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Un paseo por el norte de Lanzarote; desde el altiplano hasta las Marismas de Órzola

El Volcán de La Corona domina con autoridad las alturas modestas del norte de Lanzarote. Su imponente cono truncado sobresale en un paisaje donde predomina el llano aunque se alcancen por aquí las cotas más altas de la geografía de la isla de Lanzarote. Hace unos 25.000 años, esta parte de la isla se abrió cubriendo de lavas, cenizas y rocas la práctica totalidad de los barrancos y llanadas de la zona. Una erupción que dejó un verdadero manto de escorias volcánicas que crea un paisaje singular. Raro. Pero muy hermoso. Un manto de colores negros, ocres y pardos que se complementa de maravilla con el verde de las tabaibas que crecen acá y allá a la espera de los escasos días de lluvia. Cuando el agua es abundante, cosa que sucede muy de vez en cuando, un verde claro casi irreal motea las piedras creando un lienzo muy hermoso. Si trazamos una línea recta entre las arenas de Famara y la Rada de Arrieta, podemos ver como el extremo septentrional de la isla es una comarca completamente diferente al resto.

Aquí se concentran esas alturas que alcanzan los 671 metros en Las Peñas del Chache. No es un pico que sobresalga demasiado; es más bien el peñasco más alto de una cornisa que forma una especie de altiplano. Desde la costa este, gracias al relleno de La Corona, es un plano inclinado que sube sin descanso. Y en su cara de poniente es un abrupto cantil que forma los famosos Riscos de Famara. Por eso es bueno adentrarse en este mundo desde las arenas de la famosa playa del mismo nombre. Es la mejor manera para darse cuenta de las alturas que se alcanzan en este lugar: el único, en Lanzarote, dónde los alisios llegan a formar pequeños bancos de bruma y crecen algunos matos que, aquí, los locales dan el estatus de ‘El Bosquecillo’. Aquí empezaremos a transitar por el altiplano conejero antes de in a buscar verdaderos hitos insulares como La Cueva de Los Verdes y Los Jameos del Agua.

Por las alturas.- Pasamos sin parar (aunque cueste) por Teguise y nos pegamos al abismo visitando algunos miradores hasta llegar a El Bosquecillo. Desde aquí puedes ver Famara desde arriba y apreciar la pequeña mole de Las Peñas del Chache. El Bosquecillo es una pequeña formación de bosque termófilo que contrasta con un paisaje dominado por las rocas peladas y los huertos cubiertos con rofe, las cenizas volcánicas de intenso color negro que sirve para conservar la humedad y proteger la tierra del viento. Desde aquí también verás ya una buena porción de La Graciosa, una presencia que a partir de aquí será una constante. Aprovecha para acercarte hasta las faldas del Volcán de La Corona. Llegar hasta el borde de la caldera apenas cuesta unos 20 minutos de caminata sencilla y poco exigente (el sendero se inicia en el pueblecito de Ye). Y te va a introducir en uno de los paisajes agrícolas más interesantes y bonitos de la isla. Ye es famoso por sus vinos. Al igual que sucede con La Geria, aquí las vides se encierran entre muros de piedra seca y se plantan en el famoso rofe; pero a diferencia de los viñedos del Sur, aquí los mutos de piedra crean un verdadero mosaico de pequeñas parcelas en las que cada vid reina en solitario. Es un lugar muy bonito de ver.

Para llegar hasta el Mirador del Río usa la carretera LZ-202. Aquí tienes varias paradas obligatorias. La primera es el arranque del Camino de los Gracioseros, una senda que se lanza Famara abajo y que comunica estas alturas de Ye con la Playa del Risco y las salinas del mismo nombre. Por aquí tenían que pasar las personas que iban y venían desde La Graciosa antes de que se pudiera ir cómodamente en barco desde Órzola. Bajar es fácil. Apenas demanda una hora. Pero subir es arena de otro costal. El desnivel alcanza los 600 metros y las últimas rampas son un verdadero suplicio. Eso sí, la recompensa es llegar hasta un lugar al que casi nadie llega. Este paseo por las alturas termina en el Mirador del Río, una de las muchas extravagancias geniales que dejó el artista local César Manrique como legado de esa visión de isla. El paisaje puede verse desde fuera, pero merece la pena pagar la entrada y ver de qué manera Manrique ideo una galería que se integra de manera perfecta en el paisaje. Sólo una pega… Es una pena que el mirador sólo esté abierto hasta las seis de la tarde. Porque aquí puedes ver uno de los atardeceres más bonitos del Archipiélago canario. No mires sólo hacia el mar. Mira también hacia el Volcán de La Corona y mira las llanadas de rofe y las huertas. Con suerte verás como las nubes se condensan y la niebla corre por el altiplano.

Haría; la capital del norte.- Haría se desparrama por un vallecillo muy bonito salpicado de huertas y palmeras. Sobre todo palmeras.  Haría es un pequeño pueblo blanco que, como todos los de Lanzarote, alterna callejuelas sinuosas y huertos que ocupan una buena parte de la trama urbana. No es un pueblo de grandes edificios. Pero si un lugar en el que se puede dar un paseo agradable para buscar sus rincones. Imprescindibles son la Casa Museo César Manrique (Elvira Sánchez, 30), que es la última de las residencias que el artista lanzaroteño habitó en la isla, y el Taller Municipal de Artesanía (Plaza de la Constitución, sn).

La Costa y el Malpaís de La Corona.-  Las lavas y peñascos del Malpaís de La Corona se precipitan hacia el mar creando un paisaje de gran belleza plástica y, también, de gran interés natural. En estas tierras se conoce como malpaís a las tierras volcánicas que no permiten el cultivo. Y aquí esta premisa se cumple a la perfección. Los peñascos irregulares y las coladas sólidas como metal se suceden hasta el mar dejando poco hueco para la actividad humana. Apenas algunos resquicios en los que se encuentran los típicos huertecillos encerrados con paredes de piedra seca y cubiertos de ese ‘rofe’ negro tan característico. En torno a la carretera LZ-203 (que sube desde Órzola justo por el borde del malpaís) puedes ver muy buenos y plásticos ejemplos de estos pequeños campos de cultivo literalmente arrebatados al volcán a base de esfuerzo. De resto domina la naturaleza.

Uno de los elementos naturales de más interés de esta zona es el Tubo Volcánico de la Atlántida, una enorme cueva de casi siete kilómetros de largo que nace en las faldas del Volcán de La Corona y que se interna varios centenares de metros más allá de los límites de la costa. Los Jameos son porciones de esta cueva excavada por la lava que han quedado expuestas al aire por derrumbes. Dos de estos Jameos son célebres: La Cueva de Los Verdes (LZ-204), una oportunidad única para ver como la lava ardiente excavó estas estructuras naturales, y Los Jameos del Agua (LZ-204), un doble derrumbe muy cercano al mar que tiene zonas inundadas y ha sido transformado en un espacio de gran belleza gracias a la intervención de César Manrique. Pero hay otros jameos salvajes que pueden verse. El más accesible (ya que está al lado de la LZ-204) es la Cueva de La Paloma, pero ladera arriba hay hasta cuatro aberturas más.

Terminamos el paseo en la costa. SE puede decir que la puerta de entrada al norte conejero son los pequeños pueblos costeros de Arrieta y Punta Mujeres. Aquí puedes encontrar algunas playas y charcones de mar muy bonitos. Pero para encontrar la que para nosotros es la playa más bonita de Lanzarote (con permiso de Papagayo) hay que llegarse hasta Órzola. Aquí hay una zona de marismas que tiene su punto culminante en El Caletón Blanco (Acceso por LZ-1) una verdadera rareza entre las piedras negras arrojadas por el volcán. Aquí nos encontramos con una pequeña playa de arena muy blanca que tiene su continuación mar a dentro a través de enormes charcones y marismas de aguas someras. Es un lugar muy bonito. Y terminamos el paseo en Órzola. Aquí podemos dar un paseo por sus calles y descubrir su encanto marinero.