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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Centro descentrado

Puede que cuando lea este texto el Centro Botín, en Santander, haya sido inaugurado. Y puede que no. Puede que cuando lea esto sepa cuáles serán sus contenidos en los próximos años. Y puede que no. También puede ocurrir que se entere de qué mecanismos de participación va a dotarse o cuánto empleo indirecto va a generar (el directo va a ser que no). Y puede que siga como hoy, sin saberse gran cosa, más bien nada.

El Centro Botín, cuyas obras terminarán el día en que la última esquina se cubra con piezas de cerámica, lleva años ocupando el salón de nuestra casa, que es el espacio central de la machina. Yo lo veo como un enorme mecano de Hobby Models, artesanía high tec que alguien paga pero que por ahora solo despierta la curiosidad de esos jubilados que necesitan pegar la nariz a la reja de una obra como los demás necesitan cuatro horas de soma televisivo cada día. Excentricidades de millonario que el populacho acaba integrando en el paisaje y mirando con indiferencia. Ingratos.

Hay algo en el Centro Botín que a mí me recuerda lo que pasó bastantes años más atrás con el Palacio de Festivales, ese mockup cultural revestido en mármol: la atención se centra en el proceso de construcción (decir que fue problemático es quedarse corto y pecar de pacato) y llega un momento en que se acaba y nadie ha pensado en el ahora qué. Y si lo ha pensado, no lo dice, cosa que es peor.

Lo del ahora qué es importante. Lo que a su vez me recuerda esos ejercicios de autismo emocional en donde el chico que nunca espera recibir la atención de ella, o viceversa, acaba por recibir cuando ya no lo espera un sí sin paliativos. ¿Y ahora qué?, se pregunta atónito, sin creérselo del todo y barrutando un desastre de proporciones homéricas en lontananza...

Llegará el momento del ahora qué del Centro Botín y ya no bastarán esos ejercicios de transparencia en donde los promotores convocan a los medios de comunicación para no decir nada (sic). Pero cuando llegue, tras años de espera, el ahora qué se revelará en todo su esplendor y la ciudadanía tendrá acceso a ese regalo que se le sirve en un envoltorio de lujo.

No me interesa el debate sobre su gestación ni voy a entrar en si el centro quita vistas o no cuando lo que hay al otro lado son terminales de granel, chimeneas, clubes náuticos, rellenos de hormigón, skyline gótico-franquista y ese monte Fuji nunca nevado que es Peña Cabarga, la niña de nuestro embeleso. El centro está, suspendido en el aire como esos pueblos que levitan sobre la niebla en la Saga/Fuga de J. B., quiérase o no; y es una oportunidad porque la alternativa es la nada.

Me llama la atención el hecho de que lo santanderino se revele en toda su singularidad en este emblemático pastel de queso cortado por la mitad. ¿Qué es lo que le hace realmente singular al Centro Botín? Lo auténticamente singular del Centro Botín no es Renzo Piano, ni toda la tontería extranjerizante en que está inmersa el proyecto; lo auténticamente singular somos nosotros, que reverenciamos el dinero.

Es cierto que en todas partes se adora al becerro de oro, pero en Santander estamos a la cabeza en cuanto a reverencias y pleitesía, hasta el punto de que nuestra versión de lo público/privado queda distorsionada, si no invertida. Dicho con otras palabras, si usted tiene dinero, barra libre. Por eso veo el Centro Botín como un espejo de grandes dimensiones en el que mirarnos.

Hemos llamado al fontanero para que nos arregle el desaguisado en la cocina y cuando hace acto de aparición en su Mercedes nos anuncia que hemos sido agraciados con su atención, pero que no hemos de esperar presupuesto o plazo de terminación. Costará lo que cueste y terminará cuando termine. Entonces, ¿quién es el cliente.

¿Quién es el cliente, es decir, quién merece consideración en el caso del Centro Botín? O, en otras palabras, ¿quién hace el favor a quién?

En sus inicios, el proyecto era una concesión de la ciudad, tanto en términos urbanísticos como políticos. Era la ciudad la que hacía la 'gracia' de conceder su espacio privilegiado a una iniciativa privada de reconocido prestigio. ¡Y qué espacio! Para ello desbrozó el camino con un coste altísimo en crítica social, no sin razón en muchos casos.

Con el tiempo, es la ciudad la que ha acabado recibiendo 'el regalo' de una entidad financiera-cultural que condesciende en ubicar en esta aldea de irreductibles rentistas y empleados públicos una concesión propia de los dioses. 

¿Estará Atenea ojizarca, patrona de los dánaos, entre los invitados a la inauguración? ¿Abarloarán los aqueos sus cóncavas naves en el Muelle del Almirante? ¿La población saldrá en masa a recibir esta ofrenda con el traje regional y cientos de piteros? ¿Hurgará algún arzobispo en las entrañas de un ave para leer los augurios? ¿Se realizarán hecatombes de bueyes y carneros? ¿Para cuándo un sacrificio humano?

Los términos se han invertido y responder a la pregunta de quién hace el favor a quién revela la subordinación de lo que es de todos al poder económico. Incluso Santander va a acabar pagando copyright por el uso de su nombre. Con esta mentalidad, que no haya información, por lo tanto, es lo lógico y normal porque el criado nunca interroga a su señorito sobre los planes que tiene para el día.

Deberán ser la autoridades, como representantes de los que depositan los votos en las urnas y propietarios de lo público, quienes corrijan la excentricidad del centro, abandonen toda subordinación jerárquica y exijan una clarificación y un respeto para lo que es de todos, porque, créanselo o no, es la ciudad quien hace el favor al Centro Botín, no al revés.

Puede que cuando lea este texto el Centro Botín, en Santander, haya sido inaugurado. Y puede que no. Puede que cuando lea esto sepa cuáles serán sus contenidos en los próximos años. Y puede que no. También puede ocurrir que se entere de qué mecanismos de participación va a dotarse o cuánto empleo indirecto va a generar (el directo va a ser que no). Y puede que siga como hoy, sin saberse gran cosa, más bien nada.

El Centro Botín, cuyas obras terminarán el día en que la última esquina se cubra con piezas de cerámica, lleva años ocupando el salón de nuestra casa, que es el espacio central de la machina. Yo lo veo como un enorme mecano de Hobby Models, artesanía high tec que alguien paga pero que por ahora solo despierta la curiosidad de esos jubilados que necesitan pegar la nariz a la reja de una obra como los demás necesitan cuatro horas de soma televisivo cada día. Excentricidades de millonario que el populacho acaba integrando en el paisaje y mirando con indiferencia. Ingratos.