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Jóvenes sin futuro en un futuro sin jóvenes

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Cambios de normas, de horarios, vacaciones sí, vacaciones no… y así pasan los meses casi sin darnos cuenta. Sin apenas tener tiempo para parar y meditar. ¿Qué hay de nuestro futuro? Si algo puedo decir de él, es que es siempre impredecible. Pero antes tenía ciertas seguridades y ahora, la única seguridad que tengo es que no sé nada…

Pensando en la situación de Cantabria y en el contexto de esta pandemia, está claro que el COVID-19 ha dejado al descubierto el nefasto modelo de desarrollo que el Gobierno de Cantabria se empeña en sacar adelante. ¿Por qué lo defienden tanto? ¿Qué nos ofrece a las cántabras y los cántabros? Los beneficios que genera este modelo solo los conocen unos pocos privilegiados. Mientras tanto, el resto nos vemos privados de ellos, quedándonos solo con la posibilidad de elegir entre tres opciones, cada cual peor: aceptar el nivel de precariedad e inseguridad laboral que nos ofrecen, aceptar el paro y un asiento garantizado para contemplar cómo destruyen Cantabria, o asumir la emigración a otros lugares en busca de un futuro digno para nosotras y nuestras familias.

Esta difícil elección se complica si tienes personas a tu cargo, por ejemplo, menores, que no solo dependen de ti para satisfacer necesidades básicas, sino que en tus manos está la enorme responsabilidad de influir en su futuro con cada una de tus decisiones.

Os pido que hagáis este ejercicio conmigo: deteneos a pensar en el futuro de vuestros hijos e hijas, ¿qué veis? En estos momentos, yo solo alcanzo a vislumbrar una Cantabria triste, que ha perdido su encanto, donde las y los jóvenes ya no tienen la oportunidad de descubrir en su día a día que la leche procede de las vacas y no de una caja, donde las oportunidades laborales para ellas y ellos se concentran en zonas turísticas en las que tendrán que competir para acceder a una jornada laboral de 10 horas al día por un salario mínimo. Por supuesto, todo esto si tienen la suerte de poder realizar su vida de forma independiente en la tierra en la que nacieron y han decidido vivir. Imagino un futuro donde los pueblos están vacíos en invierno y masivamente explotados en verano, donde las ciudades se masifican cada vez más, hacinadas, grises, rápidas y menos humanas que nunca.

Reflexiono y veo que el ritmo de vida que llevamos actualmente, basado en el miedo y en la incertidumbre, nos despega cada vez más de esa parte natural y animal, nos aleja del sentimiento de comunidad, rompiendo los lazos que tenemos con nuestra tierra envolviéndonos de lleno en el caos de un futuro incierto.

Como madre, tengo la responsabilidad de garantizar el bienestar de mi hijo y eso incluye luchar por implantar un modelo social y económico sostenible para Cantabria, que respete nuestra cultura, nuestro paisaje y nuestros ritmos de vida. Al igual que mis decisiones influyen en la vida de mi hijo, las decisiones de nuestro Gobierno Autonómico influyen en cada una de nosotras. Lamentablemente, la acción de quienes dirigen nuestra Comunidad es menos eficiente y más negativa cada día. ¡Basta ya! Ha llegado el momento de que entiendan que de sus acciones depende nuestro futuro y el de nuestros hijos e hijas. Avancemos hacia un futuro digno para Cantabria.

Cambios de normas, de horarios, vacaciones sí, vacaciones no… y así pasan los meses casi sin darnos cuenta. Sin apenas tener tiempo para parar y meditar. ¿Qué hay de nuestro futuro? Si algo puedo decir de él, es que es siempre impredecible. Pero antes tenía ciertas seguridades y ahora, la única seguridad que tengo es que no sé nada…

Pensando en la situación de Cantabria y en el contexto de esta pandemia, está claro que el COVID-19 ha dejado al descubierto el nefasto modelo de desarrollo que el Gobierno de Cantabria se empeña en sacar adelante. ¿Por qué lo defienden tanto? ¿Qué nos ofrece a las cántabras y los cántabros? Los beneficios que genera este modelo solo los conocen unos pocos privilegiados. Mientras tanto, el resto nos vemos privados de ellos, quedándonos solo con la posibilidad de elegir entre tres opciones, cada cual peor: aceptar el nivel de precariedad e inseguridad laboral que nos ofrecen, aceptar el paro y un asiento garantizado para contemplar cómo destruyen Cantabria, o asumir la emigración a otros lugares en busca de un futuro digno para nosotras y nuestras familias.