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Derbis

Antes de los derbis madrileños, Lorenzo Sanz y Jesús Gil jugaban al parchís. Trajes de Emidio Tucci, billetes de diez mil, cubatas de Cacique con una piedra de hielo, farias, sudor en la frente, servilletas de papel sobre la corbata y langostinos. Una liturgia en la que solo se echaba de menos un póster de Interviú con Natalia Estrada y que se prolongó a lo largo de varias temporadas; veladas en las que ambos soñaban con repartirse la España de la decadencia del felipismo como Hyman Roth La Habana precastrista. Luego Lorenzo Sanz ganó dos copas de Europa y consiguió unas vacaciones pagadas en Santander para su hijo Paco y Gil quiso ser alcalde de Marbella, cargo al que accedió sin demasiadas dificultades. Lo hizo tras prometer expulsar a putas y yonkis y comprar un portaviones para Puerto Banús que, aseguraba, convertiría en una discoteca flotante.

Íñigo de la Serna, cuya cima política es exactamente igual a la que disfrutó el dueño de Imperioso, ser regidor de una coqueta ciudad de provincias, tiene otra rutina durante los derbis, marcada, quizá, por su desaforado racinguismo: pasea por la calle Tres de Noviembre de manera casual, carga con niños en brazos y saluda a señoras que lo reciben como si fuera el nuevo Kirchner. No es populismo, es peronismo de Bazar Canarias marca de la casa.

Todo en De la Serna, a quien las casualidades le sorprenden del mismo modo que a un personaje de Auster, tiene que ver últimamente con el azar. Y tiene sentido. Es fácil caminar por Santander en época electoral y toparse con una escalera mecánica o con un balance positivo del Mundial de Vela. Dicen en el partido que acudió a la fiesta popular como un ciudadano cualquiera, que pasaba por Cosío para comprar unas garrapiñadas y unos caramelos de menta cuando se encontró con los mariachis. Si su equipo de asesores fuera el de Rodrigo Rato, la nota de prensa habría sido esta: “El alcalde pasó a tomarse una cerveza al Atropá y a charlar con Andrés; fue entonces cuando se topó con el festejo. La ley electoral afirma con absoluta nitidez que un candidato a las elecciones autonómicas puede tomar cervezas con quien quiera”. Hasta Saro, que ha denunciado el comportamiento de De la Serna, se hubiera reído.

A falta de bolo palma, las escaleras automatizadas y la petanca -junto al béisbol y el BMX-, se han convertido en los nuevos ejes de un anillo deportivo-cultural cuyos límites están más allá de Orión, el Grupo Amaro para el ingeniero. Veinte pistas del deporte de la Camarga (no es un error, Movellán; en la Camarga juegan a esto) que según el Partido Popular son fruto de las necesidades que trasladan los ciudadanos y que, por supuesto, ya tienen infografía. La candidatura popular de Santander no se ríe del votante. Simplemente sigue los pasos de Lorenzo Sanz: saca dinero de la caja del Bernabéu para jugar al parchís la noche antes del derbi.

Antes de los derbis madrileños, Lorenzo Sanz y Jesús Gil jugaban al parchís. Trajes de Emidio Tucci, billetes de diez mil, cubatas de Cacique con una piedra de hielo, farias, sudor en la frente, servilletas de papel sobre la corbata y langostinos. Una liturgia en la que solo se echaba de menos un póster de Interviú con Natalia Estrada y que se prolongó a lo largo de varias temporadas; veladas en las que ambos soñaban con repartirse la España de la decadencia del felipismo como Hyman Roth La Habana precastrista. Luego Lorenzo Sanz ganó dos copas de Europa y consiguió unas vacaciones pagadas en Santander para su hijo Paco y Gil quiso ser alcalde de Marbella, cargo al que accedió sin demasiadas dificultades. Lo hizo tras prometer expulsar a putas y yonkis y comprar un portaviones para Puerto Banús que, aseguraba, convertiría en una discoteca flotante.

Íñigo de la Serna, cuya cima política es exactamente igual a la que disfrutó el dueño de Imperioso, ser regidor de una coqueta ciudad de provincias, tiene otra rutina durante los derbis, marcada, quizá, por su desaforado racinguismo: pasea por la calle Tres de Noviembre de manera casual, carga con niños en brazos y saluda a señoras que lo reciben como si fuera el nuevo Kirchner. No es populismo, es peronismo de Bazar Canarias marca de la casa.