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Buenos deseos

La historia la contaba un consejero de Ganadería hace ya unos cuantos años. Casi en cada feria alimentaria a la que acudía para presentar los productos que se hacían en Cantabria se encontraba con que la demanda del queso que se elaboraba en Tresviso superaba con mucho la capacidad que tenían todos los productores de la zona para darle respuesta. Para solucionarlo, su departamento se planteó comprar un rebaño de cabras con el que garantizar una mayor disponibilidad de materia prima, cediendo los animales gratuitamente a los ganaderos productores del queso de Tresviso. La respuesta por parte de estos, contaba el político a quien quisiera escucharle, no fue la que esperaba: “Pregúntenle al consejero si va a subir él a ordeñarlas”.

La anécdota es probablemente apócrifa, pero me parece muy significativa en relación con cuestiones de cierto calado. El político la contaba para explicar los obstáculos a los que se enfrentaban todas sus buenas intenciones, como un “así no hay quien pueda y qué le vamos a hacer”, pero esta me parece una visión demasiado simple de un asunto que presenta derivadas muy interesantes. Ahí tenemos, por ejemplo, una muestra del enorme trecho que separa lo urbano de lo rural, y de la incongruencia que supone que las decisiones que afectan a la vida en los pueblos se tomen a varios mundos de distancia. Pero también de las limitaciones que el desarrollo económico tiene como medida del progreso y el bienestar, y de lo complejo que es todo.

En la visión del consejero, un Tresviso con más cabras significaba más producción de queso, con más ganaderos y con más vecinos trabajando. El pueblo se repoblaría, se abrirían nuevas queserías, crecería la renta disponible y con ella nuevas oportunidades para todos, en un círculo virtuoso sin fin. Basta echar un vistazo alrededor para ver que ese cuento de la lechera que es el capitalismo deja por el camino un montón de cántaras rotas, pero es verdad que no hay progreso económico posible sin ese juego de expectativas. Frente a eso, la respuesta de la renuncia puede verse como simple conformismo o como un gesto revolucionario.

Si la historia se dio tal y como la contaba el consejero, ahí tenemos un ejemplo de lo que ha venido en llamarse movimiento 'slow', o una medida de ese índice de felicidad nacional bruta que algunos proponen como alternativa al producto interior bruto. Porque no es seguro que todo ese paraíso económico que alimentarían las ubres de un puñado de cabras añadiría ni un ápice de bienestar a los habitantes del pueblo, o que haría de este un lugar verdaderamente más afortunado, si vemos todo eso como una forma de equilibrio entre el entorno y quienes lo habitan. El progreso, tal y como lo entienden estas filosofías alternativas, tiene que ver con la salud, con los lazos que se establecen dentro de la comunidad, con la cultura, la educación o el medio ambiente. ¿Algo de esto mejoraría si se fabrican unos cuantos miles de kilos de queso más?

Confieso que no tengo una respuesta clara, aunque tiendo a dar la razón a quienes prefieren que todo vaya un poco más despacio. Pensaba en todo esto con motivo de la entrada del nuevo año, con sus buenos propósitos y las apelaciones a la felicidad que te llegan de todos lados. En una de ellas me deseaba un amigo un 2016 cargado de trabajo. Y yo pensaba que sí, claro, pero que tampoco se pase.

La historia la contaba un consejero de Ganadería hace ya unos cuantos años. Casi en cada feria alimentaria a la que acudía para presentar los productos que se hacían en Cantabria se encontraba con que la demanda del queso que se elaboraba en Tresviso superaba con mucho la capacidad que tenían todos los productores de la zona para darle respuesta. Para solucionarlo, su departamento se planteó comprar un rebaño de cabras con el que garantizar una mayor disponibilidad de materia prima, cediendo los animales gratuitamente a los ganaderos productores del queso de Tresviso. La respuesta por parte de estos, contaba el político a quien quisiera escucharle, no fue la que esperaba: “Pregúntenle al consejero si va a subir él a ordeñarlas”.

La anécdota es probablemente apócrifa, pero me parece muy significativa en relación con cuestiones de cierto calado. El político la contaba para explicar los obstáculos a los que se enfrentaban todas sus buenas intenciones, como un “así no hay quien pueda y qué le vamos a hacer”, pero esta me parece una visión demasiado simple de un asunto que presenta derivadas muy interesantes. Ahí tenemos, por ejemplo, una muestra del enorme trecho que separa lo urbano de lo rural, y de la incongruencia que supone que las decisiones que afectan a la vida en los pueblos se tomen a varios mundos de distancia. Pero también de las limitaciones que el desarrollo económico tiene como medida del progreso y el bienestar, y de lo complejo que es todo.