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El oratorio de San Millán de la Cogolla podría estar en Valderredible: “Si no hemos rozado la tumba, poco le falta”

Diego Cobo

Valderredible —

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El grupo es grande, alegre, intuitivo. Brindan antes de comer, visitan arroyuelos por las tardes y charlan sobre su objetivo común a todas horas. “Ahora nos falta encontrar al Santo Grial”, dice Manuel durante la comida. “Pero eso es un objeto, y ya tenemos el lugar”, matiza Carlos.

Manuel es pausado. David y Jesús, callados. Eulogio, sin embargo, se prodiga en bromas. Rodolfo es actor de teatro y Ana desprende un sencillo pero prodigioso saber. Y Carlos Lamalfa, director de una “excavación atípica dentro del mundo arqueológico”, es locuaz. Entre el tintineo de paletillas y los mugidos de una excavadora, Lamalfa recuerda que la campaña de Berzosilla, en la zona de Valderredible, está siendo “espectacular”.

Es el tercer verano que este batiburrillo de amigos de procedencias dispares trabaja bajo el aval del Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola mientras consiguen fondos, sacan toneladas de tierra y afinan una lógica que a Lamalfa, que ha trabajado en Julióbriga, Herrera de Pisuerga o el castillo de Argüeso de la mano de ilustres arqueólogos como Miguel Ángel García Guinea o Cesáreo Pérez; que ha colaborado con el departamento de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria y el Centro de Estudios del Románico; que ha publicado decenas de artículos en revistas arqueológicas, que ha escrito poemas aplaudidos por José Hierro y ha agitado el avispero político y judicial de la comarca y alrededores, le está llevando a lanzar una hipótesis vertiginosa: este cenobio colectivo, excavado en piedra arenisca y compuesto por cuatro cubículos en torno a un gran patio, es el oratorio de San Millán de la Cogolla. El Santo Grial, pues, sería su tumba vacía. “Si ahí no la hemos rozado”, explica un optimista Lamalfa frente al cubículo que recibe los primeros rayos de sol, “poco le falta”.

El director de la excavación ha hurgado las tierras de medio Valderredible, aunque durante los últimos años lo ha hecho junto a Javier Peñil, codirector de esta aventura —“no hemos estado en ningún lado y hemos estado en todos”, bromea— que comenzó al llegar a sus oídos que un vecino había hundido la pierna en un boquete. Su olfato le dijo inmediatamente que, en aquel minúsculo pueblo de Palencia, una excepción administrativa en Valderredible, “había tomate”. La alianza entre Peñil y Lamalfa, entonces, desembocó en una excavación que lo desafía todo. Pero décadas de singular trayectoria profesional, incluida el activismo y la abogacía, le han ejercitado músculo para plantear su hipótesis y sostener una más que probable guerra dialéctica de guerrillas.

Lamalfa tiene 71 años y una habilidad felina. Sube y baja las escaleras metálicas que van al patio, gatea por la galería que han abierto hasta los peldaños, acaricia las paredes del templo como si fueran de terciopelo y no de áspera arenisca y habla con un entusiasmo casi mágico en el yacimiento, por teléfono o en el alojamiento en el que el equipo duerme, fantasea y bebe vino artesano, como los romanos. Él, por si acaso, asegura que no les transmite todo lo que sabe o imagina para no asustarles, aunque la línea roja de la superficie que abarca la excavación bajo nuestros pies sugiere que esto es solo el inicio de un delirio colectivo.

Luego, cuando reúnan fondos para seguir alimentando al grupo, alquilar material y seguir rebuscando en la historia, sajarán la plancha de hormigón, retranquearán el muro de piedra, extraerán más kilos de cerámica en una zona donde la alfarería marcó su carácter durante la Edad Media y podrán abrir más agujeros en este pequeño enclave del corazón de Valderredible. En la entrada del pueblo, por ejemplo, ya han arrastrado la máquina que lee el subsuelo con resultados esperanzadores, con permiso del margen de error de la tecnología: bajo tierra, esparcidos por Berzosilla, se intuyen más cubículos.

Pero aún es agosto y, durante el penúltimo día de trabajo bajo un sol fulgurante que hoy apenas castiga, se contempla el poso de los siglos a pesar de que unos vecinos comenten que el grupo se irá y dejará la excavación reposando, como destartalada. Carlos Lamalfa, entonces, redactará el proyecto para recibir fondos, acopiará el ánimo para pergeñar el correspondiente artículo científico y seguirá defendiendo la singularidad de un hallazgo que apunta al siglo VI. El cenobio, explica, bien podría haberse dividido en un oratorio, otro cubículo dedicado al bautismo, un dormitorio colectivo y otra zona de servicio con objetos litúrgicos.

Pero esa secuencia, agitada por la fugaz duda que se le escapa en un instante, se resuelve al afirmar que esto solo puede ser el oratorio de San Millán. “Es que es totalmente diferente a todo lo que hay en Valderredible”, insiste Lamalfa antes de subrayar cómo se conocen iglesias excavadas en roca junto a un cubículo o grupos de eremitorios de ascetas, pero no se han hallado espacios de esta compleja estructura. Y eso, en uno de los valles con más arquitectura rupestre de la Península, es ya algo excepcional: “Yo creo que hay tanto rupestre en Valderredible porque hay un seguimiento a San Millán: es la lógica que se me ocurre en vista de lo que hay”.

Una polémica garantizada

Carlos Lamalfa conocía la hipótesis de que el oratorio de San Millán, que vino al mundo en el año 474 bajo el nombre de Emiliano, podía estar en Valderredible. Lo sabía de refilón, aunque tras avanzar durante la tercera campaña en Berzosilla y comprobar la disposición original del yacimiento, “en medio de Valderredible y totalmente diferente al resto”, esa lejana teoría se fue convirtiendo en íntima certeza.

El origen del rumor lo desató el lingüista Gregory Kaplan, que en El culto a San Millán en Valderredible, editado y patrocinado en 2007 por el Gobierno de Miguel Ángel Revilla (PRC), aseguró que aquel pastor de ovejas nacido en Berceo acabó sus días en Valderredible. El investigador estadounidense basaba su argumentación en la hagiografía que San Braulio había escrito 70 años después de su muerte. Vita Sancti Emiliani es la primera y más fiable fuente sobre la vida del eremita, y Kaplan realiza una relectura que avala la vida ascética de San Millán en Valderredible durante sus últimas tres décadas de vida.

Para situar el oratorio en Valderredible, el profesor de la Universidad de Tennessee se basa en curaciones que Emiliano realizó a mujeres llegadas de Amaia, la antigua capital de los cántabros, situada a 20 kilómetros de aquí, a la presencia de la criada de un senador del gobierno local antes de la conquista visigoda de estas tierras en 574 o a las palabras de San Braulio acerca de la curación de los senadores Nepociano y Proesia: “No hay entre los cántabros quien no pudiera haberlo visto u oído”.

Lamalfa refuerza esa tesis al asegurar que los pasos de huida de Emiliano tenían que haberle llevado lejos del Monasterio de San Millán de Suso, donde se ha situado tradicionalmente su oratorio. Emiliano había sido enviado a Berceo, su pueblo natal, por el obispo de Zaragoza después de ganarse una reputación entre los adeptos que acudían a visitarlo en el monte Distercio, en las cercanías del monasterio de San Millán de la Cogolla, donde se había retirado después de iniciarse espiritualmente.

Su incólume compromiso con la fe, sin embargo, le llevó a actuar en contra de los intereses de la iglesia y fue expulsado de la institución. Lamalfa cree la persecución lo hizo huir río Ebro arriba para alejarse de las amenazas en lugar de instalarse en San Millán de la Cogolla, como siempre se ha sostenido, tan cerca de Berceo, de donde huyó. La comunidad ascética en torno a él, por lo tanto, se habría así formado en Valderredible y no en La Rioja. “Cantabria fue tribal hasta el siglo VIII”, razona el arqueólogo, que recuerda que la Iglesia aún no se había instalado en el territorio cántabro debido a la penetración y fortaleza de vieja espiritualidad de las tribus colectivistas que la habitaban.

Pero la tesis de Kaplan, ampliada ahora por Lamalfa, fue rápidamente refutada en un artículo escrito por Enrique Gutiérrez Cuenca y José Ángel Hierro Gárate, quienes aseguraban que la biografía de San Millán se limitaba a La Rioja. San Braulio escribe en su texto que el santo habitaba en el castellum Bilibium, y según los autores del artículo, el castillo está relacionado con las peñas Bilibio, en Haro, en cuyas alturas hay restos arqueológicos. También sostienen que el monte Distercio se ubica en el monte del Castillo, muy cerca del monasterio de Suso, y atajan el argumento del profesor americano al asegurar que San Braulio “proporciona una información que, por sí sola, echa por tierra el fundamento de todas las tesis de Kaplan”. Lamalfa, sin embargo, asegura que el artículo publicado en Nivel Cero, la revista arqueológica del extinto grupo ATTICA, descartaba la posibilidad de que el oratorio estuviese en Valderredible sin aportar datos concretos.

—¿Y si no fuera el oratorio…?

—Es un cenobio colectivo espiritual, sin duda —asegura el director de la excavación—. Podría haber otra posibilidad, pero como arqueólogo no la conozco.

Otros cinco o seis arqueólogos que han visitado el yacimiento han expendido sugerencias que a Lamalfa no le encajan. Podría ser un lagar, le han dicho, un taller cerámico o una serrería. Podría ser, en fin, un lugar dedicado al trabajo. Pero ese patio, estos cubículos, esos retalles al este, esos peldaños que entran por un lado y salen por otro, le susurran que su arquitectura no encaja ni en el molde moderno ni en el medieval. Solo puede pertenecer al rupestre. “Todos sabemos que es algo gordo”, asegura. “La cuestión es saber qué”.

Horizonte combativo

Si Carlos Lamalfa pudiera vivir en otro tiempo lo haría en la Edad del Bronce, aunque su última aventura le ha llevado a la Berzosilla de 574. Solo se asomaría diez minutos a través de la excavación entre el rechinar metálico de herramientas y el bramido de un John Deere con solera. Es la enésima vez que afirma no haber visto nada igual y la primera que confirma una sospecha: que el rupestre del valle tiene que ver con la peregrinación a Valderredible que siguió a la muerte de San Millán, muy anterior a la peregrinación a Santiago. Lamalfa, de hecho, cree que las iglesias y celdas rupestres del valle, formadas por arcos de herradura, posteriores al siglo VI, y no bóvedas de medio cañón como las del cenobio hallado, tienen que ver con el imán espiritual que supuso el oratorio de Emiliano.

En Valderredible, ciertamente, hay iglesias rupestres, como la de Arroyuelos, Campoo de Ebro o Santa María de Valverde. Pero también se han estudiado grupos de celdas eremíticas en Sobrepenilla y Villamoñico que nada tienen que ver con esta estructura, así que, entre el torbellino de pensamientos surgidos de Berzosilla, el grupo busca pruebas, algún punto, una tumba vacía, algo —el Santo Grial— donde el siglo VI se muestre sin tapujos.

Lamalfa está convencido de que llegará ese momento, pero también sabe (y asume) que al artículo que ya humea en su cerebro le seguirá una tromba de críticas y acusaciones casi de blasfemia. No le preocupan las reyertas que puedan surgir al apoyar la tesis de aroma político-regionalista de Kaplan, puesto que el yacimiento se encuentra en un reducto de Palencia. El investigador americano llegó a acusar de “postura anticántabra” a Gonzalo de Berceo debido a las mutilaciones a las que, según Kaplan, sometió su biografía del siglo XII a San Millán para desvincular su vida de Cantabria (que en tiempos de Emiliano se desparramaba por las actuales Asturias, Burgos, León y Palencia) en favor de La Rioja.

Carlos Lamalfa sabe que si continúa ampliando el radio de búsqueda y logra friccionar el druida y el arqueólogo de su cabeza (“solo es pensar como ellos”, asegura) hasta lograr una chispa, su tesis moverá los sólidos cimientos de un fragmento de la historia. Tener las riendas de la excavación es una garantía para demostrar que la iglesia católica no es el cristianismo y que el turismo de reliquias, motor de las economías locales, fundamentó aquella tergiversación. Pero en algún momento de esta sucesión de confesiones se asoma el temor a que el proyecto, si prosperan los hallazgos y la reputación, pueda ser arrebatado. “Lo que viene después es la cuestión”, repite una y otra vez, “pues si entra dinero también empieza a entrar gente”. Su consuelo es la ley no escrita de que el director de una excavación mantiene el timón hasta el final porque a los arqueólogos les interesan los descubrimientos, “la materia prima para ir a congresos”, no recoger el testigo de un yacimiento.

Pero la ley no está escrita y, en los años noventa, cuando excavaron la necrópolis de San Pantaleón, el equipo compró los terrenos para evitar interferencias: la sombra de la expropiación siempre puede acechar. “Pero eso es más complicado porque yo soy arqueólogo y abogado”, dice antes de dejar una breve pausa. Entonces toma aliento, muda el tono combativo de sus palabras y dice que la vida le ha traído hasta aquí: “Por algo será”.