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No es el calor, es la estupidez

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El albañil que estaba cambiando el alicatado de la cocina levantó el azulejo que acababa de retirar, haciendo que el sol atravesara un agujero redondo que tenía en el centro.

—Señora, esto parece un agujero de bala.

—Eso es de cuando le disparaste a papá ¿verdad, mamá? —pregunta Lecia.

—No, ese es de cuando le disparé a Larry—su madre levanta la cabeza hacia el azulejo—. El de cuando le disparé a papá es aquel de allá —señalando otro en la pared opuesta con un agujero idéntico.

Esto lo cuenta Mary Karr, hermana de Lecia, en The liar’s club, para preguntarse a continuación: «Si la fortuna te regala personajes así ¿para qué molestarse en inventar nada?». Tenía razón, claro: su libro de recuerdos familiares fue universalmente aclamado en 1995, y veinticinco años después sigue siendo una lectura magnífica (El club de los mentirosos en castellano).

Normalmente en verano hace calor y hay una sequía de noticias que hace que los periódicos adelgacen. (No es verdad que los periódicos mermen por falta de noticias, sino por falta de publicidad, pero eso es otra historia). Así que tradicionalmente se recurría a lo que se llamaban serpientes de verano, que eran noticias inventadas, por ejemplo inflando con mucha exageración cualquier trivialidad que saliera por el teletipo.

Pero en este verano de año de peste no faltan noticias. Y cuando la realidad te regala noticias, ¿para qué vas a inventar sucedáneos? Muchas son perfectamente idiotas, desde luego, pero eso no es exclusivo de la estación ni del año.

Un ejemplo: el pasado 16 varios miles de personas se juntaron en Madrid para clamar contra la obligación de llevar mascarillas, porque las consideran un recorte de su libertad, y para afirmar que el coronavirus es mentira. Que el ministerio correspondiente informe de que llevamos en España casi medio millón de infectados y cerca de 30.000 muertos puede ser inexacto, pero ¿mentira? Que los organismos internacionales hablen de 25 millones de infectados en el mundo, y casi un millón de muertos, es con seguridad aproximado, pero ¿alguien puede inventarse algo así y hacerlo colar?

Al menos uno de los asistentes pudo comprobar después por sí mismo que para organizar la mentira de la pandemia no se han escatimado medios: centros de atención repletos de figurantes fingiéndose enfermos, miles de sanitarios embutidos en incómodas armaduras contra el contagio fingiendo estar muy atareados…, el mayor teatro de la historia, vamos.

La madre de Mary y Lecia se había preparado una cama muy ancha uniendo dos corrientes, en su casa de Texas en los años sesenta del siglo pasado. El calor no la molestaba tanto; quería amplitud para soportar mejor la humedad, explicaba. Pero las chiquillas confundieron la palabra humidity con stupidity, así que repetían con naturalidad la frase «No es el calor, es la estupidez». Que nos viene al pelo para referirnos a la situación presente.

No es el calor, no. Si la concentración de Madrid de gente que asegura que la actual pandemia es un invento y las mascarillas un recorte de las libertades pudiera achacarse a un calor excesivo en la capital, que hiciera hervir los cerebros de sus participantes, ahí está la manifestación equivalente en Berlín para despejar toda duda. En Berlín no hace un calor desesperado nunca. No es el calor, es la estupidez: esa cualidad humana que resiste temperaturas extremas y está perfectamente aclimatada en todo el globo. Cualquier accidente climático que puede poner en peligro comunidades enteras es impotente frente a ella. Las vacunas, que estos manifestantes también colocan en su diana, han erradicado la viruela, asimismo causada por un virus, pero no podrán acabar con la estupidez.

Tendremos que vivir con ella siempre, pero también hay defensas, no tiene por qué triunfar del todo. Contra la estupidez hay que ponerse también mascarilla, que en este caso es la educación. Que debe ser obligatoria: que nos obliguen a educarnos no es una limitación de nuestras libertades. Hay libertades que no nos pertenecen, como la de ser un peligro para nuestros congéneres. Contagiar estupidez o coronavirus no es un derecho.

El albañil que estaba cambiando el alicatado de la cocina levantó el azulejo que acababa de retirar, haciendo que el sol atravesara un agujero redondo que tenía en el centro.

—Señora, esto parece un agujero de bala.