Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Los miserables
A veces el desasosiego, la fatalidad, la terca realidad vencen mi resistencia. Les prometo que cada mañana, sin que haya razón alguna para ello, amanezco con una sonrisa (a veces, con dos), suelo inventar canciones absurdas mientras preparo el café a compartir, miro hacia la ventana para tratar de entender la vida y sus estúpidos ciclos, me visto de terquedad para saltar todos los socavones que mis iguales se inventan, tapo con cuidado los que yo he ayudado a horadar, propongo ideas, realizo algunas, celebro el nacimiento de un verso hermoso, me enfrento con buen gesto al comerciante pesimista que me habla de sus pequeñas miserias, escucho sin temblar a mi propio corazón y suelo llegar a la cama de nuevo con la ingenua sensación de haber vencido el razonable pesimismo con el que convivo.
A veces, no lo logro. Hoy es uno de esos días. Quiero pensar que soy tan miserable como mis iguales; deduzco, en realidad, que somos una sociedad de miserables… miserables tan ensimismados en su ombligo que no somos capaces de empatizar con las gentes ni con sus dolores inhumanos. Hablo de los refugiados, claro está, pero también hablo de los palestinos, de los saharauis, de los colombianos o de los ucranianos esos que ya olvidamos. Hablo de las mujeres que abren la puerta de su casa como quien entra voluntariamente a una celda insonorizada, esa en la que gritos y sangre no logran salir al exterior hasta que se regala el último aliento al servicio de emergencias.
Hablo del barrio de Sayida Zeinab y de las tres bombas que dejaron hechos astillas los cuerpos de 60 de sus vecinos invisibles antes de morir e insustanciales ya inermes. Hablo de los desplazados de Brasil para mayor gloria de los Juegos Olímpicos que los miserables veremos por la aséptica televisión. Hablo de Alfon en régimen FIES o de los presos de ETA y sus familias a los que los miserables quitamos la condición humana para mayor gloria de nuestra venganza. Hablo de la chica de 15 años a la que este sábado unos cabrones le robaron el rostro al quemárselo con ácido en Neiva. Hablo de los 10.000 niños que vagan por Europa en busca de una nueva patria y de sus antiguos padres. Hablo de los cuerpos ajados de los mineros de coltán en Rubaya o de los pulmones contaminados de los seringueiros de Surinam. Hablo del dolor de esta especie, hablo del dolor.
Los miserables solemos tener vidas más placenteras, incluso en la escasez. Nos preocupamos del hombro de Sergio Ramos o de la estupidez congénita de Mariano Rajoy. A los miserables nos ataca el insomnio ante un turno mal encarado en el curro o por un mensaje de WhatsApp con doble sentido. Los miserables criticamos con dureza la cabalgata de los Reyes Magos pero consentimos que el rey real mantenga la obra teatral de las consultas. Los miserables tenemos tiempo para manifestarnos en contra o a favor de la independencia de Cataluña, en contra o a favor de la pertinencia histórica del lábaro, en contra o a favor del banco de las preferentes… pero no encontramos ninguna razón en las vallas de Melilla para hacer una protesta de dignidad en solidaridad de nuestros semejantes.
Los miserables somos miserables y en general, cuando me levanto con la sonrisa de marras, suelo evitar mirarme al espejo y constatar que soy parte de la manada. Pero hoy… hoy he cometido el error de levantar la mirada del grifo del lavabo y me he topado con la realidad. Nada nuevo, me dirán ustedes. Un chaval débil y atribulado ese del 'Diario de Cesiones', le comentarán a su compañero de mesa. Está bien que vuelquen su ira en mi estupidez mientras no se miren al espejo. Si lo hacen, su condición miserable okupará su esqueleto –como lo ha hecho con el mío- y les aviso: a estos okupas político emocionales no se les saca del nido ni con agua caliente. Buena suerte, miserables.
A veces el desasosiego, la fatalidad, la terca realidad vencen mi resistencia. Les prometo que cada mañana, sin que haya razón alguna para ello, amanezco con una sonrisa (a veces, con dos), suelo inventar canciones absurdas mientras preparo el café a compartir, miro hacia la ventana para tratar de entender la vida y sus estúpidos ciclos, me visto de terquedad para saltar todos los socavones que mis iguales se inventan, tapo con cuidado los que yo he ayudado a horadar, propongo ideas, realizo algunas, celebro el nacimiento de un verso hermoso, me enfrento con buen gesto al comerciante pesimista que me habla de sus pequeñas miserias, escucho sin temblar a mi propio corazón y suelo llegar a la cama de nuevo con la ingenua sensación de haber vencido el razonable pesimismo con el que convivo.
A veces, no lo logro. Hoy es uno de esos días. Quiero pensar que soy tan miserable como mis iguales; deduzco, en realidad, que somos una sociedad de miserables… miserables tan ensimismados en su ombligo que no somos capaces de empatizar con las gentes ni con sus dolores inhumanos. Hablo de los refugiados, claro está, pero también hablo de los palestinos, de los saharauis, de los colombianos o de los ucranianos esos que ya olvidamos. Hablo de las mujeres que abren la puerta de su casa como quien entra voluntariamente a una celda insonorizada, esa en la que gritos y sangre no logran salir al exterior hasta que se regala el último aliento al servicio de emergencias.