En este último viaje que hemos hecho por Fuerteventura nos hemos centrado en las zonas que, de manera tradicional, quedan más a desmano para los turistas. La idea que la mayoría tiene de la isla es la de un inmenso arenal con aguas cristalinas que brinda algunos de los mejores playazos del mundo. Hace pocos días terminábamos el libro ‘Tenerife y sus seis satélites’ de la viajera inglesa Olivia M. Stone. Este relato de viajes por la Canarias de finales del siglo XIX es una maravilla por varias razones: la más obvia es porque nos permite echar un vistazo a la realidad del Archipiélago mucho antes de que el turismo cambiara la faz del territorio (físico, cultural y económico) para siempre. Pero también es una buena manera de ver la isla desde la perspectiva del otro. Para cualquier canario que se precie, Fuerteventura es una extensión prácticamente llana de tierras áridas. Pero la realidad es que estamos ante un territorio montañoso aunque no se alcancen las alturas de otras islas. Por eso nos metimos de lleno en lugares como los Cuchillos de Vigán, los malpaíses del norte, las inmediaciones de Tindaya y el Macizo de Betancuria (no había 4x4 para hacer una revisita a Cofete que ya vamos demorando algunos años).
Pues la a veces irritantemente británica Olivia habla de Fuerteventura como una isla montañosa. Y en este sentido hay que tener en cuenta varias cuestiones. La primera que en aquel invierno de 1884, la isla estaba cubierta de verde por un episodio inusual de lluvias (se pone divina). Y la segunda es que aún no se habían construido caminos carreteros y los hombres y mujeres de aquella Maxorata del XIX se movían por caminos que serpenteaban por las ‘modestas’ alturas majoreras subiendo y bajando desde los pueblos de la costa a las vegas feraces de Antigua y las montañas aterrazadas de Betancuria. Como veníamos leyendo el libro desde hacía rato, uno de los objetivos de la ruta fue ir siguiendo los pasos que dieron la señora Stone y su marido y ver que queda de aquella Fuerteventura y que no. Los Stone nos hablan de una isla pobre pero laboriosa; y de gentes amables, hospitalarias y abnegadas. También de abandono. De emigración forzosa tras algunos años de sequía rota, justamente, aquellos días de febrero.
Betancuria y sus alrededores ejercen desde siempre una atracción notable sobre el que les escribe. Fue la primera capital de Canarias; sede del Obispado tras la breve experiencia de El Rubicón –el campamento militar que los normandos levantaron muy cerca de la Playa del Papagayo en el sur de Lanzarote-. Y esa importancia aún puede verse en un pueblo que hoy apenas reúne a un par de centenares de vecinos y vecinas. Pero este puñado de casas dispersas entre terrazas de cultivo y huertos tiene el pedigrí que dan los muchos siglos y una elegancia que lo sitúa en cualquier listado de pueblos más bonitos de Canarias. No sabemos por dónde llegaron Olivia y su marido: imaginamos que partieron desde Antigua y subieron con sus guías y sus camellos por el camino del Sobrao hasta coronar el Morro del Gortijo para bajar a plomo hasta Betancuria. Nosotros vamos por la FV-30 y pasamos por el Morro Velosa –con vistas alucinantes sobre el Valle de Antigua- y el Mirador de Gize y Ayose, donde hay un par de estatuas en plan culturistas hipertrofiados que representan a los dos ‘reyes’ aborígenes de la isla a la llegada de los normandos.
Hacemos la primera parada en Betancuria. Como te decía antes apenas son cien casas (quizás menos) pero hay mucho que ver. Lo primero las inmediaciones de la Plaza de Santa María Betancuria que ejerce de casco histórico de toda la isla. Aquí está la Iglesia de Santa María de Betancuria, el edificio histórico más bonito e importante de Fuerteventura. Lindo por fuera y precioso por dentro. Se puede ver su traza gótica en arcos y ventanas y también un artesonado de madera que es una maravilla. En torno a la iglesia se arremolinan las casonas históricas que conforman un pequeño núcleo urbano de gran belleza que alterna las casonas con esas terrazas de cultivo, los viejos pozos y los huertos. Muy cerca de aquí están los huesos al aire del Convento de San Buena Ventura, que con sus muros sin techo y sus arcos que soportan el azul del cielo se ha convertido en uno de los iconos fotográficos de la isla. El otro punto fuerte de Betancuria es el Museo Arqueológico de Fuerteventura (Roberto Roldán, 21), la institución que atesora buena parte el legado prehispánico de la isla. El museo es muy bueno y merece la pena hacer el esfuerzo de visitarlo y bien.
Camino de la Vega del Río Palmas.- Dejamos atrás Betancuria siguiendo por la FV-30 con dirección a Pájara. Si atendemos al relato viajero de Olivia M. Stone, nos topamos con un tramo de camino marcado por la montaña y el agua. Sí, el agua. La Iglesia de Nuestra Señora de La Peña marca el inicio de la Vega del Río Palmas, un lugar que en tiempos de majos (así se llamaban los aborígenes de la isla) albergaba un auténtico río que fluía por un cauce de roca pulida. Y la viajera inglesa así también lo describe. Hoy las aguas han sido canalizadas y entubadas, pero la presencia de la Presa de Las Peñitas y la línea verde de matorrales y los pequeños grupos de palmeras que tapizan el fondo de la vega ponen de manifiesto que el agua sigue estando ahí. Estamos en uno de los paisajes más bonitos de la isla. Se suceden los campos de cultivo y por todos lados los molinos ‘chicago’ (esos de metal con un círculo de aspas) drenan el agua alimentando pequeños estanques. El camino hasta Pájara nos acerca a un par de miradores en los que podrás ver multitud de cuervos y las omnipresentes ardillas (no les des de comer: son una plaga muy nociva para los ecosistemas naturales de la isla).
La Costa de Ajuy.- Bajar hasta la Playa de Ajuy es encontrarse con los retazos de esa Fuerteventura verde de la que hablan las crónicas de la conquista y el libro de los Stone (lo que pone de manifiesto que el agua corría a finales del XIX). Hay que dar un rodeo importante para llegar hasta aquí (tomar la FV-30 hasta la localidad de Pájara y después la FV-621 pasando por Mezquez hasta encontrarnos con el curso bajo del Río Palmas (barrancos de Malpaso y Madre del Agua). Ya no corren los cauces perpetuos de los que hablaban los normandos, pero aun pueden verse algunos palmerales que ponen de manifiesto la presencia del agua a pocos metros de la superficie. Subiendo por Malpaso pues llegar a un parking desde dónde puedes subir hasta la Presa de Las Peñitas pasando por la sencilla –casi primitiva-Ermita de La Peña. El lugar merece la pena porque es precioso. Otro hito natural interesante es el Arco de La Peñita, una ventana de piedra muy linda de ver.
La meta de bajar hasta aquí es llegar hasta Ajuy. Aquí vas a ver una pequeña aldea de pescadores en una preciosa playa de arena negra –dónde suele haber oleaje fuerte- donde puedes ver las barcas de los pescadores y antiguos hornos de cal. Llegar hasta Ajuy también tiene su interés natural. Aquí se encuentran varios afloramientos de rocas que se cuentan entre las más antiguas de todo el Archipiélago. Estamos en una zona de dunas fósiles que cuentan con más de 120 millones de años y en el que hay abundante material paleontológico y un conjunto de cuevas que son muy interesantes desde el punto de vista científico y una pasara para hacer fotos curiosas. Los atardeceres desde Ajuy son gloriosos.
¿Aztecas en Pájara? Una de las singularidades artísticas más curiosas de Fuerteventura es la portada de la Iglesia de Nuestra Señora de Regla, en el bonito pueblo de Pájara. Tienes que pasar por aquí para bajar hasta la costa de Ajuy y, además, el entorno que hay junto al templo es muy bonito de ver con un pozo tradicional y muy buenas muestras de arquitectura local. Pero a lo que íbamos. La portada de Nuestra Señora de Regla presenta un conjunto escultórico único en las islas que muchos han querido identificar como una prueba de la presencia de artesanos de origen azteca en la isla. La verdad es que la simbología de esta portada monumental es muy curiosa: un sol coronado con cabezas emplomadas, dos leones, serpientes que se muerden la cola, multitud de signos geométricos que adornan la práctica totalidad de la superficie de la piedra… Cualquiera que haya visto las iconografías en las iglesias coloniales de México, Perú, Ecuador o Bolivia podría buscar paralelismos de manera sencilla. Los expertos dicen que es una coincidencia y que esta obra maestra de la escultura sacra de toda Canarias es obra de maestros locales y no es otra cosa que una interpretación canaria de la Nueva Iconografía, un libro de principios del siglo XVII escrito por el italiano Cesare Ripa. Tenemos que reconocer que la primera vez que la vimos en seguida pensamos en aztecas, mayas o incas. Pero aún así es una joya de enorme valor artístico.