La que ya es la más importante necrópolis medieval de Cantabria alberga al menos los restos óseos de 86 individuos que, en distinto grado de conservación, están siendo extraídos por el equipo de arqueólogos que trabaja en Los Azogues, la calle más antigua de la ciudad y que linda con el ábside de la catedral de Santander.
Quienes esperan al autobús en la parada de la plaza de Atarazanas poco imaginan que el suelo que pisan en la calle Calvo Sotelo era antiguamente una ría que penetraba hasta la Plaza del Ayuntamiento y que la misma plaza a sus espaldas, dedicada a la Virgen de la Asunción, fue hace cientos de años una atarazana o astillero en el que se construían y reparaban galeras.
La misma catedral, que se yergue en lo alto en lo que se conoce como promontorio de Somorrostro, tenía una transición más suave con la cota inferior, antes que los desmontes la 'elevaran' y las nuevas calles tras el incendio de la ciudad de 1941 la aislaran de la calle Alta. Esa pendiente, ahora desaparecida, era un cementerio, del que solo queda un breve espacio longitudinal en lo alto (la calle Los Azogues), que era el lugar más próximo al altar y por lo tanto donde se enterraba a las clases acomodadas (los auténticamente privilegiados eran inhumados bajo las piedras del interior). De ese resto de necrópolis están aflorando esqueletos que arrojan pistas sobre cómo era aquel Santander entre los siglos XI y XIV.
Los arqueólogos Lino Mantecón y Javier Marcos, la antropóloga forense Silvia Carnicero y el arquitecto Clemente Lomba, director del proyecto, expusieron recientemente en la Sala Capitular de las dependencias catedralicias los trabajos que se vienen realizando en la actual segunda fase de investigación. Ellos, junto al técnico Juan Melgar, llevan meses extrayendo esqueletos apilados, algunos completos, otros parcialmente conservados, junto con restos descontextualizados del más variado tipo.
Los Azogues, pese a su estrechez y cortedad, encierra dos tipos de cementerios: uno extensivo, el más antiguo, con restos de los siglos XII y XIII; y a su lado otro de uso más intensivo por el incremento de población y la colmatación de espacios, que se atribuye al siglo XIV. De uno y otro, interrumpidos a veces por espacios de rellenos y obras de colectores antiguos, han aflorado 86 restos arqueológicos de adultos y niños.
Junto a ellos, han aparecido pocos utensilios, y sí restos de enterramientos, como clavos de los ataúdes, los más antiguos confeccionados con materiales extraídos de construcciones. También ha visto la luz un resto de muro del siglo X, previo incluso a la antigua colegiata. En los sustratos inferiores se han encontrados desperdicios de conchas, moluscos, peces, marisco... partes integrantes de un 'menú' habitual que sugiere la proximidad de la actividad marinera y una nutrición vinculada con el mar. Esto viene confirmado por otros depósitos, como un fragmento de disco intervertebral de un rorcual y restos de costillas de ballena.
Actualmente están en estudio unos 40 esqueletos o restos de esqueleto que ya ofrecen algunas informaciones de interés: por ejemplo, la falta de conexión entre la edad que cabe atribuir a niños por su dentadura con la que correspondería por su estatura, signos de problemas de desarrollo atribuibles a la desnutrición, en opinión de la antropóloga Silvia Carnicero. “Los niños morían con retraso de crecimiento”, confirma.
La arqueología tanatológica (arqueología funeraria) también está examinando uno de los restos más interesantes, que es el que corresponde al denominado Sujeto 27, el cual tiene en su cráneo restos de una lesión frontal producida por algún tipo de arma. Este resto, al que se le atribuye una edad superior a los 35 años, junto al de otros, permite aventurar que paradójicamente los individuos más fuertes, que sufrían heridas y lesiones que no les causaban la muerte, eran más fuertes y vivían más que aquellos que habían sido enterrados indemnes. “Los individuos con más lesiones eran también los más resilientes”, concluye la antropóloga.
Asimismo se han encontrado escasos vestigios de cerámicas vidriadas, un tipo de cerámica habitual en la fachada atlántica europea, lo que lleva a que los arqueólogos Mantecón y Marcos que los antiguos santanderinos comerciaban con Francia e Inglaterra. Han sido hallados también vestigios más antiguos, de la época romana, como una lendrera, un amuleto de cuero y remaches de barco.