La riada de 2002 en Tenerife y la tormenta tropical Delta cambiaron el modo de afrontar las emergencias
Los norteamericanos que lo vivieron siguen preguntando a otros qué hacían y dónde estaban cuando asesinaron a Kennedy en Dallas el 22 de noviembre de 1963 o en el 11S de 2001; los españoles, quizás porque era aún temprano, lo hacen menos con los atentados yihadistas del 11M de 2004, pero los canarios tienen varias fechas que no olvidan y en las que suelen hacer el mismo ejercicio, por ejemplo, con la erupción del último volcán palmero, el 19 de septiembre de 2021. En Tenerife, sin embargo, ocurre lo mismo y con bastante intensidad con la gran riada del 31 de marzo de 2002 (31M), aquel domingo de Resurrección que marcó a una generación y que, sin duda, sensibilizó bastante a los tinerfeños, sobre todo de la capital de la isla, ante las emergencias por gota fría (DANA) o cualquier otro fenómeno.
Por supuesto, el paso del tiempo fue diluyendo un poco el impacto y desde entonces se multiplicaron los que niegan que aquello tuviera algo que ver con eso del cambio climático de “ecologistas y hippies”. Y por cierto, algunos siguen esperando algunas ayudas prometidas (entonces también gobernaban CC y PP a escala regional, así como CC en solitario en el Cabildo tinerfeño y el Ayuntamiento de Santa Cruz).
La DANA en la capital tinerfeña de aquel 31M dejó muchas enseñanzas y, en parte, se tomaron medidas preventivas para el futuro (en algunos barrancos, cauces, zonas residenciales…), aunque la sensación general es que, de ocurrir lo mismo que entonces y, sobre todo, de llegar una gota fría como la del pasado martes en la Península, no se quiere ni pensar las consecuencias en gran parte de ciudades llanas de la Isla, como Santa Cruz, Puerto de La Cruz o los enclaves turísticos de Las Américas y Los Cristianos (en Adeje y Arona), así como otros muchos enclaves.
La terrible experiencia se saldó nada menos que con 8 muertos. Aunque la comparación resulta ahora difícil con la gigantesca dimensión de la tragedia en Valencia, algunos fallecieron en la autopista del Norte justo debajo de la rotonda del Padre Anchieta ahogados en su propio vehículo, en una imagen que fue de lo más duro de aquellos inolvidables días y que ahora se ha multiplicado horrorosamente en la Comunidad Valenciana.
Después de aquel marcador 31M para los tinerfeños, llegó el también famoso huracán que acabó convirtiéndose en la tormenta tropical Delta, en la noche del 28 al 29 de noviembre de 2005. Por fortuna, no hubo fallecidos, pero también marcó un antes y un después porque dejó la racha de vientos más fuerte registrada aún en España, en este caso en Izaña (en los altos de Tenerife), con 248 kilómetros por hora, así como 350.000 personas sin luz durante días y, simbólicamente para los grancanarios, la pérdida del célebre Dedo de Dios de Agaete, algo tampoco olvidado desde entonces.
Una intensidad de la lluvia que no se pudo prever, según Zerolo
Tres años antes del Delta (con algunas ayudas prometidas también aún pendientes, sobre todo para la agricultura), el entonces alcalde de Santa Cruz, Miguel Zerolo, insistía en que lo ocurrido el 31M, más allá de las alertas, no pudo nunca predecirse o preverse lo suficiente por la gran cantidad de lluvia caída en muy poco tiempo, lo que derivó en una gran riada de la que no se conocían precedentes en muchas décadas en la Isla. No obstante, y si se atiende a que en Valencia se han superado ahora los 600 litros por metro cuadrado (el récord se registró en Turís, con 630), los 232,6 de Tenerife de ese 2002 parecen pocos, si bien no existía una cifra así desde 1869, cuando comenzó a elaborarse el histórico en las Islas.
¿Está preparada Tenerife y el resto del Archipiélago para una DANA como la del martes si se dan esas cifras con un cambio climático que ya está trayendo a esta parte del Atlántico tormentas tropicales, tornados a Huelva estos días y un Mediterráneo más caliente que intensifica estos fenómenos? Aunque es cierto que la sensibilidad en Tenerife ha resultado mayor que en otros sitios de España en estas décadas por el recuerdo del 31M, se da la paradoja, al mismo tiempo, de que los avisos o alertas de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) no siempre se toman en serio. Al menos, es lo que ocurre en cualquier bar desde hace años y entre buena parte de la sociedad chicharrera cuando se habla de lo que ha predicho la Agencia o “el hombre del tiempo” (se mantiene ese machismo consciente o no) de da igual qué cadena televisiva.
Está claro que lo ocurrido en la Península estos días intensificará esa sensibilización y, desde ahora, al menos en España, cualquier alerta o aviso se tomará mucho más en serio, pero estos años ha sido muy habitual el desdén de muchos (también en Tenerife) ante lo dicho por la Aemet o los “partes” del tiempo en los medios de comunicación porque no siempre aciertan, porque se extendió la sensación de que se exagera, que se cierran colegios sin necesidad (pese a que se sabe que resulta mejor siempre errar por exceso que por defecto) y disminuye la actividad económica para, luego, “caer cuatro gotas o nada”, que se torna en una frase muy repetida. No pasa tanto con los avisos por fuertes vientos o mareas, pero sí ha ocurrido con las alertas por lluvias intensas o posibles riadas e inundaciones, y así lo reconocen muchos estos días, estupefactos ante las imágenes de la catástrofe desde el martes.
Por supuesto, el reciente “entrenamiento” con los avisos del Gobierno regional a los móviles por posibles emergencias futuras no ha podido llegar en mejor momento y así lo reconocen los propios responsables de este departamento autonómico o del Cabildo tinerfeño, como el director insular de Seguridad y Emergencias, Iván Martín, que este jueves ha recalcado que muchos de sus amigos le han encontrado total sentido al ejercicio o prueba del 24 de octubre (jueves de la pasada semana). Otra cosa muy distinta es si Tenerife, y el resto de Islas, se han preparado o se están preparando como deben para este nuevo clima. Para un cambio climático que muchos siguen negando.
La eterna espera por el radar de la Isla Baja
Desde el año 2000, cuando se planteó por primera vez, Tenerife espera por un radar en Buenavista que, según la Aemet, resulta clave para mejorar las predicciones del tiempo porque en esta parte del Noroeste (conocida como Daute e Isla Baja) se produce un área de sombra que dificulta esta labor preventiva en parte de Tenerife, La Palma y El Hierro (en su día se justificó, incluso, el radar militar de Malpaso por esto, aparte de su función claramente de Defensa). Abarcará un radio de 240 kilómetros, casi lo que ocupa la Provincia tinerfeña, pero sigue sin terminarse e inaugurarse.
El radar de Buenavista se habilita en la montaña de Cruz de Gala (a 1.343 metros sobre el nivel del mar), en el Parque Rural de Teno, y pretende complementar el existente en Gran Canaria. Tras muchos pros y contra, anuncios y renuncias, las obras se adjudicaron a finales de 2018 a la empresa Oproler por unos 2,5 millones de euros. Comenzaron a trabajar en enero de 2019, pero solo ejecutó una primera fase, consistente en la retirada de la antigua torre de vigilancia contra incendios. La compañía quebró después y el “lento y complejo” proceso de liquidación del contrato, “en el que intervino el Consejo de Estado”, se alargó hasta febrero de 2020.
La pandemia siguió congelando este proyecto, que incluye una nueva torre para albergar el radar meteorológico y un espacio de vigilancia contra incendios, así como otra área para el dispositivo tecnológico que permita observar la evolución de las borrascas que entran por el oeste de Canarias, que suelen ser la mayoría. En ese 2020, la Aemet aprobó renovar 20 radares en toda España y retomó este de Buenavista, pero, de momento, aún no puede mejorar las predicciones, con lo que, al menos en esto, la provincia no está mejor que cuando el 31M y el Delta, y lo dramático es que se eche de menos y, por tanto, en cara unos políticos a otros.
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