hay que ir a otra dimensión para descubrir que entre el cielo y el suelo… está el paraíso o el infierno. Y puede que decidir en qué realidad quedarse a vivir, esté más en nuestras manos de lo que creemos o nos han querido hacer creer. Tal vez la elección sea nuestra porque, igual que el arma de juguete que sostenía el niño palestino, nuestros conflictos internos, por inocuos que nos parezcan…, nos pueden costar la vida.
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