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“Lo que es bueno para Lolín es bueno para Castro” (o viceversa)
Confieso mi perplejidad.
Después de un año sigo sin entender cómo es posible que el Ayuntamiento de Castro Urdiales haya aprobado el Convenio Lolín. Un convenio urbanístico que consiste en la recalificación de suelo industrial que ocupa la fábrica de Anchoas de Castro Urdiales para implantar un centro comercial con un aumento de la edificabilidad de 2.479 metros cuadrados, y por el que el Ayuntamiento obtendrá la construcción de una pasarela ciclista y 1.000 metros cuadrados de espacio deportivo en una de las zonas del centro comercial.
Tanto la propiedad, Conservas Lolín, como el Ayuntamiento, gobernado por CastroVerde, han saludado esta operación como muy favorable para el “interés general”, habida cuenta de que ello va a significar también el traslado de una fábrica a la zona industrial y, en su lugar, a la entrada del casco urbano de Castro se instalará un nuevo centro comercial (dicen que será Mercadona) con la creación de 45 puestos de trabajo, ampliables a 90 con las tiendas que allí se instalen.
“Creación de puestos de trabajo”, “interés general”, algo que no podría faltar en la justificación de este convenio urbanístico que sale adelante gracias a la mayoría que suman CV y PRC en el Ayuntamiento de Castro Urdiales, con la complaciente abstención del PSOE y del PP, y con alguna oposición (MAS Castro, EQUO, Podemos). El Convenio Lolín se perfila como un negocio empresarial que rediseña una parte muy importante de la ciudad de Castro Urdiales, en el que, desde mi punto de vista, se obtiene un altísimo aprovechamiento y beneficio económico para la parte privada en comparación con las escasas ventajas que quedan para la ciudad y, también desde mi percepción, este futuro centro comercial es contraproducente para el desarrollo de la ciudad.
En ausencia de relato para dibujar el futuro de Castro Urdiales prevalece un lema que se extiende como un sonsonete: “Lo que es bueno para Lolín es bueno para Castro”. La frase, todo un proverbio por el contenido moral que contiene, es insistentemente repetida por Jesús Gutiérrez, promotor del Convenio Lolín, dueño de la Fábrica de Anchoas, hasta hace medio año portavoz del PRC en Castro Urdiales, y serio aspirante a ocupar la alcaldía de Castro Urdiales tras las próximas elecciones de 2019.
“Lo que es bueno para Lolín es bueno para Castro” más que un proverbio es una manera de entender la ciudad y el municipio de Castro Urdiales que se construye desde el pensamiento liberal que nos traslada a los tiempos del gran teórico de la economía de mercado capitalista Adam Smith: “Lo que es bueno para el capital es bueno para la sociedad”, proclamaba el economista británico convencido de que cuantos más beneficios obtenga el empresario se producirá un aumento de la riqueza y de la prosperidad de la colectividad. Por la misma razón, en Castro Urdiales deberíamos aceptar que el Convenio Lolín, bueno para Anchoas Lolín, bueno para Mercadona, va a repercutir favorablemente en las familias castreñas, lo que significará también un aumento de la riqueza y la prosperidad para Castro.
Decodifiquemos. “Lo que es bueno para Lolín es bueno para Castro” nos transmite una visión totalizadora de la sociedad que se traduce en que a Castro le irá bien siempre que a Lolín le vaya bien, lo que implica una ciudad que pende de la iniciativa de sus grandes promotores, una sociedad a la expectativa, que aplaude o asiente las iniciativas de sus grandes emprendedores, una sociedad, también, de electores. Porque “Lo que es bueno para Lolín…” es también un eslogan anticipado de la campaña que llevará a Jesús Gutiérrez a la Alcaldía con la mejor tarjeta de presentación posible, la del empresario de éxito que mejor sabe “lo que es bueno para Castro”.
Mientras el proverbio se cumple, a mí se me ocurre que es necesario cambiar el pronóstico, pensando en que la ciudad se puede y se debe diseñar de otra forma, y acaso, invertir los términos, hacer viceversa y proclamar que “LO QUE ES BUENO PARA CASTRO, ES BUENO PARA LOLÍN”. Esto implica que hay que ocuparse en primer lugar de la ciudad, de sus necesidades, de la importancia que la zona de Brazomar puede significar para mejorar el hábitat urbano, de la recuperación del dominio público de la ría, de la posibilidad de generar equipamientos públicos que convivan con nuevos usos (comerciales, residenciales, hoteleros…); de solucionar los problemas de tráfico, favorecer la movilidad urbana, promover la restauración ambiental del entorno de la ría… Hacer viceversa quiere decir, sobre todo, otra forma de hacer el urbanismo más allá del negocio con un empresario, contar con el conjunto de empresarios de la zona, con la participación de expertos y del conjunto de la ciudadanía. Estoy convencido de que por este camino seríamos capaces de encontrar mejores soluciones que la que nos ofrece el Convenio Lolín para mejorar la calidad urbana de la ciudad y del municipio, algo bueno para Castro, y también para los empresarios de Brazomar, también para Lolín.
Pero por mucho que me encargue de hacer pronunciamientos para invertir las reglas de juego mucho me temo que mi perplejidad perdure. Lo más probable es que sigamos con esta perversa inercia de hacer en Castro Urdiales lo mismo que venimos haciendo en los últimos 20 o 30 años, consolidar que lo que es bueno para algunos no es bueno para Castro; este ha sido el designio fatal de la historia reciente de nuestro urbanismo. Así que el siguiente paso que nos asiste será la aprobación del modificado del Plan General nº 23, la recalificación, el centro comercial, y dar por bueno todo lo que nos digan que es bueno, y todos tan contentos.
Confieso mi perplejidad.
Después de un año sigo sin entender cómo es posible que el Ayuntamiento de Castro Urdiales haya aprobado el Convenio Lolín. Un convenio urbanístico que consiste en la recalificación de suelo industrial que ocupa la fábrica de Anchoas de Castro Urdiales para implantar un centro comercial con un aumento de la edificabilidad de 2.479 metros cuadrados, y por el que el Ayuntamiento obtendrá la construcción de una pasarela ciclista y 1.000 metros cuadrados de espacio deportivo en una de las zonas del centro comercial.