El caballo de Marruecos, un noble bruto con mucha historia

Juan Carlos Acosta

Santa Cruz de Tenerife —

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Cuando Julio César, cónsul romano, entró victorioso con sus cohortes en las Galias en el siglo I a. C., tras siete años de guerra, en sus ejércitos iba un agente del norte de África infiltrado, el caballo barber, o bereber, bautizado así debido a sus orígenes en la mítica Barbaría y, hoy en día, la montura ecuestre nacional de Marruecos. Su carácter dócil, su fortaleza, su resistencia y su adaptación a las pruebas, sean las que sean, le ha valido el reconocimiento del mundo equino internacional desde aquellos tiempos remotos.

Además, si hay un animal que debería figurar en el estandarte patrio ideal del país magrebí antes que el gato, figura omnipresente en todos los rincones y muy venerado en la nación de las tierras rojas, es el caballo, que se lo ganó a pulso desde los tiempos de las tribus del desierto, que consolidaron su permanencia entre las dunas por su probada utilidad en las cacerías y guerras de clanes, aunque hacia los años cincuenta del siglo pasado estuviera a punto de entrar en la lista de razas en peligro de extinción y obligara al reino alauita a tomar medidas para preservarlo. No por nada, la estampa tradicional de la monarquía -sultanato- de Marruecos en los grandes acontecimientos siempre fue el rey -sultán- y su séquito a lomos de caballos, unidos, jinetes y monturas, en una sola figura ritual.

Como datos reveladores cabe subrayar que la equitación es el segundo deporte nacional, tras el juego  más apreciado en todo el continente, el fútbol; que la cabaña equina alcanza los dos millones de cabezas en el territorio estatal, y que genera directa o indirectamente en torno a 30 mil empleos en sus más de 20 mil centros ecuestres y escuelas privadas, a lo que se suman los festivales, denominados haras, que se celebran generalmente a principios de año en distintos puntos del país, entre los que destaca, sin duda, la fantasía, o Tbourida, prueba ceremonial en la que un grupo de jinetes ataviados con vestidos tradicionales cabalga sobre caballos engalanados portando añejas escopetas de pólvora que disparan al unísono cuando frenan en seco sus cabalgaduras, en paralelo y de forma sincronizada.

Actualmente, Marruecos es un destino turístico ecuestre en gran parte debido a la profusión del caballo desde los territorios del interior, donde el agricultor lo sigue utilizando, junto al burro y al mulo, para las labores del campo, con sus rutas de montaña y paisajes sorprendentes plenos de costumbrismos; hasta la costa, con sus amplias playas, que sirven a veces de pistas hípicas para carreras; pasando por los centros ecuestres, donde los preparan para competir en los hipódromos de las principales ciudades, y los no pocos salones especializados del país.

Por eso es frecuente ver a diario en el entorno de las ciudades excursiones de caballos en las que participan turistas europeos, que aprovechan sus omnipresentes espacios naturales, espectaculares en muchos casos, a veces rodeados de aves marinas y una brisa limpia y refrescante, en la costa, o trepando por múltiples senderos que llevan a caseríos -duares- que parecen haber salido del pasado, en las montañas.

La excelencia del caballo bereber trascendió, por tanto, históricamente las fronteras del Magreb para mezclarse con las razas andaluzas, los pura sangre árabes y, según muchos expertos, las europeas, con lo cual, la genética del corcel del norte de África está presente hoy en mayor o menor medida en muchas de las cuadras que pueblan el viejo continente; mientras que su ancestro, muy vivo y protegido en nuestros días, sigue galopando al compás de su corazón noble, ofreciendo a jinetes locales y foráneos la posibilidad de disfrutar de sus grandes cualidades: equilibrio, valor y mansedad; unas condiciones ideales incluso para los novatos que se animan a subir a su lomo para descubrir un país pleno de tradiciones y paisajes.