La llave de los misterios del Lago Titicaca

La historia del Vapor Yavarí es una síntesis perfecta de la particularidad de estas tierras. Este precioso barco diseñado por los astilleros James Watt Foundry en Birminghamen 1861, el barco se construyó en pequeñas piezas. Las instrucciones que llegaron hasta las oficinas de los ingenieros británicos eran claras: ninguna de las partes que componían la nave debía pesar más de 200 kilos. La empresa se culminó en apenas un año y dio como resultado un complicado puzle de 2.766 piezas y 210 toneladas de peso que salieron de la vieja Inglaterra a bordo del Vapor Mayola rumbo al sur. La travesía fue larga. Después de cruzar el Cabo de Hornos y recorrer la costa oeste del continente Sudamericano, el Yavarí llegó al puerto de Arica, por aquel entonces puerto del extremo sur de Perú, en octubre de 1862.

Desde ahí, el barco inició un penoso viaje que alternó un primer tramo en tren y el definitivo a lomos de mulas y hombros de porteadores. Esfuerzo titánico que, desde Tacna (a unos 600 metros sobre el nivel del mar), subió hasta las alturas de Los Andes (más de 4.000 metros) para llegar a las orillas del Titicaca. El viaje duró siete años y sólo a partir de enero de 1869 se pudo empezar a montar el casco. El 25 de diciembre de 1970, el casco del Yavarí tocó por primera vez el agua.

Durante años, el pequeño cañonero Yavarí asentó la soberanía de Perú sobre la orilla oeste del lago y sirvió, también, como eje de las comunicaciones entre las poblaciones ribereñas. Las calderas funcionaban a base de excremento de llama y prestó servicios durante décadas. Hoy es el primer Buque Museo de Perú (Dirección: C/ Sesquicentenario, 1970 –Puno-; Tel: (+51) 51 369329; Horario: LD 9.00 – 17.00 E-mail: yavariguldentops@hotmail.com) y una de las cosas que el viajero inquieto no debe dejar pasar cuando visita la ciudad de Puno, puerta y parada habitual de los que llegan al Altiplano para descubrir los secretos múltiples del mítico Titicaca.

La urbe es caótica. Y más allá de las cuatro o cinco cuadras que rodean a la Plaza de Armas es, incluso, anodina. Pero alrededor de la pequeña placita se desparraman las típicas visiones de ese Perú colonial que nos traslada, de manera inmediata al otro lado del Atlántico. La Catedral de Puno es uno de esos ejemplos de mestizaje entre lo hispano y lo indígena. Los jesuitas construyeron, allá por el siglo XVII, un espectacular tempo barroco en el que se pueden rastrear trazos de la cosmovisión incaica. En plena Plaza de Armas también se encuentra el Museo Carlos Dreyer (Dirección: Jr. Deustua, 289; Tel: (+51) 351 019; Horario: LS 9.30 – 19.30) que ocupa una preciosa casa de estilo colonial y atesora una pequeña pero interesante colección de arqueología prehispánica y piezas del periodo español.

Las manzanas históricas son una sucesión de casonas que exhiben bonitas balconadas de madera y patios recoletos. De vez en cuando se cuela algún edificio más notable que, como suele ser habitual en las urbes de raíz hispánica, tiene que ver con la Iglesia o las antiguas autoridades. Como la Casa del Corregidor (Dirección: Deustua, 576; Tel: (+51) 355 694; E-mail: mail@casadelcorregidor.pe) antiguo palacete colonial del siglo XVII y XVIII que hoy acoge un interesante centro cultural y una de las mejores cafeterías de la ciudad. Otro de los imprescindibles de la metrópolis del Altiplano es el Cerro Huajsapata. Desde el Mirador del Cóndor no sólo se puede ver la práctica totalidad de la ciudad a vista de pájaro, sino que también puede otearse la inmensidad azul del Titicaca. Otra visita que merece la pena antes de adentrarse en el mítico Titicaca es el Fundo Chincheros (Acceso: carretera Puno Juliaca km 9; Tel: (+51) 351 921; E-mail: fundo@casadelcorregidor.pe) una antigua hacienda de la época colonial que hoy alberga un novedoso centro de interpretación de las técnicas agrícolas y ganaderas del lugar desde tiempos inmemoriales.

Azul profundo

Y después está el Lago. Desde el muelle fluvial de Puno salen, casi de manera continua, los barcos que llevan a los viajeros y viajeras a las islas que se esparcen por las aguas azules del Titicaca. La primera parada de la excursión lacustre suele ser las curiosas Islas de Los Uros que tienen la particularidad de ser verdaderas balsas de totora construidas por los pescadores que viven en estos flotadores inmensos durante todo el año. Aquí todo gira en torno a la totora; aunque los pescadores de hoy recorren las aguas en modernas lanchas de fibra de vidrio o más modestos botes de madera, aún pueden verse las auténticas balsas de totora que hoy son sólo una curiosidad; algo así como una costumbre que se mantiene para el uso y disfrute de los viajeros y viajeras que se dejan caer por el lugar. Totora decíamos; totora para todo; para construir las propias islas; para construir las casas; para construir las esteras que cubren los suelos; para construir los restaurantes que ofrecen el pescado fresco del lugar. Los televisores y los paneles solares rompen la uniformidad de colores amarillos y verdes.

Y más allá las islas. Las de verdad; las que surgen del lecho de esta cuenca mítica en la que, según la tradición incaica, nacieron los primeros incas por mediación de los mismísimos dioses. Taquile es una estrecha barra de piedra de unos 5,5 kilómetros de largo y 1,5 de ancho en el que aún viven unas 2.000 personas. Los andenes escalan hasta alturas que superan los 4.000 metros sobre el nivel del mar creando un curioso paisaje agrícola en escaleras de entre las que sobresalen pequeños montoncitos de casas. Aquí la gente sigue viviendo de la tierra, de la pesca y de los animales que proporcionan la lana con la que se confeccionan los famosos textiles isleños (que son Patrimonio Mundial de la Unesco desde 2005). Y también está el turismo, controlado aquí por los propios lugareños a través de una agencia que proporciona alojamiento en casas de familia. Para llegar a la principal población de la isla hay que subir más de 350 escalones de piedra. El famoso Arco de Taquile da acceso a la pequeña Plaza de Armas en la que destaca la maciza y contundente figura de la Iglesia Parroquial. Un par de restaurantes y puestos de artesanía reciben al viajero que puede explorar a fondo la isla con la tranquilidad que dan los peñascos pequeños. Bastan un par de horas para decir que se conoce Taquile.

La vecina Isla de Amantaní es una muy buena opción para pasar una noche inolvidable en pleno lago bajo un cielo estrellado espectacular. Si la una era alargada esta es casi un círculo perfecto. Y se repiten los usos, las costumbres, las terrazas de cultivo. Rastros de una cultura ancestral que pervive protegida por las aguas. Y más allá, las siluetas de las Islas del Sol y de La Luna, ya en Bolivia, solares sagrados donde los dioses decidieron que era hora de dar la civilización a los hombres y mujeres allá por el principio de los tiempos.

Alojamiento en Taquile

La Comunidad Munay Taquile ofrece alojamiento en casas de familia de la isla.