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ANÁLISIS
Raros Años Veinte

Paisaje tras la tormenta tropical Rodin

Una proyección para la rehabilitación del Parque Viera y Clavijo

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Un DANA barrió Santa Cruz de Tenerife con particular dureza durante las últimas semanas, agitando el escenario político y cultural hasta producir un epílogo quizá inesperado, sin duda efectista, que deja damnificados por todas partes. Se podría considerar que la tormenta tropical Rodin ha sido como una DANA, porque responde con precisión a las siglas que definen a este fenómeno meteorológico adverso: ha sido una depresión, por el nivel de enconamiento que ha llegado a alcanzar el debate sobre el finalmente no nato museo capitalino; ha sido aislada, porque se ha limitado a discurrir entre los interlocutores políticos, culturales y mediáticos de la capital tinerfeña, sin trascender jamás hacia un verdadero debate cívico; y se ha movido, como una DANA, en niveles altos, a modo de recreación ficticia sobre lo que debería ser una verdadera conversación colectiva sobre la política museística de una ciudad de mediano tamaño, su diagnóstico actual, los objetivos plausibles para el futuro cercano y su interacción con la economía local. Y a partir de ese molde, lo que ha resultado es un debate que no es original ni tampoco falso, en alegórica semejanza con las obras salidas de los bronces primigenios de Auguste Rodin, que ya no vendrán a Santa Cruz de Tenerife. Vamos a recapitular, pues, el paisaje que resulta tras esta ventolera.

El grupo de gobierno no lo vio venir. Los primeros pronunciamientos sobre la llegada de una franquicia del Museo Rodin de París a Santa Cruz de Tenerife fueron claramente incruentos. Nos remontamos a octubre de 2021, cuando se hizo público el acuerdo para la adquisición por la capital de hasta un centenar de obras del genial artista francés, y cuya confirmación por el grupo de gobierno municipal fue recibida sin entusiasmo, también sin reproche alguno, salvedad hecha de alguna crítica procedente de círculos muy especializados. En aquellas fechas el expediente Rodin tenía un impulsor, el alcalde José Manuel Bermúdez, y una multitud de indiferentes, bien por desconocimiento, cautela o precaución. Entonces se sabía que el museo estaría ubicado en el Parque Viera y Clavijo, una idea excelente para recuperar un contenedor cultural olvidado durante décadas, y se dejó claro que el acuerdo con la institución parisina se basaría en la adquisición de obras de arte, no en el préstamo de las mismas, por un precio que habría de ser evaluado por peritos independientes tras, no es un detalle baladí, una selección inicial (con precio incluido) del propio museo original. En aquellas semanas era imposible predecir que la tormenta se desataría un año después.

El peso del “sector cultural”. La cúpula de Coalición Canaria y el entramado de gestores culturales de la isla de Tenerife se miran con recelo desde hace años, décadas incluso, en un ejercicio de cohabitación necesaria (para ambos), que conoció en el pasado algunos episodios de desencuentro, sobre todo a partir de la apertura del TEA (Tenerife Espacio de las Artes), la gran infraestructura cultural de la capital y el edificio con el que los gestores de CC ya gastaron la bala de lo que podría ser denominado efecto Guggenheim, con desiguales resultados por cierto. Lo que ha ocurrido con el expediente Rodin tampoco es nuevo, lo que varía en este caso es la intensidad del conflicto y la trascendencia que ha adquirido con el paso de las semanas. Pero más que la crítica, que ha estado muy identificada con personas concretas (el artista y docente Claudio Marrero, el arquitecto Federico García Barba, personas respetables con las que se puede discrepar, pero a las que no cabe etiquetar como sicarios de la oposición), lo que sorprende de este asunto es el fracaso clamoroso a la hora de recabar apoyos al expediente Rodin. El alcalde de Santa Cruz nombró portavoz del proyecto a su concejal de Hacienda, una decisión correcta desde el punto de vista táctico que el designado, Juan José Martínez, asumió con solvencia y brío. No ha servido de nada, porque hay causas que es imposible sostener en solitario, necesitan del respaldo de ciertos prescriptores capaces de visualizar un éxito futuro y resultar creíbles en el empeño. Y CC lo que se ha encontrado con este asunto es lo siguiente: algunas voces críticas con un discurso claro y, sobre todo, un elocuente silencio de los posibles aliados, algo que en este caso no era posible compensar con respaldo mediático. Primero, porque los periodistas no somos fuente de autoridad en asuntos culturales (¿lo somos en alguno?, cabría preguntarse acto seguido). Segundo, porque la pieza más completa sobre el asunto Rodin fue acaso la más dura, firmada por la crítica de arte Elena Vozmediano en El Cultural.

Razones para el sí, razones para el no. Llegados a este punto, el grupo de gobierno en el Ayuntamiento alcanzó la conclusión de que no habría un solo gestor cultural que pusiera su nombre en defensa de la creación del Museo Rodin en Santa Cruz. Al revés, se sumaban voces opositoras, como la de la Facultad de Bellas Artes, en una cacofonía que comenzaba a torcer los pronósticos triunfalistas de los meses precedentes. Y hablando de pronósticos, tampoco ayudaba una proyección de visitantes y rendimiento económico del propio museo que, por la magnitud de las cifras, siempre ha parecido estar fuera de la realidad, con estimaciones que excedían con mucho las cifras modestas del ya citado TEA e incluso eran comparables con las de la casa de Auguste Rodin en París. Esto recordaba a los miles de puestos de trabajo que iba a crear el puerto de Granadilla, que ahí sigue esperando el atraque de un barco muchos años y 300 millones de euros después. En respuesta al escepticismo del sector cultural isleño, el grupo de gobierno argumentó que otros proyectos comparables, como el propio Guggenheim de Bilbao, habían sufrido críticas similares en su fase de lanzamiento. Algo que, por cierto, es verdad: una potente plataforma, liderada por el artista plástico Jorge Oteiza (nada menos), lideró el rechazo al gran museo bilbaíno-estadounidense allá por 1991. Pero este argumento, aun siendo válido, seguía siendo insuficiente, porque resulta complejo explicar que tomas una decisión cultural de relevancia sin contar con cierta complicidad del propio sector cultural local, algo que resultaría inconcebible en otros ámbitos de la gestión pública. Aquí empezó a perder la batalla el grupo de gobierno: en un lado estaban los nacionalistas canarios, erigidos en compradores de obras de arte de un egregio artista extranjero (la fascinación que el producto foráneo produce en la cúpula de CC daría para un ejercicio de psicoanálisis), y por otro unos gestores culturales y la oposición municipal haciendo suya la bandera de la defensa del ecosistema creativo local. La historia de David contra Goliat… ¿quién la ganó?

El mensaje defensivo y la carta del Museo Rodin. Hubo un momento, hace un par de semanas, en el que el alcalde de Santa Cruz optó por cambiar de libreto. Y el nuevo pasaba por envolver el proyecto Rodin en un propósito más ambicioso para rescatar las infraestructuras culturales y el patrimonio histórico de la capital tinerfeña, abandonado durante décadas. Y a partir de ahí el nuevo museo franquicia ya no vendría solo, sino acompañado por la rehabilitación de inmuebles y la habilitación de espacios para los creadores locales (que los hay, para eso se hizo también el TEA, recordemos que no se puede disparar el mismo cohete dos veces). Este mensaje, puramente defensivo, ha cedido con el inicio de año, momento en el que se ha producido el desplome final del proyecto Rodin a través de la carta remitida por la directora del museo parisino, de cuya lectura se deducen dos conclusiones: la primera, que la señora Simier conoce al detalle el argumentario del grupo de gobierno, porque lo recoge literalmente en su misiva, con una precisión que invita al escepticismo y produce hasta ternura. El alcalde, preguntado en Canarias Radio sobre este aspecto, negó conocer previamente el contenido de la carta ni haber participado en su redacción. La segunda conclusión es que en París también conocen el significado de la palabra victimismo: la directora del Museo Rodin atribuye al modesto entramado cultural chicharrero una malévola intención: el “cuestionamiento de Rodin como artista universal, de la originalidad de sus obras y de las motivaciones de una institución pública nacional como la nuestra”. La directora del museo olvida que ella misma es la promotora de la comercialización capitalista de la obra del genio, cosa que ha dejado por escrito. El Museo Rodin sería buena o mala idea, pero desde luego en este asunto los gestores franceses no ejercían de mecenas, sino de vendedores. No pueden indignarse ahora porque se les haya tratado como tales.

¿Y ahora? Reacciones y una humilde propuesta. Las reacciones al anuncio de que ya no habrá Museo Rodin en Santa Cruz de Tenerife se ajustan al manual de estilo de cada cual. El PP hace días que se puso de perfil, porque no tenía ni tiene nada que ganar en este asunto. Coalición Canaria lamenta “la oportunidad perdida” y promete abrir, ahora sí, un proceso de diálogo con el sector cultural de la isla, ya con la intención de contener los daños de lo que es sin duda una derrota política, aunque de repercusiones muy acotadas en el micromundo artístico chicharrero. El PSOE ha olido la sangre y se regodea con el fracaso del proyecto, aunque no ha dicho una sola palabra sobre qué haría con esos 16 millones que ya no irán a las arcas de la institución francesa; y para gobernar no basta con criticar, hay que ofrecer una visión alternativa. El concejal de Izquierda Unida Ramón Trujillo se precia de haber frenado “un chiringuito” y sobre ese argumento construye el discurso mejor estructurado que ha salido de la oposición municipal. En este punto están las cosas, la verdad es que todo es bastante previsible. Y quizá fuera bueno renunciar también a la originalidad en el desarrollo de las acciones futuras. Santa Cruz tiene una historia de éxito que contar en su relación con la escultura. Fue la exposición internacional de arte en la calle de 1973, articulada en tiempos difíciles, y no desde el poder, sino desde la sociedad, a cargo de personas ilustres que pusieron su conocimiento, talento y contactos al servicio de una idea colectiva en beneficio de Santa Cruz de Tenerife y su espacio urbano. ¿Por qué no aprender de aquello para reincidir en esa visión generosa, por qué no extender la marca artística de la ciudad a los barrios, por qué no pensar más en los paseantes y menos en los turistas? Será más barato, y exigirá más trabajo. Una primera acción sería cuidar mejor el propio legado del ya lejano 73, porque algunas obras de la Rambla están en estado lamentable y nos recuerdan que, antes de proyectar futuros idílicos de incierta materialización, los gestores públicos deben atender sobre todo a la ciudad que ya existe.

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