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Un viaje a la costa de los atunes, la joya del litoral gaditano

El Atún Rojo pasa el invierno alimentándose en las aguas frías del Atlántico Norte pero cuando llega el verano algo pasa en sus cabezas. El instinto los hace desplazarse en masa hacia el sureste buscando las fuertes corrientes que entran como un río furioso en el Mediterráneo. Cientos de miles de estos nadadores y cazadores prodigiosos entran en las aguas cálidas para volver a los lugares donde nacieron a reproducirse (en lugares como las Islas Baleares, Sicilia, Cerdeña o las Islas Griegas). Pero para llegar a su destino deben pasar por el estrecho de Gibraltar. Y ahí lo esperan los hombres a bordo de sus barcos para hacer del mar una verdadera carnicería que tiñe las aguas de rojo. La Almadraba es una técnica milenaria de cerco y pesca que convierte al Estrecho en una especie de museo viviente de costumbres ancestrales. Porque el camino del atún lo conoce el pescador desde tiempos remotos.

Los restos de Baelo Claudia (N-340, km 70; Tel: (+34) 956 106 797; Ver Horarios ; E-mail: baeloclaudia.ccul@juntadeandalucia.es ; Folleto en PDF ) emergen sobre las arenas de la espectacular Playa de Bolonia, una de las más bonitas y salvajes de la Provincia de Cádiz. La ciudad, en sus momentos de máximo esplendor entre los siglos II a.C y 2 d.C, era uno de los municipios romanos más ricos del imperio. Era el principal puerto de conexión entre el sur de Hispania y el norte de la Mauritania y controlaba buena parte del comercio entre las dos orillas del estrecho. Pero la verdadera riqueza de Baelo Claudia era ese atún que cada año pasa por el estrecho en su camino de ida y vuelta. A pocos metros de la playa aún se pueden ver las pocetas de la potente industria de salazones de pescado de la antigua ciudad que exportaba pescado salado y garum (una salsa a base de vísceras de pescado en descomposición que era lo más en las mesas más refinadas de Roma) a todos los rincones del imperio.

Baelo Claudia es un muy buen ejemplo de urbanismo romano. La ciudad es pequeña, pero cuenta con todos los atributos clásicos de las urbes de la época: una muralla que rodea la ciuidad; edificios públicos como un teatro, termas y basílicas vinculadas al gobierno de la ciudad; un foro; zonas residenciales; acueductos; tarbernaes (tiendas)… La visita es amena. Un pequeño museo de sitio nos ayuda a comprender la ciudad a través de las piezas que se han recuperado en las excavaciones, cuidadas reproducciones y buen material informativo. Y lo mejor es que puedes compatibilizar la visita con un chapuzón en la Playa de Bolonia y un paseo por el enorme campo de dunas que cierra el extenso arenal en su extremo oeste. Pero lo mejor de este punto de la costa gaditana es que ayuda a comprender naturalmente y culturalmente lo que ofrece esta comarca del sur de España. Todo empezó con ese atún del que hablábamos. Un animal formidable que trascendió su significante natural para convertirse en algo que impregna la cultura del lugar.

Lo llaman la costa de los atunes. Unpequeño tramo de costa que queda delimitado por los arenales de Conil de la Frontera (al oeste) y la mítica Tarifa, ciudad fuerte que sirvió tanto como escenario de heroicas defensas como de punto de inicio de oleadas invasoras. Todo un símbolo que ocupa el punto más meridional de la España peninsular. Entre ambos puntos, separados por apenas 60 kilómetros por carretera (muchos menos si uno se aventura por las pistas de tierra de la costa), se suceden las playas kilométricas de arenas rubias; los pueblecitos blancos de pescadores; las torres y castillos y los pequeños bosques a orillas del mar. Un lugar bonito que se deja querer dese el primer momento. Uno de esos lugares que quedan como testigos solitarios de lo que tuvo que ser la costa española antes de que el cemento y el ladrillo entrara a saco a destruirlo todo.

Dicen que la de Zahara de los Atunes era la mejor almadraba de la zona. Almadraba que en árabe quiere decir lugar de lucha. La técnica era simple; los barcos acosaban a los atunes en su paso por el estrecho empujándolos contra la costa. En los arenales limpios de escollos y de gran extensión se instalaba un complejo mecanismo de cercos y redes que encerraban a los peces que eran, literalmente, abatidos a palos. Entre San Marcos (25 de abril) y San Pedro (29 de junio) se desarrollaba la temporada de pesca. En Zahara, la industria era controlada por la casa nobiliaria de Medina Sidonia que levantó en el pueblo el Castillo de Jadraza, una fortaleza casi de ‘fortuna’ que servía tanto para defender la plaza de piratas berberiscos como de fábrica de salazones. Aquí se troceaban los peces, se salaba su carne y se envasaba en grandes toneles para su distribución.

Hoy las almadrabas se hacen mar adentro; al estilo levantino. Pero aún se hacen. Y en pueblos como la misma Zahara de los Atunes, en Barbate o Conil de la Frontera, el atún no sólo es una parte importante de la economía de la zona: es un elemento central de la cultura popular que marcó prácticamente todo lo demás. La Chanca de Conil (Calle Almadraba, sn; Tel: (+34) 956 440 911; Ver Horarios ; E-mail: info@lachancaconil.es), como sucede con el Castillo de Jadraza, funcionó como factoría atunera desde el siglo XV hasta 1934. La almadraba de Conil también estaba en manos de la casa de Medina Sidonia, que afianzó buena parte de su poderío económico con el control de las pesquerías de esta parte de la costa andaluza. Hoy, la vieja Chanca de Conil de La Frontera es un interesante museo que gira sobre el papel que el atún tuvo y tiene en toda la comarca. Y es una buena manera de empezar a entender el por qué de esa influencia que aún se deja notar. Conil de la Frontera también es ciudad de importancia: con un casco histórico blanco y bonito con torres solariegas (de la familia Guzmán) y una bonita iglesia con elementos neoclásicos y barrocos.

Desde el puente de la desembocadura del Río Salado parte el sendero que llega hasta el Cabo Trafalgar (en coche se va por la CA-2144). En medio están las playas de Castilnovo –con una antigua atalaya medieval-, El Palmar y Zahora que sirven de adelanto a lo que nos vamos a encontrar; un extenso campo de dunas y playas alucinantes que sirven de marco idílico a un lugar marcado a fuego en la historia de España. Aquí murió Horacio Nelson, pero también el Imperio Español, que se desmembró poco después de que los barcos de la armada sucumbieran en una de las más grandes batallas navales que recuerdan los tiempos . Hoy es difícil imaginar que en un lugar tan tranquilo y bonito se hundió el poderío naval español. Pero un paseo por las playas y cantiles pone de manifiesto que estas no fueron costas tranquilas; pueblos amurallados, castillos y atalayas hablan de un pasado convulso en el que las costas mediterráneas eran algo así como un ‘telón de acero’ entre la Europa cristiana y el África musulmana. No es mala idea subir losAcantilados de Barbate hasta las torres del Tajo y de Meca . El paseo merece la pena; atraviesa el denso Pinar de la Breña que se eleva sobre la costa gracias a un cantil que se eleva hasta los 115 metros de altura. Desde aquí, las vistas sobre el Estrecho de Gibraltar son impresionantes. Y se pueden ver las torres y atalayas que custodian la costa en sucesión. Atalayas que servían para vigilar el horizonte, detectar peligros a distancia y mandar las malas noticias de manera inmediata a través de señales a largas distancias. Torres por todos lados; a poniente Castilnovo y a Levante La Plata (dónde también hay un búnker de la Segunda Guerra Mundial) y Cabo de Gracia. Y otras muchas más allá formando una red que, prácticamente, abarca toda la costa.

UNA PEQUEÑA GUÍA DE TARIFA .- Plaza fuerte desde tiempos remotos. La Isla de Las Palomas es toda una lección de arquitectura militar desde la Edad Media hasta prácticamente antes de ayer. Viejos muros conviven con las baterías de cañones del XV para adelante y con los búnkeres que se construyeron durante la Segunda Guerra Mundial. Y es que estamos en la punta sur de Europa; por delante 14 kilómetros de agua y las costas de África. Una posición estratégica que explica la historia de la ciudad a lo largo de los siglos.

No es de extrañar que lo más imponente de Tarifa sea el Castillo de Guzmán el Bueno (Guzmán el Bueno, sn; Tel: (+34) 956 684 689; Ver Horarios ) una fortaleza de origen califal (esto es de la época del Califato de Córdoba –se empezó a construir en el año 930-) que en sus cimiento tiene piedras de una antigua fortificación romana. Esto es, una auténtica maravilla. El castillo fue ampliado y mejorado en sucesivas ocasiones hasta el siglo XVI, pero sigue siendo uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar califal en Andalucía. Las murallas rodean buena parte del casco histórico de la plaza; con puertas monumentales como la Puerta de Jerez y grandes torres que bien rematan los muros o sobresalen acá y allá entre las casas blancas. Muros que hablan de tiempos difíciles; pero las almenas de ayer son hoy paseos como el Mirador de África (justo desde donde venían las amenazas) o animadas plazas como La Alameda. Y puertas adentro, blanco. Blanco impoluto.

Tarifa es uno de esos pueblos blancos gaditanos. Una antigua medina árabe con sus callejones imposibles, sus esquinas imposibles, sus casonas solariegas y sus preciosos patios -muchos de ellos abiertos al público-. Una ciudad que se da pocos respiros en forma de plazas o grandes edificios. Si te gusta la buena arquitectura tienes que darte una vuelta por San Mateo Apóstol (Sancho IV el Bravo, 8) precioso edificio gótico construido sobre la antigua mezquita mayor y por San Francisco de Asís (Plaza del Ángel, 3) que alterna arranque barroco y remate neoclásico. Nosotros somos mucho de ir a los abastos locales y el Mercado Público (Calle Colón, 5) merece la pena. Sobre todo a primera hora de la mañana, cuando los puestos están repletos de pescados y mariscos frescos, frescos. La Playa del Lance es enorme y también una de las mecas españolas del kite surf y el wind surf. Y desde el puerto salen excursiones a las aguas del estrecho para ver delfines y ballenas (es frecuente ver orcas).

Fotos bajo licencia CC: Juan M Molina ; Pepe Rodríguez Cordon ; Andrew Nash ; Carole Raddato ; Basilievich ; @crisgarme ; Franciso Manresa Ayuso