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El paternalismo industrial, trasfondo del conflicto: estrategias de control obrero en Las Forjas de Buelna

Las Forjas de Buelna era uno de los escasos exponentes en la entonces provincia de Santander en la que los patronos desplegaban un modelo organizativo, el del paternalismo industrial, que pretende inicialmente la atracción de la mano de obra -en este caso, en un entorno marcadamente rural-, retenerla, disciplinarla, adaptarla a los ritmos de producción industriales, aumentar su rendimiento y apartarla del peligro de la autoorganización implantando lazos verticales de lealtad y fidelidad. Las relaciones se establecían de arriba hacia abajo, de patrón a obrero, con respeto a la jerarquía. Así pues, a la autoridad y protección del patrón se debía responder con el respeto y la fidelidad del obrero. Se trata, por lo tanto, de una transposición de las relaciones familiares tradicionales a las laborales.

El control del empresario paternalista sobrepasaba los límites de la fábrica, de hecho su expresión paradigmática lo constituye el dominio de los espacios y tiempos extralaborales. Como señala José Sierra Álvarez, la clave de las estrategias paternalistas reside en el intento de disciplinar productivamente la mano de obra a través de intervenciones sobre el no-trabajo y en la puesta a punto de un arsenal especifico de técnicas y procedimientos: las “obras sociales” [1].

En el caso de Las Forjas, José María Quijano, que poseía unas fuertes convicciones católicas, quiso imprimir además a su obra empresarial unos valores muy en sintonía con la doctrina social de la Iglesia de aquel tiempo, impulsada por el papa León XIII. En el año 1892 creó una Asociación de socorros mutuos en los casos de impedimento para el trabajo por enfermedad, ancianidad y defunción, pocos años después se estableció un Economato -suministro de artículos de primera necesidad a precios más reducidos- para sus asociados. Otra finalidad de la más tarde denominada Cooperativa de Las Forjas de Los Corrales de Buelna fue el fomento de la cultura en la medida que lo permitieran los recursos de la Asociación. También alquilaba a los trabajadores casas con huerta y vendía residuos de carbón (escarbilla). En 1922 se inauguró el Casino, que funcionaba bajo la protección de la Condesa de Las Forjas, Soledad de la Colina, viuda del fundador de la empresa (título nobiliario concedido por Alfonso XIII en enero de 1919), en el que “los hijos de los empleados y obreros que formen en las listas de asociados tendrán paso franco a este centro cultural, en el que podrán moldear sus alma y formar sus inteligencias para empresas más elevadas” [2]. En 1925, la condesa donó al pueblo la iglesia de San Vicente Mártir y el asilo de San José.

En la época de mayor apogeo de esta política patronal, en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, esta tipología de iniciativas gozaba de un gran predicamento entre las clases dirigentes (empresariales y políticas) y en la Iglesia católica. Se presumía en el patrono una condición intelectual y moral más elevada que debía manifestarse en un cierto efecto tutelar de los obreros, con la apariencia de magnanimidad y altruismo.

Alberto López Argüello (1878-1932), ingeniero de minas, inspector provincial del Trabajo en Santander y político, publicó un opúsculo [3] en 1918 en el que exponía su punto de vista sobre las relaciones patrono-obreros, lamentándose de que no hubiera mayor abundancia de obras paternalistas:

Ángel Pulido Fernández (1852-1932), fue senador real vitalicio y vocal del Instituto de Reformas Sociales que emitió el laudo sobre la resolución de la huelga de 1919 y que con su voto decantó el sentido del fallo, favorable a la no readmisión de los diez despedidos por la Sociedad. A pesar de su posición en el caso, su libro 'La degeneración del Socio-sindicalismo. Necesidad de su regeneración higiénica y moral' [4], en 1921, constituye una fuente relevante para entender las posturas que se establecieron en la primera fase del conflicto:

El economato, como caracterización de las “obras sociales”, viene a suponer una especie de dogma para la empresa. Explícitamente se afirma que los obreros que resultaron despedidos, lo fueron por “atentar al Economato”, o lo que es lo mismo, atentar contra la autoridad del “patrón paternalista”.

A modo de balance y siguiendo un aspecto de lo expresado por López Argüello, las “obras sociales” en Cantabria fueron relativamente escasas y aglutinadas en grandes empresas, tales como Nueva Montaña, Solvay & Cía., Real Compañía Asturiana de Zinc o las mismas Forjas de Buelna. Su tiempo de mayor desarrollo se sitúo en torno al cambio de siglo. De hecho, estas actuaciones perdieron peso en las décadas de 1920 y 1930, proceso unido al desarrollo del Estado, que comenzaba a asumir políticas de asistencia y previsión, así como distintos equipamientos que hasta entonces eran propios de las obras patronales.

Tras la Guerra Civil, el paternalismo industrial experimentó un resurgimiento. El régimen franquista planteó un modelo de estado intervencionista y autárquico, con una política económica fundamentada en la protección de la industria nacional y una política laboral doctrinalmente orientada a la superación de la lucha de clases a través del control social. La debilidad del aparato estatal para desplegar políticas de protección social hacia los trabajadores situó su principal esfera de acción en el campo legislativo -reglamentación laboral como función privativa del Estado- asignando a las empresas el papel ejecutor de dichas políticas: economatos, viviendas, los puntos, clubes sociales, fiestas de hermandad… que se multiplicaron en esta primera fase del franquismo.

Para refuerzo de estas políticas 'conciliadoras', el estado contó con tres elementos de control heterogéneos: la familia católica (modelo de convivencia), el sindicato vertical (catalizador de las relaciones laborales), y la Iglesia, (guía espiritual). El paternalismo adquiría por lo tanto un componente de política estatal más sistematizada frente a las iniciativas aisladas de la fase anterior.

El catolicismo social en Las Forjas de Buelna

La familia Quijano no era ajena al hecho de que el sindicalismo iba a constituir un factor limitante a los réditos que les deparaba la estrategia paternalista. Vinculada a este planteamiento optaron por una respuesta que debilitara a su vez la eficacia de la lucha y solidaridad obrera: la creación de un sindicato católico en Los Corrales de Buelna. Este hecho fue objeto de un estudio por Juan José Castillo en 1975 que mantiene toda su vigencia.

El vector de introducción del sindicalismo católico en Los Corrales fueron los hermanos Herrera Oria, Francisco y Ángel [5]. Francisco envío una carta a Ángel, en julio de 1919, cuando no había transcurrido siquiera un mes desde el inicio de la huelga de los Las Forjas de Buelna, en la que no deja ninguna duda de las intenciones de la familia propietaria de la fábrica:

La carta finaliza con la petición a Ángel de que medie con Ruiz y el padre Nevares para concertar una entrevista con Ramón Quijano -uno de los hijos del fundador de las fábricas corraliegas- y “trazar un plan de campaña” [6].

Por aquellos mismos días, Soledad de la Colina, primera condesa de Las Forjas de Buelna, era cumplimentada por Lorenzo González, capellán del colegio torrelaveguense de los Sagrados Corazones, con intenciones de ver su predisposición al respecto, lo que recoge este en una carta dirigida a al jesuita Sisinio Nevares:

Una vez finalizada la huelga, Miguel Quijano, otro de los hijos de José María Quijano, remite otra carta al padre Nevares concretando la solicitud:

La inversión económica de la familia Quijano fue notable. El Sindicato Católico de Oficios Varios de Los Corrales de Buelna fue creado al año siguiente, tal y como se recoge en la Memoria de la Inspección del Trabajo correspondiente al año 1920 [9], “para estudio y defensa de los intereses obreros”. En su caso, una llamativa declaración de intenciones.

Así pues, en estas líneas quedan claras algunas características esenciales del sindicalismo católico: su vinculación a un concepto paternalista de las relaciones de producción, la financiación patronal, su carácter reactivo -surgen en empresas con implantación previa de organizaciones obreras de tendencia socialista y/o anarcosindicalista para propiciar su debilitamiento- y su naturaleza instrumental de lucha social antiobrera [10].

Las Forjas de Buelna era uno de los escasos exponentes en la entonces provincia de Santander en la que los patronos desplegaban un modelo organizativo, el del paternalismo industrial, que pretende inicialmente la atracción de la mano de obra -en este caso, en un entorno marcadamente rural-, retenerla, disciplinarla, adaptarla a los ritmos de producción industriales, aumentar su rendimiento y apartarla del peligro de la autoorganización implantando lazos verticales de lealtad y fidelidad. Las relaciones se establecían de arriba hacia abajo, de patrón a obrero, con respeto a la jerarquía. Así pues, a la autoridad y protección del patrón se debía responder con el respeto y la fidelidad del obrero. Se trata, por lo tanto, de una transposición de las relaciones familiares tradicionales a las laborales.

El control del empresario paternalista sobrepasaba los límites de la fábrica, de hecho su expresión paradigmática lo constituye el dominio de los espacios y tiempos extralaborales. Como señala José Sierra Álvarez, la clave de las estrategias paternalistas reside en el intento de disciplinar productivamente la mano de obra a través de intervenciones sobre el no-trabajo y en la puesta a punto de un arsenal especifico de técnicas y procedimientos: las “obras sociales” [1].