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El hombre de La Maruca: de presunto homicidio a resto arqueológico tardomedieval almacenado en un depósito

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Unos huesos semienterrados, aflorados del terreno de forma fortuita por la erosión natural o el trasiego de paseantes, activaron la alarma. Alguien llamó a la Policía. Y hasta allí, hasta la Punta de los Cañones, en el pueblo santanderino de Monte, se desplazó la Policía Científica. Era un día de 2001 y había la posibilidad de que los restos humanos encontrados fueran el vestigio de un homicidio sin esclarecer.

El cuerpo hallado se encontraba boca arriba y con los brazos sobre el pecho. No tardó la Policía en recoger sus bártulos y marcharse. Ahí no tenía nada que hacer y, si se trataba de un homicidio, se habría producido un millar de años atrás. Lo que tenían delante, junto a las ruinas de la Batería de San Pedro del Mar, antes edificación religiosa y después cuartel de Carabineros, eran los huesos de un hombre, posiblemente un religioso, que había sido enterrado en el lugar a finales del siglo IX. Lo que tenían delante era materia de un arqueólogo, más que de los Cuerpos de Seguridad del Estado, si es que son cosas distintas a la hora de esclarecer lo que ocurrió.

Según la datación por carbono 14, cuando aquel hombre había muerto aún quedaban 600 años para que Colón llegara a América y el rey Alfredo acababa de echar a los vikingos al mar en Inglaterra. Era el 875 de nuestra era, aproximadamente, ya que el radiocarbono no es un reloj de pulsera, un enterramiento altomedieval que estudió en primer lugar el catedrático Ramón Bohigas y después otros, ya que en la zona hubo seguimientos arqueológicos y los enterramientos tardomedievales son objeto de estudio de especialistas como Enrique Gutiérrez Cuenca, quien escribió una tesis en 2015 al respecto.

Lo significativo del hallazgo es el lugar en que se produjo y la frecuencia con que se producía algo así, como habían declarado vecinos del entorno de La Maruca. Ello manifestaba la presencia de un antiquísimo lugar de enterramiento vinculado a una iglesia, una necrópolis que ahora es una entelequia. El hombre de La Maruca descansa ahora en paz apilado en el depósito del Museo de Prehistoria, en Guarnizo, junto a cuadros, libros y otros artefactos culturales de la Consejería de Cultura. Materia para leer y recrear la vista no le va a faltar.

Paseando por La Maruca, los restos del pasado en la boca de la ensenada de San Pedro del Mar son ficticios. Bajo el actual Centro de Interpretación del Litoral de Santander, actualmente cerrado con el argumento de “la COVID”, se encuentra la plataforma sobre la que se levantó un cuartelillo de Carabineros, el cual a su vez ocupó el espacio que ocupaba una batería de artillería, que se instaló en lo que fuera un templo religioso con su correspondiente necrópolis.

Ya en el plano de la zona que hizo el canónigo Zúyer en 1660 se aprecia la batería emplazada para proteger la bocana de la ensenada, dentro del sistema defensivo de Santander, tanto al norte como al sur, en el acceso a la bahía. No era una precaución innecesaria.

La batería fue reformada en el siglo XVIII por el ingeniero Juan Giralde, que la adaptó instalando dependencias para la pólvora y la guarnición, así como un muro defensivo para los 1.800 metros cuadrados de la plataforma, el cual se uniría a otro muro de mampostería de 600 metros de largo que la unía con el castillo de Corbanera.

Ya en pleno siglo XX los restos de la batería fueron utilizados como cuartelillo de Carabineros y en 2010 se acometió una reforma tan radical que lo que fue batería es inapreciable. Sobre los muros derruidos se construyó con acero corten y otros materiales una instalación que actualmente cobija un Centro de Interpretación del Litoral.

Podría haberse hecho una intervención suave, con materiales propios o de la zona, pero se optó por el gasto: 2,36 millones de euros, que había que gastar, según la reforma encargada a Tragsa un año antes, bajo un proyecto realizado por el Ayuntamiento de Santander, que había comprado un lustro antes la finca al Ministerio de Defensa.

Unos huesos semienterrados, aflorados del terreno de forma fortuita por la erosión natural o el trasiego de paseantes, activaron la alarma. Alguien llamó a la Policía. Y hasta allí, hasta la Punta de los Cañones, en el pueblo santanderino de Monte, se desplazó la Policía Científica. Era un día de 2001 y había la posibilidad de que los restos humanos encontrados fueran el vestigio de un homicidio sin esclarecer.

El cuerpo hallado se encontraba boca arriba y con los brazos sobre el pecho. No tardó la Policía en recoger sus bártulos y marcharse. Ahí no tenía nada que hacer y, si se trataba de un homicidio, se habría producido un millar de años atrás. Lo que tenían delante, junto a las ruinas de la Batería de San Pedro del Mar, antes edificación religiosa y después cuartel de Carabineros, eran los huesos de un hombre, posiblemente un religioso, que había sido enterrado en el lugar a finales del siglo IX. Lo que tenían delante era materia de un arqueólogo, más que de los Cuerpos de Seguridad del Estado, si es que son cosas distintas a la hora de esclarecer lo que ocurrió.