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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ahora es el momento… de trabajar

Una familia desahuciada; una madre soltera sin recursos con dos niños, uno de ellos dependiente; unos nietos que comen gracias a la pensión de su abuela o, como dijo la canción, un padre de familia buscando en la basura. Esa es la Marca España. O por lo menos, esos son los rasgos de la España que yo conozco. Una España llena de trabajadoras pobres, en la que se nos ha convencido de que es mejor vivir miserablemente que no vivir, como si ese dilema fuese real.

Y, frente a esta situación, ¿qué hemos hecho la mayoría social? Hace un tiempo parecía que el descontento iba a estallar. Las huelgas generales y el 15M señalaron que la situación era límite. Sin embargo, llegó un momento en el que se nos prometió que el miedo iba a cambiar de bando y, al creerlo, separamos nuestras manos de las de nuestro prójimo. Las calles se vaciaron de lucha, mientras que las casas se llenaban de desaliento. Finalmente, el miedo no ha cambiado de bando, solo ha cambiado el paraguas y las pancartas por el mando de la tele.

A esto ayudan siempre quienes, en la eterna búsqueda de la situación y la herramienta perfectas, ven pasar los trenes frente a sí, esperando a que por arte de magia las masas acudan a su lado, sin ser conscientes de que hablan un idioma distinto al de la gente normal, pues desde el pedestal donde marcan cátedra no se oye el ruido de la calle. Y se quejan de extrañas confabulaciones cuando las personas empiezan a acudir a sus puros y minoritarios espacios, cambiando sus perfectos planes, e intentan que todas nos sumemos a su lánguida autocomplacencia.

¡Pues yo no me resigno! Me niego a creer que éste no es el momento. Me niego a abandonar a tantas personas sin voz por creer que no tenemos la herramienta perfecta, o que no es el momento idóneo. La perfección no existe, y abandonar y golpear a un proyecto sincero de transformación social, porque consideras que la imperfección es un delito, es injustificable y propio de retrógrados. De retrógrados y de opinadores de barra de bar, que consideran que sus intachables purezas metodológica e ideológica son más importantes que dar voz a los sin voz de su país.

Esas personas no me verán a su lado, pero si me encontrarán cada vez que decidan remangarse, pues no dudaré en dar cada batalla política y social, teórica y práctica, sean cuales sean las condiciones de partida, hasta transformar la situación en la que nos encontramos, sin esconderme detrás de preciosas justificaciones teóricas que solo implican abandonar a quienes más lo necesitan.

Ahora, y siempre, es el momento de trabajar en común, de luchar y de nunca rendirnos.

Una familia desahuciada; una madre soltera sin recursos con dos niños, uno de ellos dependiente; unos nietos que comen gracias a la pensión de su abuela o, como dijo la canción, un padre de familia buscando en la basura. Esa es la Marca España. O por lo menos, esos son los rasgos de la España que yo conozco. Una España llena de trabajadoras pobres, en la que se nos ha convencido de que es mejor vivir miserablemente que no vivir, como si ese dilema fuese real.

Y, frente a esta situación, ¿qué hemos hecho la mayoría social? Hace un tiempo parecía que el descontento iba a estallar. Las huelgas generales y el 15M señalaron que la situación era límite. Sin embargo, llegó un momento en el que se nos prometió que el miedo iba a cambiar de bando y, al creerlo, separamos nuestras manos de las de nuestro prójimo. Las calles se vaciaron de lucha, mientras que las casas se llenaban de desaliento. Finalmente, el miedo no ha cambiado de bando, solo ha cambiado el paraguas y las pancartas por el mando de la tele.