Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
España tiene más de un millón de viviendas en manos de grandes propietarios
La Confederación lanzó un ultimátum para aprobar parte del proyecto del barranco del Poyo
OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

Callejero

En Santander, la avenida de Carrero Blanco va a pasar a llamarse Severiano Ballesteros. No creo que sea una buena noticia para quienes pensamos que el golfista de Pedreña merece los máximos reconocimientos: dudo que nadie conozca esa vía con el nombre que figuraba en el callejero y me temo que nadie tampoco vaya a referirse ahora a ella con la nueva denominación. En este asunto pasa un poco lo que decía el protagonista de 'El Camino', la novela de Delibes ambientada en un pueblecito cántabro. Se preguntaba Daniel 'el Mochuelo' –recordemos, compañero de andanzas de Moñigo y Tiñoso– que a qué tanta preocupación por ponerle nombre al niño, si en cuanto crezca alguien le adjudicará un apodo con el que será conocido para los restos.

La comparación es tramposa, lo sé, porque en este caso pasa más o menos al revés: como en muchas otras rúas de histórica raigambre santanderina, a la calle se la conoce por el nombre que tuvo antes de que la autoridad decidiera rebautizarla con otro. En lo que respecta a la avenida Carrero Blanco, la duplicidad entre el apelativo oficial y el popular ha venido resolviéndose de forma insólita, porque ni siquiera los organismos públicos que tienen allí su domicilio utilizan el que correspondería, lo que viene a ser equivalente a que los progenitores se dirijan al hijo con el mote que le ha puesto la pandilla. El Instituto Español de Oceanografía dice estar en el Promontorio San Martín y otro tanto hace la Escuela Náutico Pesquera mientras, vecino de ambos, el Museo Marítimo del Cantábrico opta por San Martín de Bajamar. Bien por todos ellos, y mal por Severiano.

Con todavía un montón de calles pendientes de cambiar su denominación en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, el Ayuntamiento ha demostrado una escasa sensibilidad a la hora de elegir la que le corresponderá a Ballesteros, alguien con sobrados merecimientos para tener presencia destacada no solo en los planos, sino también en el imaginario toponímico de los santanderinos. Porque en cuestión de nombres, ya me dirán ustedes cómo competir con San Martín de Bajamar.

En el mismo pleno que arrojó definitivamente al almirante a los arrabales de la historia, el Ayuntamiento rechazó llamar Amparo Pérez al vial construido donde estuvo la casa expropiada de la anciana, convertida probablemente a su pesar en un símbolo de resistencia contra la imparable maquinaria de la administración. No sé si dejarse la vida en la defensa de tus cuatro paredes es mérito suficiente para figurar en el callejero, pero sí que la última palabra en este pleito no la tendrán el alcalde y los concejales: la carretera se conocerá con el nombre que los santanderinos le den, y esa es una batalla que Amparo Pérez todavía puede ganar.

En Santander, la avenida de Carrero Blanco va a pasar a llamarse Severiano Ballesteros. No creo que sea una buena noticia para quienes pensamos que el golfista de Pedreña merece los máximos reconocimientos: dudo que nadie conozca esa vía con el nombre que figuraba en el callejero y me temo que nadie tampoco vaya a referirse ahora a ella con la nueva denominación. En este asunto pasa un poco lo que decía el protagonista de 'El Camino', la novela de Delibes ambientada en un pueblecito cántabro. Se preguntaba Daniel 'el Mochuelo' –recordemos, compañero de andanzas de Moñigo y Tiñoso– que a qué tanta preocupación por ponerle nombre al niño, si en cuanto crezca alguien le adjudicará un apodo con el que será conocido para los restos.

La comparación es tramposa, lo sé, porque en este caso pasa más o menos al revés: como en muchas otras rúas de histórica raigambre santanderina, a la calle se la conoce por el nombre que tuvo antes de que la autoridad decidiera rebautizarla con otro. En lo que respecta a la avenida Carrero Blanco, la duplicidad entre el apelativo oficial y el popular ha venido resolviéndose de forma insólita, porque ni siquiera los organismos públicos que tienen allí su domicilio utilizan el que correspondería, lo que viene a ser equivalente a que los progenitores se dirijan al hijo con el mote que le ha puesto la pandilla. El Instituto Español de Oceanografía dice estar en el Promontorio San Martín y otro tanto hace la Escuela Náutico Pesquera mientras, vecino de ambos, el Museo Marítimo del Cantábrico opta por San Martín de Bajamar. Bien por todos ellos, y mal por Severiano.