La Atlanterhavsveien: un paseo por la carretera más bonita de Noruega

Cuando preguntaron a los noruegos y noruegas cuál era la gran obra que definía el siglo XX en el país nórdico, la mayoría eligió una carretera. Sí. Así de claro. La Nacional 64 para ser más exactos. Un road trip por este país escandinavo es una invitación a lo sorprendente. Hay pocos países en el mundo con los paisajes tan propios y marcados como los que marcan el litoral de este lugar. Una tierra tallada por los hielos durante millones y millones de años que ha conformad uno de los mapas de costa más retorcidos del mundo. Estamos en los límites de la amplia región de los grandes del sur. Una región que culmina en la ciudad de Trondheim, una ciudad que sirve de puerta de entrada al inhóspito, pero igualmente bello, norte del país. Esta vía ‘terrestre’ lleva el nombre de Atlanterhavsveien (Carretera del Atlántico) y comunica la ciudad de Molde con la surrealista Kristiansund, una población que se desparrama por tres islas. Lo normal es llegar hasta aquí y volver a Molde por el ‘interior’ (en realidad también muy cerca del mar aunque por fiordos interiores) –el circuito suma 156 kilómetros-. Pero hay una posibilidad de ir más allá y visitar las islas de Smola hasta el espectacular puerto de Veiholmen (y desde aquí seguir hacia Trondheim si estás haciendo un viaje largo por el país –unos 450 kilómetros en total-).

Esta ruta se planeó a principios del siglo XX como línea férrea con el objetivo de conectar la isla de Averøy con el continente. Esta parte de la costa es de las pocas que no se hiela en invierno por lo que el barco y la irrupción del automóvil dejaron el proyecto en suspenso hasta la década de los 70 del pasado siglo: la vía se inauguró en 1989. En sentido estricto, la Atlanterhavsveien apenas tiene nueve kilómetros de largo, pero de manera oficiosa, la ruta turística une Molde con Kristianund. Nosotros sugerimos añadir Smola porque merece la pena alargar el viaje y descubrir una de las grandes joyas casi desconocidas del país nórdico: un lugar con importantes vestigios de la cultura vikinga, por ejemplo.

Inicio de ruta en Molde (a 800 kilómetros de Oslo y 450 de Bergen).- Uno de los puertos de cruceros más importantes del país y también uno de sus grandes paraísos naturales. La ciudad es pequeña y se ve en pocas horas. Lo más destacado de su oferta cultural es el Romsdal Museum (Per Amdams veg, 4) un complejo de edificios de los siglos que van desde el siglo XVII al XIX dedicados a la cultura tradicional del país que se completan con el Krona, un centro de exposiciones ultra vanguardista que es de los edificios más curiosos del país (hecho íntegramente con madera). Este lugar fue de lo poco que se salvó de la vieja Molde tras dos catástrofes: un incendio en 1916 y el bombardeo alemán de 1940. Es el único lugar donde puedes ver cómo era esta Molde histórica que se convirtió en un lugar de vacaciones para la élite nórdica en los siglos XIX y XX. La ciudad en sí tiene poco que ver: la Catedral de Molde (Kirkebakken, 2); el Sjofronten – Frente Marítimo- y el sendero entre bosques que sube hasta el Molde Utsiktspunkt, un mirador alucinante al que hay que llegar aunque cueste un poquito.

Lo realmente potente de Molde es que sirve de puerta de entrada para visitar un verdadero paraíso natural. Muy cerca de esta ciudad se localizan dos de los grandes lugares de Noruega: la Trollstigen (Carretera de los Trolls), un camino endiablado que escala una montaña en un zig-zag increíble, y la Mardalsfossen, una de las cascadas más altas del mundo. Y la propia Atlanterhavsveien, que saltando de isla en isla te permite conocer un tramo de costa de gran valor donde, por ejemplo, puedes ver águilas pescadoras y ballenas. La Carretera del Atlántico es mucho más que la propia vía o hitos de la ingeniería como el famoso Puente de Storseisundet, ese alarde curvo que se ha convertido en un símbolo del poderío del país. La cinta de asfalto va de isla en isla, de peñasco en peñasco permitiendo echar el pie a tierra en lugares como la isla de Eldhusøya –donde se ha habilitado un sendero autoguiado- y el coqueto puertecillo de Haholmen, que hasta hace pocas décadas era la única manera de llegar a la isla de Geitoya.

Un trozo de la historia noruega en Kvernes.- Antes de pasar a Kristiansund por otro de los alardes de la ingeniería nórdica hay que desviarse un poco hasta Kvernes. No se puede decir que esto sea un pueblo en sentido estricto. Estamos ante un par de casas en torno a una carretera pero el lugar es famoso en todo el país por estar en el selecto listado de las Stavekirkes, las viejas iglesias construidas con madera que son una de las aportaciones más auténticas de la cultura nórdica al Patrimonio Mundial de la Unesco. La Iglesia de Kvernes (Kvernesveien) no tiene el pedigrí histórico de algunos de los templos que forman parte de la familia de las Stavekirkes ya que estamos hablando de una construcción del siglo XVII, pero si cuenta con algunos tesoros que merece la pena ver como un retablo barroco con elementos que datan del XIV y que hablan de la existencia de un edificio anterior. Casi a las puertas del templo puedes ver el Dommerringer de Kvernes (círculo de piedras de origen prehistórico). Otro lugar de interés es el Museo de la Vieja Kvernes (Kvernesveien, 825), que ha recuperado el entorno rural de la zona como ejemplo paradigmático de asentamiento rural costero. Aquí vas a encontrar un conjunto de casas, molinos, establos y hasta un pequeño astillero que recorren un periodo de la historia local que va desde los finales de la Edad Media a la Edad Moderna. Es un lugar muy interesante.

Una visita a una de las capitales del bacalao noruego.- Para pasar hasta Kristiansund hay que sumergirse de manera literal en las aguas gélidas del fiordo a través del Atlanterhavstunnelen, otro milagro de las comunicaciones que se hunde hasta 250 metros bajo la superficie del Bremsnesfjorden para cubrir los 5,7 kilómetros que separan este municipio insular de la vecina isla de Averoya (antes de cruzar el mar puedes visitar la Cueva de Bremsneshola, que es la más larga de Noruega). Kristiansund es una ciudad que se asienta sobre cinco pequeñas islas a resguardo del mar abierto, lo que la convirtió en uno de los puertos pesqueros más importantes del país y, junto a la bonita Alesund, en la capital del bacalao del país. Todo gira en torno a la pesca de este importante recurso natural y en los muelles aún pueden verse viejos almacenes de madera y pequeños embarcaderos que servían para la descarga del pescado y la preparación de buques y tripulaciones. No es de extrañar que los principales centros culturales de la ciudad estén dedicados a esta actividad: el Museo del Bacalao (Dikselveien, 20), instalado en un saladero histórico –el Milnbrygga- y el Museo de los viejos astilleros (Kranaveien, 22), dónde puedes rastrear la tradición naval local.

Viajar hasta Grip para ver su bonita StaveKirk.- Una escapada interesante desde Kristiansund es la diminuta Isla de Grip donde podemos visitar una de las Stavekirken noruegas. Estamos ante una de las más pequeñas y la más remota de todas las viejas iglesias de madera. Para llegar aquí debes tomar un ferry operado por la compañía Gripruta (Kaibakken, 1 – Kristiansund-). Grip es apenas un peñasco que se eleva 8 metros sobre el nivel del mar rodeado de arrecifes y rocas que, más o menos, impiden que la mar se la trague. Pes aquí nos encontramos esa Stavekirk del siglo XV que, como característica particular, presenta interesantes pinturas murales medievales y una colección de exvotos marineros. En torno a la iglesia hay un pequeño núcleo de casitas de madera pintadas de colores chillones que acentúa el encanto del lugar.

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