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El Lábaru, símbolo desde el que construir nuestro futuro
Hoy se debatirá y se votará en el Parlamento de Cantabria una PNL -Proposición No de Ley- presentada por el Partido Regionalista de Cantabria (PRC) con el objetivo de “reconocer el lábaro como símbolo representativo e identitario del pueblo cántabro y los valores que representa”, así como “instar a las instituciones y a la sociedad civil de Cantabria a promover y participar de forma activa en su conocimiento y difusión”.
Mucho se ha hablado y escrito en los últimos meses sobre el Lábaru desde que la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC) diera a conocer a la opinión pública cántabra su propuesta para lograr el reconocimiento del mismo como símbolo de Cantabria por parte del Parlamento autonómico, así como su posterior proposición de inclusión del mismo en la actual Ley de Banderas de la Comunidad Autónoma. Durante este tiempo, hemos podido leer, escuchar, incluso participar de largos y bizantinos debates sobre el rigor histórico de dicho símbolo, con la eterna sensación de que en esta tierra tenemos que pedir perdón por cada paso adelante que queramos dar, por pequeño que este sea.
Parecía, y a veces lo parece aún, que la veracidad histórica del Lábaru no podía generar ni el más mínimo atisbo de duda. No importa que, por ejemplo, la actual bandera oficial del Reino de España surgiera de un concurso convocado por Carlos III o que la Ikurriña fuera diseñada a finales del siglo XIX por los hermanos Arana. No importa que, al fin y al cabo, todas las banderas sean un invento. No, siempre hay quienes desde sus autootorgadas atalayas intelectuales y morales aún quieren convencernos de que los cántabros necesitamos la bendición de un tropel de instituciones académicas para reconocer institucionalmente la bandera con la que miles y miles de nosotros nos identificamos como miembros de esta comunidad humana.
Las instituciones públicas deben de adaptarse a las dinámicas sociales y a la expresión de la voluntad popular y, por fortuna, aunque descafeinado, el reconocimiento institucional del Lábaru se llevará hoy a la práctica. Digo descafeinado porque, dentro de ese permanente pedir perdón en el que vivimos, bastó con tan solo una apelación naranja al miedo dictada desde Barcelona para que de la PNL que hoy se debatirá en el Parlamento quedara fuera la propuesta de inclusión del Lábaru en la Ley de Banderas formulada por ADIC. No fuera a suceder que los complejos que aún arrastramos pudieran comenzar a dejar vía libre para la construcción y desarrollo de una voluntad colectiva que comenzara a configurar a Cantabria como un sujeto político con capacidad para ocupar su papel en esta fase histórica de reconfiguración del sistema político español.
Al menos, los complejos han disminuido lo suficiente como para que hayamos sido capaces de superar a quienes querían utilizar los interesantes debates históricos como diques frente a la voluntad popular. Y estemos pudiendo afrontar el debate desde la consideración de los símbolos como expresiones gráficas de imaginaciones compartidas por los miembros de una misma comunidad política que se identifican como parte de la misma a través de ellos. Tal y como ocurre con el Lábaru en la actualidad.
Y es que lo verdaderamente trascendental de una bandera no radica en su nivel de “autenticidad” histórica, sino en su capacidad para identificar a un conjunto de gentes como miembros de una misma comunidad política y, a la vez, servir como elemento aglutinador de esas gentes a la hora de construir un proyecto político propio hacia el futuro. Y esto es lo que a quienes pretendían poner trabas a la voluntad popular les molesta. Saber que, como ocurrió con la rojiblanca hace 40 años, hoy el Lábaru, si cabe en mayor medida, es el símbolo alrededor del que la mayoría social de esta tierra puede autoreconocerse como un sujeto político propio con derecho y capacidad de construir su propio camino. Precisamente en un contexto histórico semejante al vivido durante la Transición.
En este sentido espero y aspiro a que podamos continuar desterrando los complejos que aún arrastramos y seguir dando pasos en el reconocimiento del Lábaru como símbolo de Cantabria hasta lograr que sea incluido en nuestro Estatuto de Autonomía tras un debate colectivo de la sociedad cántabra y, si fuera pertinente, una consulta popular.
Una inclusión que debería de darse en el contexto de una modificación del Estatuto más amplia, que, con la participación ciudadana, adaptara el marco competencial de la Comunidad a las necesidades y demandas actuales de la gente. Además de situarnos con voz propia en la reconfiguración territorial que probablemente se dé en España a medio plazo. Porque el autogobierno es una herramienta para mejorar la vida de la gente y profundizar en él una forma de obtener más capacidad para decidir nuestro futuro con el objetivo primordial de mejorar las condiciones de existencia de los cántabros. Y, para poder hacerlo, reconocer los símbolos que nos hacen autopercibirnos como un pueblo diferenciado y capaz de remar en común hacia adelante, es un paso necesario aunque quienes quieran negarnos el futuro nos lo vendan como accesorio.
Hoy se debatirá y se votará en el Parlamento de Cantabria una PNL -Proposición No de Ley- presentada por el Partido Regionalista de Cantabria (PRC) con el objetivo de “reconocer el lábaro como símbolo representativo e identitario del pueblo cántabro y los valores que representa”, así como “instar a las instituciones y a la sociedad civil de Cantabria a promover y participar de forma activa en su conocimiento y difusión”.
Mucho se ha hablado y escrito en los últimos meses sobre el Lábaru desde que la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC) diera a conocer a la opinión pública cántabra su propuesta para lograr el reconocimiento del mismo como símbolo de Cantabria por parte del Parlamento autonómico, así como su posterior proposición de inclusión del mismo en la actual Ley de Banderas de la Comunidad Autónoma. Durante este tiempo, hemos podido leer, escuchar, incluso participar de largos y bizantinos debates sobre el rigor histórico de dicho símbolo, con la eterna sensación de que en esta tierra tenemos que pedir perdón por cada paso adelante que queramos dar, por pequeño que este sea.