Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Cristal en los bolsillos
Hay un relato de Isaac Asimov que me viene a la cabeza cada vez que toca enfrentarse a una nueva campaña electoral. La historia tiene lugar, claro, en el futuro, durante una elección presidencial norteamericana que es muy distinta a como la conocemos hoy: las proyecciones demoscópicas se han afinado tanto que son capaces de concentrar en una única persona todas las inabarcables características que definan al conjunto del censo. Para decidir la elección, por tanto, ya no es necesario convocar a todo el mundo a las urnas, basta localizar a ese único elector y plantearle unas preguntas en apariencia intrascendentes pero que, interpretadas las respuestas por Multivac –el ingenio informático responsable de encontrar a la persona que representa al conjunto del país– dan como resultado la elección de uno u otro entre los aspirantes a la presidencia.
No me negarán que la fórmula presenta algunas ventajas, aunque no la traigo a colación aquí por eso. El caso es que la demoscopia ha avanzado una barbaridad, pero no hemos llegado a dónde decía Asimov, por más que el objetivo sí que es comparable al que da lugar al futuro que describe: identificar al votante más representativo, aquel al que debes convencer si quieres alzarte con la mayoría de los votos. Los partidos políticos destinan ingentes recursos humanos y económicos para dar con ese personaje y elaborar un mensaje y unas propuestas a su gusto. Hay un montón de cosas de ese votante español –esto es, de nosotros mismos– que conocemos los ciudadanos de a pie, porque nos lo recuerdan constantemente los sociólogos. Sabemos que es alguien más o menos centrado, poco amigo de los sobresaltos y preocupado por el paro y la corrupción. Bien, pero demasiado genérico.
Podemos completar ese perfil si nos fijamos en la imagen que se esfuerzan en transmitir los políticos. Quiero decir que si el presidente del Gobierno decide que es mejor comentar un partido de fútbol que acudir a un debate o responder las preguntas de los periodistas, esto dice más de nosotros que de él, y que ahí tenemos un indicio de cómo es ese elector que nos representa a todos. La campaña electoral está llena de pistas como esa, pero también de excesos que dibujan un retrato demasiado caricaturesco. Hay otros mensajes que pueden ser más significativos para llegar a hacernos una idea de cómo somos.
Ninguno me lo parece tanto como ese ejercicio de transparencia que algunos llaman bolsillos de cristal. Ya saben, los cargos públicos hacen una declaración de cuál es su patrimonio justo tras ser elegidos. Sabemos así que personas con largas carreras profesionales, dentro o fuera de la política, cuentan con un modestísimo caudal de bienes, y que lucen su precaria condición económica con orgullo. Muchos llevan décadas en cargos por los que reciben remuneraciones que conocemos perfectamente, por ser públicas, y que están muy por encima de los salarios medios. Que después de eso apenas cuenten con unos pocos miles de euros en el banco y arrastren pesadas hipotecas solo puede significar dos cosas: o son unos manirrotos o mienten cuando hacen esas declaraciones de patrimonio.
Norman Muller, el votante del relato de Asimov, es un modesto dependiente de almacén de Bloomington, en Indiana. Aunque abrumado por cargar sobre sus espaldas con la responsabilidad de la elección del presidente, pronto empieza a entender que convertirse en una celebridad presenta enormes ventajas y abre interesantes perspectivas económicas. Nada le distingue en esto de la actitud que tendría nuestro elector tipo, lo curioso es que en el español ese interés por el enriquecimiento rápido convive con una enorme desconfianza en el éxito económico de los demás. Los políticos que ocultan una parte de lo que tienen –y a mí no me cabe duda de que lo hacen– intentan acomodarse a esa circunstancia, y ello con independencia de que hayan ganado honradamente hasta el último de sus euros. Eso no dice nada bueno de ellos, pero menos aún de nosotros y de nuestras posibilidades de salir con bien del enredo en el que nos encontramos.
Hay un relato de Isaac Asimov que me viene a la cabeza cada vez que toca enfrentarse a una nueva campaña electoral. La historia tiene lugar, claro, en el futuro, durante una elección presidencial norteamericana que es muy distinta a como la conocemos hoy: las proyecciones demoscópicas se han afinado tanto que son capaces de concentrar en una única persona todas las inabarcables características que definan al conjunto del censo. Para decidir la elección, por tanto, ya no es necesario convocar a todo el mundo a las urnas, basta localizar a ese único elector y plantearle unas preguntas en apariencia intrascendentes pero que, interpretadas las respuestas por Multivac –el ingenio informático responsable de encontrar a la persona que representa al conjunto del país– dan como resultado la elección de uno u otro entre los aspirantes a la presidencia.
No me negarán que la fórmula presenta algunas ventajas, aunque no la traigo a colación aquí por eso. El caso es que la demoscopia ha avanzado una barbaridad, pero no hemos llegado a dónde decía Asimov, por más que el objetivo sí que es comparable al que da lugar al futuro que describe: identificar al votante más representativo, aquel al que debes convencer si quieres alzarte con la mayoría de los votos. Los partidos políticos destinan ingentes recursos humanos y económicos para dar con ese personaje y elaborar un mensaje y unas propuestas a su gusto. Hay un montón de cosas de ese votante español –esto es, de nosotros mismos– que conocemos los ciudadanos de a pie, porque nos lo recuerdan constantemente los sociólogos. Sabemos que es alguien más o menos centrado, poco amigo de los sobresaltos y preocupado por el paro y la corrupción. Bien, pero demasiado genérico.