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La obra más importante de la Historia de Cantabria
Ahora que a Cantabria le ha tocado (o le va a tocar en breve) el premio gordo de las inversiones públicas en materia de comunicaciones (se habla de hacer un AVE hasta el mismísimo Sardinero, de soterrar la vía férrea desde Reinosa a Requejada, de construir escaleras mecánicas que lleven directamente, y con cierta comodidad, de Torrelavega a Madrid…todo ello adornado con infografías, colorines y esas cosas tan modernas) no está de más recordar aquella que, seguramente, fue la obra pública más importante en la historia de estas tierras. Una cuyos restos, además, aun se pueden ver y visitar y caminar con facilidad si uno pone algo de su parte, que tampoco pedimos imposibles. Hablamos del Camino Real de Reinosa.
¿Exagerado? Veamos.
Cada vez que escuchen ese brocardo tan sostenido que dice que “el mejor rey de España fue Carlos III” les invito a indignarse. Fruslerías centralistas que encumbran a quien embelleció la capital. Porque realmente el apreciable fue su antecesor, y medio hermano, Fernando VI. Bueno, al menos hasta que acabó por chiflarse del todo, repartir hostias a diestro y siniestro entre sus asistentes, y mordisquear todo lo que se pusiera a su alcance (y no solamente a las doncellas, como era tradición en la monarquía de la época). Pero hasta entonces, y aun con ciertas tachas (que tampoco vamos a andar ocultando, estamos a mediados del siglo XVIII) Fernando VI hizo las cosas con bastante seso, y con un puntito ilustrado de lo más reconfortante.
Como decíamos, el tipo se propuso sacar a sus posesiones del pertinaz atraso en el que vivían. Lo que era realmente difícil, porque era pertinaz de narices, vaya. Con esa idea en mente, uno de los primeros proyectos que emprendió fue el de comunicar la costa cantábrica con la Villa y Corte, para después continuar al sur y desembocar en Sevilla y Cádiz, los puertos por donde entraba el tráfico desde América. Así las cosas fueron surgiendo caminos aquí y allá que aun hoy se siguen por algunas de nuestras modernas autopistas. Y brotó uno, de gran importancia, en el norte, que sirvió para salvar el estado de aislamiento poco menos que generalizado de estas zonas con respecto a la meseta. Antes de la obra que vamos a describir solo existían caminos de herradura, que eran exactamente lo que su propio nombre indica… sitios por donde subir y bajar con mulas, alforjas y, como mucho, un pequeño carromato. El Camino Real lo cambió todo.
Había varios elementos a discernir. Como, por ejemplo, cuál iba a ser la villa a la que le tocase la lotería de ser el puerto de inicio escogido para esta “autopista”. En principio la opción más lógica parecía Laredo: importante, bien situada y con una salida a la meseta y Madrid casi en línea recta, pasando, además, por la importante ciudad de Burgos, a cuyo consulado estaban adscritas las villas marineras. Pero esa salida, lo que hoy es el Puerto de Los Tornos, presentaba un problema: pasaba por Lanestosa. Es decir, por el Señorío de Vizcaya. Es decir, por puerto seco, fielato, aduana, pongan el nombre que quieran. En otras palabras, algo difícilmente comprensible para una mentalidad centralizada como la que se trajeron los Borbones tras la Guerra de Sucesión. Así que, descartado Laredo por motivos económicos, la elección recayó en Santander, y en la subida a través de la cuenca del Besaya. Aunque muchos lo desconozcan es, quizá, el momento más importante de la Historia de Santander.
Porque el Camino Real lo va a cambiar todo. Se termina la obra en un tiempo muy breve, menos de cinco años. Un ingeniero francés importado directamente para la causa, Sebastien Rodolphe, y una apuesta decidida por la inversión directa destinada a obtener el mejor resultado, fueron elementos claves en esta rapidez. El Camino Real levantó puentes de piedra con sólidos cimientos (en 1748 el único que existía con esas características entre Santander y Reinosa era el de Puente Arce… imaginen la situación), estableció una anchura mínima que permitiese el tránsito cómodo de carromatos, incorporó guardaruedas en los lugares más complicados (nuestros modernos guardarrailes, que aun se pueden contemplar en el tramo que se conserva entre Bárcena de Pie de Concha y Pesquera) o presentó accesos a cursos de agua y fuentes con la suficiente frecuencia como para que el tráfico fuese frecuente, rápido, eficaz. Era una obra a la altura de las mejores de Europa, una auténtica autopista “de peaje” que, además, debía invertir en su mantenimiento aquello que recaudase. Nada se dejó al azar, como vemos.
Las consecuencias fueron inmediatas, y no se limitaron a lo económico. Un ejemplo: en toda la cuenca del Besaya se empezó a criar un enorme número de bueyes que sirvieran de “acarreo” para carreteros provenientes de toda Castilla. La cabaña ganadera de la zona mutó para siempre. Reinosa se convierte en un centro fundamental del comercio harinero, lo que influirá de forma decisiva en su futuro administrativo. Se abren fábricas y ventas aquí y allá. Pero la gran beneficiada fue Santander. Hemos dicho antes que en 1749 le tocó la lotería… volvería a ocurrir en 1754 y 1755. Ni los más afortunados políticos del Levante, oigan. Porque Santander será elegido sede episcopal, y después se le concederá el título de ciudad. Más aun, en 1765, el puerto de Santander obtendrá autorización para comerciar directamente con algunos de los de América. Es el momento definitivo. Entre 1762 y 1768 el tráfico marítimo en Santander se ha multiplicado por veinte…
Hoy el Camino Real se puede rastrear en diversos lugares. Hay en Las Caldas del Besaya, por ejemplo, un mojón leguario. Hay un tramo perfectamente conservado entre Bárcena de Pie de Concha y Pesquera. Hay puentes, partes de la vía que asoman aquí y allá, carteles explicativos (pocos), mapas (menos). Hay, también, cambios en la geografía que han quedado para siempre. Con todo, resulta imposible, en base a estos (casi exiguos) restos aprehender la verdadera importancia que tuvo el Camino Real, o Camino de las Harinas, o Camino de Reinosa. La obra pública más importante de la Historia de Cantabria…
Ahora que a Cantabria le ha tocado (o le va a tocar en breve) el premio gordo de las inversiones públicas en materia de comunicaciones (se habla de hacer un AVE hasta el mismísimo Sardinero, de soterrar la vía férrea desde Reinosa a Requejada, de construir escaleras mecánicas que lleven directamente, y con cierta comodidad, de Torrelavega a Madrid…todo ello adornado con infografías, colorines y esas cosas tan modernas) no está de más recordar aquella que, seguramente, fue la obra pública más importante en la historia de estas tierras. Una cuyos restos, además, aun se pueden ver y visitar y caminar con facilidad si uno pone algo de su parte, que tampoco pedimos imposibles. Hablamos del Camino Real de Reinosa.
¿Exagerado? Veamos.