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27S: Necesidad de desbordar(nos)
En términos generales, estas elecciones nos vuelven a gritar que el clamor del pueblo catalán por ejercer el derecho a decidir su futuro no puede ser por más tiempo ignorado. Por democracia y por responsabilidad. Sin embargo, los resultados parecen insuficientes en términos de fuerza y de legitimidad para que se lleve a cabo una Declaración Unilateral de Independencia. Por lo que nos encontramos en una situación de “empate catastrófico” sin poder visualizar un “punto de bifurcación”. Estos dos elementos unidos nos llevan a la necesidad de un gobierno español que entienda y atienda a esta realidad. Que permita que se ejerza un derecho democrático que ayude a rebajar la enemistad azuzada por el Gobierno del PP entre las mayorías catalanas y las del resto de pueblos del Estado. Que ayude a resolver el empate catastrófico a través de una vía democrática, con diálogo, construcción plural y respeto a la voluntad popular catalana.
Por otra parte, incidiría en que el intento de reducir a una “guerra de banderas” un proceso de construcción nacional cuyo origen está en la sociedad civil y cuya conducción está en constante pugna, significa no comprender la importancia de lo nacional como elemento aglutinador y generador de identidad colectiva. Sobre todo porque, hoy, actúa como la principal grieta del Régimen del 78, y en él se insertan las esperanzas de millones de personas humildes por salir de una crisis simbolizada en un Estado español corrupto y autoritario. El eje social y el nacional no tienen por qué ir por la misma vía, pero tampoco son irremediablemente antagónicos. Hoy, más que antes de las elecciones, las dos vías se han acercado. Para millones de catalanes y catalanas, construir un nuevo Estado y poder elegir la relación de este con el Estado español es la principal vía de emancipación ante una España que aparece como inalterable.
La disputa constante por la conducción del proceso nacional catalán se evidencia en que, a pesar de la habilidad de Mas para esconderse en una lista con olor a “nueva política” con el objetivo de sobrevivir al proceso y poder dirigirlo, los resultados obligan a que el candidato a Presidente no sea Mas y a que las políticas que se pacten tengan que ser más progresistas que aquellas que implantaría un Gobierno presidido por él para seguir adelante con el proceso contando con el apoyo de la CUP. La organización independentista y anticapitalista que se ha convertido en una de las triunfadoras de la noche y que está contribuyendo a arrebatar el proceso del intento de hegemonización de Artur Mas y devolverle su carácter popular.
Además de la CUP, la otra formación triunfante de la noche fue Ciudadanos, que irrumpe como segunda fuerza en el Parlament. Esto supone que por primera vez la segunda fuerza en Catalunya es un partido conservador y abiertamente anticatalanista. Una buena muestra del escenario de polarización en el que se han desarrollado estas elecciones que, desde su convocatoria hasta su celebración, fueron más que unas autonómicas al uso.
En lo que concierne a Podemos, el mal resultado de la candidatura en la que se insertaba, Catalunya Sí Que Es Pot, demuestra la dificultad y el error de tratar de convertir el escenario central de la política catalana hoy en día en una cuestión secundaria. Además de una marca y un candidato desconocidos, con la relevancia que ambas, en especial la cuestión del liderazgo, tienen hoy en los procesos políticos.
Quizás haber intentado desarrollar la campaña por el carril principal –el proceso soberanista- insertando en él la defensa los problemas y demandas de la mayoría social catalana desatendida por los gobiernos de CIU hubiera sido más provechoso. Claro que esto es teoría a posteriori, siempre mucho más sencilla que la práctica en el escenario tan polarizado entre el “sí” y el “no”. En todo caso creo que enfocar casi como un “accidente” en el camino a las generales unas elecciones de carácter cuasi constituyente ha sido un error. Un error que creo que estamos a tiempo de subsanar ya que Podemos aparecerá en diciembre como la única fuerza capaz de ofrecer una salida democrática al “empate catastrófico” actual.
Como reflexión más enfocada a lo interno y organizativo en Podemos, creo que la articulación discursiva como construcción de identidad política a través de dicotomizar el espacio político en dos construyendo, en un lado, al pueblo frente a su exterior constitutivo, y en el otro, la casta, abrió la posibilidad a la superación del Régimen del 78. Una apertura que hubiera sido imposible de persistir en la estrategia de la eterna lógica de la acumulación de fuerza social que posteriormente se traduciría de forma automática en un cambio de relaciones de poder al interior del aparato institucional.
Sin embargo, creo también que si no se comienza a combinar ese momento con la posibilidad de construcción de tejido social arraigado en el territorio, sin construir lazos de comunidad que ayuden a generar ilusión e identidad política para el desborde, en diciembre comprobaremos que el momento de la construcción de identidad social solo a través del discurso político tiene sus límites. El mismo Ernesto Laclau –autor cuya teoría sustenta gran parte de la acción política de Podemos- expresaba que “la autonomía, librada a sí misma, conduce, más tarde o más temprano, al agotamiento y la dispersión de los movimientos de protesta. Pero la hegemonía, si no es acompañada de una acción de masas al nivel de la sociedad civil, conduce a una burocratización y a una fácil colonización por parte del poder corporativo de las fuerzas del statu quo”. Es esta segunda pata la que debemos desarrollar desde ya.
Y, por último y unido a ello, considero un error persistir en la concepción de España como una realidad que se puede conocer solo desde Madrid subordinando los actores y las dinámicas de cada territorio a las decisiones tomadas desde la dirección central. Así como dejar la plurinacionalidad y la pluralidad (también las de aquellas comunidades con carácter propio pero sin expresión política soberanista de ese carácter) tan solo en el papel y en las palabras pero no en la práctica diaria a nivel organizativo. Un error que frena la construcción de comunidad(es) por abajo y por la ilusión necesaria para desbordar nuestras propias estructuras de partido como manera de poder multiplicar los deseos de cambio en vez de tener que conformarnos con sumas cuyo resultado puede contradecir la aritmética.
Pese a todo ello, sigo pensando que Podemos sigue siendo la principal herramienta para el cambio en la mayor parte de España. La única capaz de dar las respuestas que demanda el momento histórico actual -cuestión catalana incluida- con la receta a través de la cual poder enfocar la mayoría de los conflictos existentes: la democracia y el derecho a decidirlo todo.
En términos generales, estas elecciones nos vuelven a gritar que el clamor del pueblo catalán por ejercer el derecho a decidir su futuro no puede ser por más tiempo ignorado. Por democracia y por responsabilidad. Sin embargo, los resultados parecen insuficientes en términos de fuerza y de legitimidad para que se lleve a cabo una Declaración Unilateral de Independencia. Por lo que nos encontramos en una situación de “empate catastrófico” sin poder visualizar un “punto de bifurcación”. Estos dos elementos unidos nos llevan a la necesidad de un gobierno español que entienda y atienda a esta realidad. Que permita que se ejerza un derecho democrático que ayude a rebajar la enemistad azuzada por el Gobierno del PP entre las mayorías catalanas y las del resto de pueblos del Estado. Que ayude a resolver el empate catastrófico a través de una vía democrática, con diálogo, construcción plural y respeto a la voluntad popular catalana.
Por otra parte, incidiría en que el intento de reducir a una “guerra de banderas” un proceso de construcción nacional cuyo origen está en la sociedad civil y cuya conducción está en constante pugna, significa no comprender la importancia de lo nacional como elemento aglutinador y generador de identidad colectiva. Sobre todo porque, hoy, actúa como la principal grieta del Régimen del 78, y en él se insertan las esperanzas de millones de personas humildes por salir de una crisis simbolizada en un Estado español corrupto y autoritario. El eje social y el nacional no tienen por qué ir por la misma vía, pero tampoco son irremediablemente antagónicos. Hoy, más que antes de las elecciones, las dos vías se han acercado. Para millones de catalanes y catalanas, construir un nuevo Estado y poder elegir la relación de este con el Estado español es la principal vía de emancipación ante una España que aparece como inalterable.