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El caos de todos los días

Conviene tomarse las cosas con cierto sentido del humor. De lo contrario uno corre el riesgo de caer en el noventayochismo y amanecer cualquier día con un 'Me duele España' tatuado en el brazo. El problema surge cuando los mecanismos de la comedia ya no sirven para afrontar la realidad de un país que ha perdido el hilo de su propio relato.

Un ejemplo. Todos nos reímos mucho con aquella entrevista que publicó La Vanguardia en la que el ministro del Interior hablaba de sus experiencias religiosas y presentaba en sociedad a su ángel de la guardia particular, de nombre Marcelo. Los chistes salían solos. Esta semana, en cambio, nos hemos reído bastante menos al conocer que Fernández Díaz ha estado utilizando a las instituciones del Estado de derecho, ésas que nos protegen a todos, para implicar en diversos casos de corrupción a dos de los partidos catalanes que apoyan la causa independentista.

El asunto ha sido destapado por el diario Público y, hasta donde sabemos, parece culaquier cosa menos una novela de altos vueltos de John Le Carré: el ministro se reunió en su despacho con el director de la Oficina Antifraude de Cataluña y recogió información comprometedora que después filtró a la prensa previo paso por chapa y pintura en la Fiscalía. Las conversaciones fueron grabadas y ahora han salido a la luz. No hay nada peor que un conspirador incompetente.

Frases del tipo “esto la Fiscalía te lo afina” no son agradables de oír en boca de un ministro del Interior. Rajoy, por supuesto, aseguró desconocer los asuntos de su ministro del Interior y se fue a ver a Pablo Motos a El Hormiguero. Otra vez la comedia. ¿Pero quién se ríe? No hay chiste que valga cuando el presidente de tu país asegura a camisa descubierta que no sabe nada de lo que ocurre en los altos despachos de su Ejecutivo. No le informaron. Ya es mala suerte, porque en un extracto de la conversación grabada, Fernández Díaz reconoce que Rajoy estaba al tanto. ¿En qué momento se convirtió el partido del Gobierno en una organización sobre la que pende la sospecha constante de prácticas delictivas?

Es de suponer que Rajoy presionará a Fernández Díaz para que dimita después de las elecciones. Será el segundo ministro, después de José Manuel Soria, que tenga que abandonar el Gobierno en funciones salpicado por un escándalo político. Lo contrario sería demasiado escandaloso. La presunta conspiración requiere una investigación a fondo y ni el ministro puede dirigirla ni tener acceso a ella. Mientras tanto, Rajoy y su Gobierno han vuelto a otorgar brillo a la causa independentista, que aprovechará para rearmarse.

Todo es un éxito con el Gobierno del Partido Popular que, de nuevo la comedia, sigue recurriendo a la llegada del apocalipsis para atacar a sus rivales políticos. Todo mientras le salpican los escándalos, incumple objetivos de déficit y vacía la reserva de las pensiones, a la que, según las fuentes más optimistas, le quedan tres años de vida. O nosotros o el caos, según rezaba la clásica viñeta. Como si el caos fuera muy diferente a la realidad española de todos los días. Un drama.

Conviene tomarse las cosas con cierto sentido del humor. De lo contrario uno corre el riesgo de caer en el noventayochismo y amanecer cualquier día con un 'Me duele España' tatuado en el brazo. El problema surge cuando los mecanismos de la comedia ya no sirven para afrontar la realidad de un país que ha perdido el hilo de su propio relato.

Un ejemplo. Todos nos reímos mucho con aquella entrevista que publicó La Vanguardia en la que el ministro del Interior hablaba de sus experiencias religiosas y presentaba en sociedad a su ángel de la guardia particular, de nombre Marcelo. Los chistes salían solos. Esta semana, en cambio, nos hemos reído bastante menos al conocer que Fernández Díaz ha estado utilizando a las instituciones del Estado de derecho, ésas que nos protegen a todos, para implicar en diversos casos de corrupción a dos de los partidos catalanes que apoyan la causa independentista.